Ayer, antes de asistir a un debate con Alain Badieu, filósofo comprometido políticamente, o públicamene, porque todos nos comprometemos políticamene desde que usamos la palabra para decir: yo pienso, yo quiero.
Voy a tratar de ser condensada proque he visto también el libro de Pascal Quignard, La noche sexual, y se merece un comentario aparte. O sea, fui a recoger el libro de Marina Svétaeva (se lo conté a Tatiana esa mañana), poeta rusa que he descubierto hace un tiempo, a un edificio en el barrio 14, con muros de madera y una chica muy amable que me invitó un té. Un volumen de 700 páginas, una joyita que no he tardado en devorar. Luego compré un cd con la entrevista que le hizo Bernard Pivot a Marguerite Duras, en su histórico Apostrophes, luego de que ella hiciera una cura de alcoholismo. En la entrevista ella habla de su madre, con quien la relación fue tempestuosa y me recordó algunas cosas que tienen que ver con mi propia historia. Hace poco discutí sobre lo que era la ecucación y defendí la idea de confiar en los hijos y no acosarlos mostrándoles desconfiaza. De alguna forma nosotros (yo y mis tres hermanoas) hemos crecido también como Duras en Saigón, com salvajes, como animales nobles, trágicos, brutales. Mi madre me dejaba hacer lo que quería con mi educación, no porque no le importara sino porque trataba de organizarse ella misma desde su separación. Y la entiendo muy bien, sin eso, yo no hubiera tenido la libertad que tengo ahora para escribir, en algo, se lo debo a ella, esa libertad que tanto molesta por ejemplo a ciertas personas, a mi querido amigo Manuel, quien se espanta (y se cierra con cuatro llaves) cuando me oye hablar y decir todo lo que pienso. Son lo que la Duras llama, las crestas del lenguaje, sus olas, que arremeten y golpean. Solo que siempre se puede salir nadando.
Si hubiese nacido en otro siglo, hubiese sido condenada sin duda a la hoguera.
Svétaeva escribe: si todo lo que doy a los muertos en el papel, se lo diera a los vivos, durante la vida, sería incalificable (me obstino) y pediría yo misma ser internada en una casa de locos.
Yo escribo: Si una puerta se cierra, busco inmediatamente la llave que pueda abrirla. Es el sentido mismo de la búsqueda.
MS: Me olvido de que soy una reina, cuando lo olvidas tú.
Yo: solo me olvido de mí misma cuando piensan en mí.
MS: Mi poder de soberana: olvidar que soy una reina; tu deber (de cortesano) recordármelo.
Yo, affectus siempre: si un hombre no me quiere es un enigma. O ha renunciado a quererme con mucho dolor, o simplemente ignora que me quiere.
Y ahora, me detengo con este diálogo, me aprieta el corsé de Princesa tan tan, no bromeo!... porque no siempre se tiene una imagen tan valorizada de una misma. Solo sucede en momentos de mucha lucidez... O de delirio.
Fotos: Duras, Svétaeva, y...
2 commentaires:
de una estudiante a otra, gracias por tu blog.
para bien y/o para mal tuvimos una madre de tal o cual forma, ¿cómo hacer las paces o al menos hacer tablas? ¿será posible eso?
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