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mercredi, octobre 18, 2006

Camino de los castaños

Acabo de regresar de un paseo por el Camino de los castaños (chemin des chataignes), un sendero rodeado de castaños en flor que dejan caer sus frutos al suelo. Y así como a Cortázar le gustaba ir a ver los árboles del Jardin de plantes, en París, y a Julio Ramón Ribeyro los del parque Manceau, yo adoro este paseo. Las castañas se comen cocidas, o doradas, pero también en crema o en mousse. Las hojas caían de los árboles que han enrojecido por el otoño. Es un camino mágico que me pone en un estado de gracia. De pronto, la voz de x en el teléfono, con el río (la Roya) sonando al fondo, me parece tan viva, cada movimiento de mi cuerpo, cada murmuro, es una música que me eleva y hace que me sienta feliz. Con pocos recursos, porque aquí nadie tiene dinero, han habido algunas comidas extraordinarias y generosas, algunas apariciones dionisiacas, en las que es posible sentirse menos sola. Cuando alguien te muestra un cielo estrellado, para que veas La estrella, cuando alguien habla y quiere decir: No estás sola, la compañía y la atención del otro, todo tiene sentido. Yo me siento feliz en este espacio, y me quedaría para siempre en la compañía de Jean-Jacques y Stéphanie. Me seduce su capacidad para disfrutar de la vida, su refinamiento, sus ganas de estar instalados en la vida. Todo eso, una experiencia voluptuosa en su austeridad, es la vida feliz. Caí, por azar, sobre un texto de Octavio Paz sobre sí mismo. Un texto autobiográfico magnífico que me ha hecho lamentar algunas lagunas. Paz tiene toda la razón cuando analiza la frase Lautréamont: La poesía será hecha por todos. Esa idea de una poesía total y masiva no es otra cosa que el hecho de que la palabra, el signo, se vuelva a acercar de las personas al aproximarse de las cosas. Y estoy totalmente de acuerdo. Cuando siento que un texto es demasiado literario, es cuando lo escrito se ha alejado de la experiencia del que escribe y no transmite, cuando se ha alejado de su cuerpo y de su latido humano. Me gusta escribir con uñas, bocas, piernas, dientes, sexos, olores y sonidos, con todo lo sensible.
Leo un ensayo de Virginie Despentes (y releo la correspondencia de George Sand y Alfred de Musset), la autora de la novela Fóllame (Compactos de Anagrama), y más allá de una curiosidad, es lo que creen los demás residentes del monasterio, es un texto interesante por insolente, por vital y porque dice las cosas de frente y sin concesiones. Despentes no milita, reflexiona desde su experiencia concreta, como mujer y en el seno de la sociedad francesa. Espero que pronto sea traducido al castellano porque estoy segura (y traduciré un fragmento) que muchas personas, hombres y mujeres, se reconocerán en él.

Me he reído muchísimo con algo que es una tragedia para Yuny, escritora norteamericana de origen nor-coreano. Ayer, para ayudar a Tom, el joven jardinero del monasterio, se puso a regar el jardín, pero Yuny es distraída y se le olvió cerrar la manguera. Resultado, el agua corrió toda la noche y causó un derrumbe en uno de los arcos del andén del jardín. El monasterio es del siglo XVI y es un monumento nacional. Para clavar un clavo hay que pedir permiso al Gobierno Regional, y por su valor histórico y estético, hay frescos estupendos, es una joyita del Valle de la Roya. Pobre Yuny, no ha dormido toda la noche y ha llamado a sus padres para pedirles que le ayude. Yo traté de consolarla diciéndole que la lluvia y la nieve debían causar los mismos estragos. Pero creo que eso no la ha aliviado. Jean- Jacques le ha dicho, en broma, que la pondrá en penitencia.

Muero de ganas de ir a ver una película titulada Bamako, de un director africano... a Niza... Sueño con ir a Bamako y visitar sus plazas donde parece que hay una música gloriosa.

1 commentaire:

Rain (Virginia M.T.) a dit…

Patricia, gracias a tus traducciones, conocemos escritos que de otro modo, demoraríamos en leer...

son exquisias.

gracias.