Este es el texto, que había traducido en parte y que ahora traduzco casi integralmente de Madame de Staël, (escrito ene l siglo XIX) en
De la literatura (me ayuda a pensar y me da agallas
). Esta parte corresponde al capítulo V,
De las mujeres que cultivan las letras y es, impresionante. De pronto, sin victimismo y con lucidez, se puede comprender ciertas cosas. Es una verdad de facto. Lean a Madame de Staël, en fin, habrá que seguir traduciéndola. Los dejo con el texto. Incluido mensaje de François Weyergans (de quien se puede leer su última novela, Premio Goncourt, cuando Houellebecq estaba como favorito en español, dietorial El funambulista) que forma parte de estos mensajes cálidos que me dejan algunas personas en el blog, resutaldo: Weyergans se ha convertido en Patricia y yo en él. No había otra forma de colgar su mensaje que no supo poner en el blog....
va Madame de Staël. Llueve en París. Acaba de encapotarse el cielo y yo estoy resfriada....
Madame de Staël o Germaine de Staël fue la que introdujo el romanticismo en Francia con
De la Alemania, muy amiga de Goethe, Madame de Recamier y amante de Benjamin Constant, como de Pedro de Souza, brasilero, ligado a mí!
De las mujeres que cultivan las letras.
El sufrimiento es como la montaña negra de Bember en las extremidades negras de Lahor. Mientras subes, no ves más que rocas estériles, pero cuando estás en la cima, el cielo está encima de ti y a tus pies el reino de Cachemira.
La cabaña indígena, Bernadin de Saint-Pierre
La existencia de las mujeres en sociedad es todavía incierta bajo muchos puntos de vista. El deseo de gustar excita su imaginación; la razón les aconseja la oscuridad; y todo es arbitrario en su éxito como en sus sueños.
Llegará, creo yo, una época, en la cual los legisladores filósofos prestarán una atención seria a la educación que las mujeres deben recibir, a las leyes civiles que las protegen, a los deberes que se les debe imponer, a la felicidad que se les puede garantizar; pero en el estado actual, ellas no están por lo general, ni en el orden de la naturaleza, ni en el de la sociedad. Lo que funciona para algunas es la perdición de otras y algunas veces las cualidades son un problema y los defectos una ventaja. A veces lo poseen todo y a veces nada. Su destino se parece a aquel de los marginados en la época del emperador, si desean adquirir un ascendente, las hacen responsables de un crimen de un poder que las leyes no les han dado, si siguen siendo esclavas, oprimen su destino.
En el fondo es mucho mejor, que las mujeres se dediquen exclusivamente a las tareas domésticas, pero lo que hay de extraño en estos razonamientos de los hombres sobre ellas, es que les perdonan cualquier cosa salvo faltar a sus deberes. Toleran en ellas la degradación del corazón en favor de la mediocridad de la inteligencia, mientras que la honestidad más perfecta podría a duras penas obtener la gracia para una verdadera superioridad.
Desarrollaré las diversas causas de esta rareza. Empiezo primero por examinar la suerte de las mujeres que cultivan las letras en las monarquías, y cuál es sus suerte en las repúblicas. Trato de caracterizar las principales diferencias que estas dos situaciones políticas debe producir en el destino de las mujeres que aspiran a la celebridad literaria, y considero enseguida de una manera general cuál es la feliciad que la gloria puede prometer a las mujeres que la pretenden.
En las monarquías, bordean el ridículo y en las repúblicas el odio.
Los celos naturales en todos los hombres no se calman más que con las disculpas por un éxito como un deber, que, de no proteger con un pretexto la situación de una mujer o el interés de obtener reconocimiento, si se reconoce como razón el deseo de distinguirse, inoportuna a aquellos a quienes la ambición lleva por la misma ruta.
En efecto, los hombres siempre pueden disimular su orgullo y el deseo que tienen de ser aplaudidos bajo la apariencia o la realidad de pasiones más fuertes y más nobles, pero cuando las mujeres escriben, como les atribuyen desde el incio el deseo de mostrar una cierta inteligencia, el público les concede difícilmente su sufragio. Saben que pueden superarlos y esta idea hace nacer en ellos la necesidad de rechazarlas. En todas las situaciones de la vida, apenas un hombre sabe que necesitas de él, casi siempre, se enfría. Cuando una mujer publica un libro y depende de la opinión, hace que los que la dispensan le impongan su dominación.
(...)
Sin embargo, después de la Revolución, los hombres han pensando que era políticamene y moralmente útil reducir a las mujeres a la más aburda mediocridad; no les han dedicado sino un miserabale lenguaje, sind delicadeza como sin inteligencia; sin encontrar razones para desarrollarse intelectualmente: las costumbres no han mejorado. Limitando las dimensión de las ideas, no se ha recuperado la simplicidad de las primeras épocas; solo obtenido como resultado que a menos inteligencia, menos delicadeza, a menos respeto por la estima pública, menos posibilidades de soportar la soledad. Ha llegado a suceder lo siguiente en la disposición actual de los pensamientos: se cree siempre que son las luces las que dañan, y queremos repararlas haciendo reroceder a la razón. El mal que produce la luz no se puede corregir sio con más luz. O la moral sería una idea falsa, o es verdad que mientras más iluminamos, más miedo sentimos.
(...) Más de una ventaja de gran importancia para la moral y la felicidad de un país se pierden si llegásemos a convertir a las mujeres en seres completamene frívolos e insípidos. Así tendrían mnos posibilidades de satisfacer los deseos furiosos de los hombres y no tendrían, como otras veces, un ascendente útil sobre su opinión: son ellas las que los animaban en todo lo que se refería a la humanidad, a la delicadeza, y a la generosidad. (...) Podemos descubrir inconvenientes a todos los asuntos humanos. Existe sin duda, en las mujeres superiores a los hombres, el orgullo de la gente inteligente, la ambición heroica, la imprudencia de las grandes almas, y la irritabilidad de las personalidades independientes en la impetuosidad del coraje, etc... Para eso habría que luchar con todas sus fuerzas contra las cualidades naturales y dirigir a las instituciones contra el rebajamiento de estas facultades? A penas si es cierto que este rebajamiento sea afavorable a las autoridades de familia o a aquella de los gobernantes. Las mujeres sin inteligencia en la conversación y sin literatura, tienen mayormente más arte para escapar de sus deberes, y los pueblos sin luz no saben ser libres sino que cambian siempre de amo.
Iluminar, instruir, perfecccionar a las mujeres como a los hombres, a las naciones como a los individuos, es todavía el mejor secreto para todas las finalidades razonables, para todas las relaciones sociales y políticas a las cuales deseamos asegurarles un fundamento duradero.
Si la situación de las mujeres es imperfecta en el orden civil, es el mejoramiento de su suerte, y no la degradación de su espíritu que hay que trabajar. Si existe una mujer seducida por la celebridad de la inteligencia, y que busque obtenerla, cómo sería mejor disuadirla si todavía estuviésemos a tiempo! Le mostrarían el destino infame al que se expone. Examine el orden social, le dirán, y verá muy pronto que está muy bien armado contra una mujer que se quiere igualar con la reputación de los hombres.
Desde el instante en que una mujer es señalada como una persona distinguida, el público en general es prevenido contra ella. El hombre vulgar no juzga más que a partir de ciertas reglas comunes a las que se pueden adherir sin correr riesgo. Todo lo que se aleja del curso habitual, disgusta a aquellos que consideran la rutina de la vida como la protección de la mediocridad. Un hombre superior, desde la partida las pone en duda, pero una mujer superior, al alejarse aún más del camino señalado, debe sorprender, y por consecuencia, inorpotunar antes que nada.
(...)
Si por mala suerte, es en medio de disidencias políticas que una mujer adquiere una celebridad remarcable, se pensará que su influencia no tiene límites, aunque no posea ninguna; se le acusará de todas las acciones de sus amigos, se la odiará por todo lo que ama y la atacarán. Nada se presta más a suposiciones vagas que la incierta existencia de una mujer cuyo nombre es célebre y la carrera oscura. Si el carácter vano de un hombre incita al cinismo; si el carácter vil de cualquier otro, la hace caer bajo el peso del desprecio; si el hombre mediocre es rechazado, todos prefieren responsabilizarla a ella. El orgullo de nuestros días prefiere atribuir esas reacciones a causas secretas y no a las mismas personas.
Las mujeres no poseen ninguna manera de manifestar la verdad ni iluminar su vida. El hombre calumniado puede decir: Mi vida es un testimonio que también hay que escuchar.
Pero qué sucede de ese testimonio en una mujer?, algunas virtudes privadas, algunos servicios oscuros, algunos sentimientos encerrados en el estrecho círculo de su destino, algunos escritos que la harán conocida en los lugares donde no vive, cuando ya no viva.
No solo las injusticias pueden alterar la felicidad y el reposo de una mujer; sino que pueden separarla de algunos objetos de afección en su corazón.
(...)
Y no es todo: la opinión pública parece liberar a los hombres de todas las obligaciones hacia una mujer cuyo inteligencia sea reconocida: se puede ser ingrato, pérfido, cruel con ella, sin que jamás la opinión trate de vengarla. No se trata acaso de una mujer extraordinaria? Entonces todo está dicho. La abandonan a sus propias fuerzas y la obligan a debatirse con la adversidad. El interés que inspira una mujer, el poder que garantiza un hombre, todo le falta a la vez: pasea su singular existencia como los Parias de la India entre todas esas clases sociales de las que no forma parte, todas esas clases que la consideran obligada a existir para ella misma, objeto de curiosidad, a lo mejor, de la envidia, sin merecer más que la compasión.