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lundi, novembre 23, 2009

Despegar, Martín Adán

Me cuesta despegarme de los libros, es realmente un vicio, una enfermedad. Ordenando mi maleta doy con La casa de Cartón (que llevo para Claudia, amiga), de Martín Adán, reeditado en México este año y con una introducción de Javier Sologuren, a quien yo quería muchísimo, primero por que él me sembró, además de mi abuelo materno, la curiosidad por la literatura un día en una fiesta de niños de 10 años en su casa de California, en Chaclacayo. Yo era muy tímida y usaba unas faldas muy largas y no bailaba, sobre todo eso, no bailaba! Aislada, contemplaba la fiesta hasta que lo vi pasar con una boina negra sobre la cabeza, llevaba lentes, unos 50 años, le pregunté a su hija Viveka, quién es ese señor? Y ella me contestó: mi padre, es poeta... ah, dije yo fascinada, y me sentí menos sola. Luego hemos ido a visitarlo muchas veces con Rossella a su casa, ha venido a la mía, hasta que ya, cansado, falleció. Nadie es eterno. Y curioso que ahora que escribo sobre algunos temas, familia, personas que me han marcado, coja de nuevo este hermoso texto de Martín Adán, que tiene un pareciodo con mi abuelo Dante. Y otro detalle que me hace pensar en esto del palimpsesto, de lo que surge al exterior y nos revela una realidad nueva; ficción o no, es otra, el hecho de que repase con más libertad, sin verguenza, algunos espisodios de mi infancia. Por qué verguenza? porque siempre me ha dado verguenza hablar directamente del origen, de las personas que conozco, y sin embargo, desde México me doy cuenta de que si escribo no es una casualidad, que ahora que estoy un poquito más cerca de mí misma puedo reconocer figuras, modelos, mi madre, para empezar, mi abuelo, y mi bisabuelo postizo, pero de quien mi madre tiene muchos recuerdos de infancia, Augusto Mostajo. Yo no sé mucho de mi familia, casi nada, sé que Mostajo se casó por segunda vez con la bisabuela María, una mujer que vino a vivir a Lima ya muy anciana y que me confundía con su hija, que Mostajo había sido un liberal, anticlerical, un hombre libre, poeta y ensayista, ese hombre del cual un día Mario Vargas Llosa me confiesa en un café de la Plaza de Oriente en Madrid (yo estaba muy alborotada y apenas presté atención al detalle), que se disfrazaba de mujer para ir a leer a la biblioteca (escapaba de prisión por haber sido el líder del levantamiento de le Puente y Uceda, no sé más, y he pensado hacerlo en un libro), donc, ese bisabuelo, por más postizo que fuese (el mío era Bragagnini) era un lector voraz, cosa que copió su yerno, mi abuelo, y cosa que yo tengo también, aunque mi padre también, entonces, Madame, todo estos e lo debo de alguna manera a ellos y a haber descubierto poemas secretos de mi madre firmados con un seudónimo, etc.. Y a las amistades, y a todos esos fatums...
Durante las clases en el Liceo de Niza, pensé: si tan solo uno de estos adolescentes se interesa a la lectura, es ya una victoria.. Sin pose; eh?? Que ya me voy a seguir leyendo a Adán, que saldrá pronto en España, y que me acerca a Lima, esa América, como decía él luminosa, caliginosa, bruta mineral marítima...

Mnnn de paso, pensaba en España, hay algo de eso, algo que el tiempo ha mantenido en estado bruto, una cosa mineral, sorda.. Mnnnnn Ressemblances..

2 commentaires:

Patricia De Souza a dit…

Gracias, Claudine! Qué linda!!

XIGGIX a dit…

Casualidades!!

Chaclacayo, Sologuren...mmm; es curioso, pues como limeño, en los inviernos, siempre en domingo huíamos de la niebla miraflorina hacia aquella geografía que en mi infancia, era un reducto mágico que se abría de la bruma al sol abruptamente como si se tratara de un extraño acceso a otra dimensión y, entonces, luego me perdía entre sus cerros en busca de lagartijas y de esas cumbres silenciosas; mas tarde, cuando adolescente, todos los sábados perpetrábamos incursiones en esas fiestas en las que jamás eramos invitados; fue en una de esas ocasiones en que llegué a la fiesta de la hija de Soluguren(por supuesto no conocía su apellido)Avanzado el tiempo, cuando el universo cocinaba otras sincronicidades, Luis Alberto Ratto y su maravillosa esposa Milly (una española graciosamente inteligente que, cuando yo cometía algún dislate muy propio de la soberbia juvenil, me decía: "calladito estais más guapo") en una ocasión me llevaron a la casa de Sologuren y de pronto, tomé consciencia de que era la misma casa a la que en otro tiempo había accedido por medios delincuenciales, entonces les comenté el episodio que tomaron con mucha gracia; al despedirnos Sologuren me dijo algo así como que esperaba que a partir de ahora no sea necesario que escale por las paredes para que los visite; muy a mi pesar no tuve la oportunidad de gozar otra vez de su presencia, pero estoy seguro que también hay algo de él en alguna parte muy recóndita de mi espíritu pues, hay personas que sólo les basta unos instantes para dejar huellas indisolubles alrededor de sus pasos.