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mardi, octobre 31, 2006

Escritoras

Anoche, navegando por Internet, he leído un artículo publicado por Marcel Velázquez en el diario El Comercio del 26 de octubre: El miedo a las novelas y el miedo a las novelistas. El texto habla de la novela en el siglo XIX y de algunas autoras como Clorinda Matto de Turner, Mercedes Cabello, y Teresa Gonzalez de Fanning. Estas tres escritoras han escrito una serie de novelas ignoradas por una buena parte de los peruanos. Velázquez recuerda algunos hechos concretos, por ejemplo, que José Carlos Mariátegui ignoró la obra de Cabello, o que La revista de Lima sostenía en 1873 que “la literatura que llegaba a nuestra sociedad no provenía de las “elevadas producciones de la alta literatura” si no de la sangre corriente de las novelas en nuestra juventud bebe envenenándose”. Clorinda Matto de Turner terminó en el exilio, olvidada y sin poder regresar al Perú, Mercedes Cabello y Teresa Gonzalez de Fannig, también fueron olvidadas, salvo por dos calles o un colegio que lleva el nombre de la segunda. Pero aquí, el intertexto dice otra cosa: por qué no se han leído ni se leen a estas autoras? Porque son mujeres o porque tuvieron una visión crítica de la situación social de su época, o simplemente porque carecen de calidad literaria. En todo caso, obras similares, convencionales como las de Ricardo Palma, son machacadas en los colegios a los estudiantes. Flora Tristán tampoco es excepción, se la lee bajo el prejuicio de la mujer aventurera y ambiciosa. Esto me hacía pensar en que cada historia nacional, tiene a sus escritores nacionales, los que se dejan nacionalizar, porque no puede haber ningún pacto limpio en estos casos; la segunda idea es que esa misoginia endogámica, transmitida de generación en generación, condena al exilio a cientos de mujeres, y la última, que esa es mi sensación, a veces, hablar desde un exilio, un silencio que hay que romper a martillazos.

Sobre la escritura y la vida, me pregunto hasta qué punto mezclamos las dos cosas. Tengo la impresión, sin ser supersticiosa, que cuando se escribe algo, hacemos que suceda. Pensaba en la simetría entre una novela que acabo de terminar y mi experiencia actual, en las resonancias que pueda tener para algunos lectores, y en los distintos niveles de experiencia que toca un texto. De todas formas, un texto, al ser escrito, incluye un tú inmediato. Estoy casi segura, ese tú de la enunciación. Si no incluimos al otro en un texto es que hablamos solas y eso creo que es imposible, para que exista un diálogo, tiene que haber un tú. Es el problema de algunos textos cerrados sobre sí mismos y que no respiran: asfixian al lector. Sin el tú, el otro que se incluye, el lenguaje se volvería loco, dejaría de comunicar.

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