Como había prometido traducir un fragmento del libro de Simon de Beauvoir, La fuerza de las cosas, lo hago recién ahora. Todos esos mensajes recibidos me han hecho pensar en que el silencio no siempre es sinónimo de indiferencia sino de compañía. Lo que puede afectarnos es la indiferencia concreta, en palabras o en gestos. Cada texto busca una reacción, no un acción porque creo que pocas personas quieren una acción como respuesta, eso es decisión de cada unoa. Solo la reacción genera una cierta combustión, esos espacios de convergencia energéticos que buscamos escribiendo.
"Sin embargo, no podía escapar a esta maldición infinita: nuestra vida se disuelve en medio de una indiferencia universal. La muerte interroga nuestra existencia y al mismo tiempo le da sentido. A través de ella se realiza la verdadera separación, pero ella es también la llave de toda comunicación. En La sangre de los otros, traté de demostrar que ella rompía la plenitud de la vida y quise demostrar en Pirryus y Cineas que sin ella, no habría ni proyectos ni valores. En Las bocas inútiles, lo contrario, es el horror de la distancia entre vivos y muertos que se me había designado como descripción. Cuando empecé en 1943, Todos los hombres son mortales, pensaba que la vida era un largo vagabundeo alrededor de la muerte.
(...)
Por qué siempre he sentido que tenía algo que decir?
Después de la declaración de la guerra, las cosas habían cambiado, la desesperanza había irrumpido en el mundo: la literatura se hizo tan necesaria como el aire que respiraba. No creo que sea un recurso contra la desesperación absoluta, pero yo no me sentía reducida a ese extremo, al contrario, lo que había sentido era la absoluta ambiguedad de nuestra condición, a la vez terrible y exaltante, constantado que era incapaz de mantener unidos esos dos extremos: me quedaba lejos de los triunfos y lejos también las atrocidades de la vida. Conciente de la distancia entre lo que sentía y lo que existe, necesitaba escribir para hacer justicia a una realidad que no coincidía con ninguno de los movimientos de mi interior. Creo que mucha vocaciones de escritores se explican de manera análoga: la honestidad literaria no es lo que imaginamos comúnmente; no se trata de transcribir las emociones, los pensamientos, que instante tras instante nos atraviesan, sino indicar los horizontes que no alcanzamos a tocar o que a duras penas logramos ver. En cuanto a los que escriben cada uno de sus libros dice mucho y dice muy poco. Que se repita o se corrija a lo largo de los años, no logrará captar sobre la hoja, tampoco en la carne de su interior, la realidad innombrable que lo ocupa. Yo convení que de alguna manera u otra intervenimos en los destinos de las personas y que debemos asumir esta responsabilidad. Pero esta convicción tenía su otro lado, porque sentía que al mismo tiempo que era responsable no podía hacer nada para enmendar. Este fue uno de los temas de Todos los hombres son mortales. Traté de rectificar ekl optimismo moral de mis libros precedentes describiendo la muerte, no solo como una relación de cada persona con la vida, sino como el escándalo de la soledad y de la separación. Así, cada libro me arroja de alguna forma hacia uno nuevo, y porque el mundo se me presentaba desbordante de todo lo que yo podía sentir, conocer y decir".
Me gusta cuando SdB habla de que se escribe para estar en contacto con la opacidad de la vida. Si las cosas fuesen transparentes, nada tendría valor y no habría lucha, sería la inercia.
Imagen de ayer: un estudiante, sobre una banca de la calle Obregón enrollando una tortilla con una delicadeza inusual. Pensamiento instántaneo: gracias a una falta de memoria universal (sería imposible), hay una cierta inocencia.
La sensualidad consiste en atribuirle a nuestras sensaciones el mismo valor que a nuestros pensamientos.
Y un video-clip para aligerar la reflexión (Olivier me hizo oírla cuando estaba a punto de pasar la tesis, neurótica e irritable: y funciona, ouieeee!!!)
http://fr.youtube.com/watch?v=HZyTOROlo9E
Aucun commentaire:
Enregistrer un commentaire