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vendredi, avril 18, 2008

España

A raíz de una pronta ida a la Feria del libro de Valladolid, donde el Perú es el país invitado, me entraron ganas de leer cosas sobre España. Conozco muy mal su historia, pese a haber vivido un año en Madrid y haber ido mucho a Barcelona. De pronto pensé que saber un poco de la historia de España era conocer un poco más la del Perú, siempre con mucha distancia, porque en ese sentido pienso exactamente como Michel Foucault, que la historia es la historia de la experiencia y la de los sujetos que la han escrito. Resulta que en mis lecturas cruzadas, los ensayos escogidos de Juan Goytisolo (FCE), La Celestina (un clásico que no había leído), la biografía intelectual de Michel Foucault de Paul Vayne (sin traducción), y René Girard, especialista del romanticismo, que tiene una lectura interesante sobre los orígenes de la cultura occidental, y el pleito de Millet, hay una cosa en común: la historia del cristianismo que muchos europeos y latinoamericanos consideran como la historia de Occidente. Paul Veyne recuerda los orígenes exógamos, paganos, de la religión cristiana que se nutrió de platonismo, pero también de corrientes esotéricas, justamente por Platón. Más tarde, Plotino rehabilita la influencia estoica. Esto va en contra de quienes como mi amigo RM piensan que Europa es cristiana en el sentido puristade este término. El cristianismo, como toda doctrina no es más que el acomodamiento de una serie de discursos a distintas épocas. Goytisolo, por su parte, dice que España rompe con sus influencias árabe-andaluzas en el apoge del reinado de Isabel la Católica. La fecha de ruptura más importante es el Renacimiento (fecha clave para todos los que ven una Europa cristiana) por la proximidad de la coronoa de Castilla con la órbita italiana, sobre todo la de Boloña. La Celestina (siglo XV) pertenece a la etapa de este acercamiento con el Renacimiento que marca una ruptura con el medioevo. Lo que me parece apasionante es que mucha gente se niega, en España, o en cualquier lugar, a reconocer esa errancia del cristianismo que ha sido protegido por la institución, es decir, la iglesia católica. Miraba ayer las noticias de la ida del Papa a Estados Unidos y los feligreses eran mayormente latinos. Por supuesto tiene mucho que ver. Me gusta Goytisolo porque su visión es periférica, marginal, valiente. O sea que seguiré con él y con Foucault, que es apasionante.

Y justamente estos días he recibido un texto de un escritor catalán que tiene que ver con lo que digo sobre la autoficción, compredida bajo la luz del texto de Leiris y el de la tauromaquia. Son parte de un trabajo en proceso en las que yo veo esa marca de un sujeto que no llega a descifrar los signos y los códigos que le propone la época, es decir, los dispositivos: las normas, los discursos en el que no ha participado y que le han sido impuestos. Noto que es un malestar de esta época que se ve en novelas de Manuel Pérez Subirana (ch, el problema no se expone en el lenguaje pero sí en el contenido), de este escritor, Rubén Darío Fernández (que yo veo también como un problema de idemtidad con el lenguaje), como en alguien tan lejano como Rober Walser, de nuevo, Angot (también es el código linguístico el que se recusa, además del discurso dominante, por lo que estaría más cerca de lo que yo me planteo), o incluso Bernhard, que podría tener un lado también muy reaccionario. No menciono las novelas de Philip Roth, porque no me gustan y me parece un autor inflado. A mí me aburren mucho sus novelas, me parecen pedantes insufribles, como las moralinas de Paul Auster... En suma, este fragmento, escrito por un hombre de 28 (o 26?) me ha dejado pensando...

No despreciarse uno mismo para empezar a apreciarse: El primer paso, me lo dijo un sabio. Tengo que sacar mi vida del cajón lleno de extraños polvos extraños, soledades compartidas, músicas tristes y quejicosas, presente furioso.He de ir al psicólogo, me cuentan y recuentan, porque no estoy bien. Necesito tanto cariño. Siempre la cago por las noches, y a las menos por los días. Me emborracho ya sea de día o de noche, las más de las veces, y hago todo lo que sería incapaz de hacer sobrio. Soy un reprimido deprimido. Tengo tantas ganas de encontrar un sendero donde expresar mi interior que siento tan diferente al resto. Pero sé que no soy especial, no soy tan diferente al resto de personas. Vivo con miedo. Como dice Carvalho, no se puede beber con miedo, y se añade, no se puede vivir con miedo. Vivo con rencor. Vivo asustado. Vivo desconfiando. Vivo mintiendo. Mintiéndome. Vivo solo. Terriblemente solo y he de alcanzar la paz en mi interior o amoldar mi entorno a mi terrible inestabilidad. He rechazado a mis padres como tantos jóvenes han hecho antes porque me han hecho y les han hecho que nos rechacemos a nosotros mismos y rechazándoles reafirmamos todavía más nuestro rechazo a nosotros mismos. No es el sexo, ni las drogas, ni la falta de conexión con la gente cercana. Es miedo. Miedo al rechazo. Necesito ser aceptado, deseado, querido con cuerpo y alma. Ay Alma mía. Tú que me has abandonado sin dejarme. Soy un incapaz pero mucho menos que tú. Incapaz de comunicar lo que siento porque lo que siento, siento que no cae en gracia. La gente me asusta y acabo asustándolas yo también. Miedo a tanto miedo de dar y recibir miedo. Tantas ganas de llorar a mis cuarenta tacos. Tanta rabia acumulada por la gente que ha ido abandonándome y he ido abandonando. No sé dónde hallar lo que busco porque esta eterna búsqueda en que nos sumergimos cada ser humano no tiene objeto. Sino sujetos. ¿Es la muerte en vida lo que me asusta? La penuria del ser no acepado, qué gilipollez. Sé que aceptarse es primordial. ¿Pero cómo aceptarme si no acepto mi entorno? ¿O es que acaso no acepto mi entorno porque yo no me acepto?

2 commentaires:

Rocamadour a dit…

Patricia, como te decia, hay una cercanía de temas entre el escritor de 26/28 con una de tus novelas, temas como la violencia, el miedo, el objeto convertido en sujeto. Te cito un fragmento del Último cuerpo de Úrsula:

"Quiero hablar de esa violencia que se convierte en sujeto, en presencia que se pasea por nuestras vidas, siempre al alcance; y digo presencia porque, cuando pensamos en ella, no lo hacemos como en algo que nos pertenece, sino como si estuviese separada de nosotros; es decir, como si fuese autónoma y ajena a nuestra voluntad. No me reconozco en mis actos violentos, porque me asustan; yo he tenido mucho miedo de esa violencia sin dueño y sin nombre que me ha obligado a acercar la mirada hacia mi misma, una mirada que se ha hecho cada vez más dura, más inmune a mis mecanismos de defensa, una mirada desnuda".

Rocamadour a dit…

Releyendo Egipto, de Manuel Perez S., encuentro justamente lo que tú dices, el malestar de la época, la necesidad de buscar mediante la creación las herramientas para enfrentarse a los automatismos, la monotonía, la parodía, la falsedad de la sociedad actual; al afecto y a la violencia. Te dejo estos fragmentos, escritos con la ternura que queda en un disco muy viejo.

"A veces vivir es una cosa muy extraña y triste. En eso he estado pensando esta tarde mientras regresaba a casa paseando. En días como hoy me siento demasiado extranjero bajo mi piel humana. Aparentemente todo es claro y comprensible, y sin embargo es como si de pronto me diera cuenta de que apenas consigo entender nada de lo que está ocurriendo bajo ese manto de normalidad, como si fuera un robot que conociera todas las palabras y supiera lo que se debe contestar en cada caso, pero no el significado que aquéllas encierran".

"Y sin embargo miro en mi interior y no encuentro más que una especie de ternura culpable que por momentos me hace desear alejarme de él, sacudirme de encima su amistad. Sí, hay algo triste y desconcertante en el hecho de que los demás te quieran. Existe en el sustrato de toda amistad una sospecha melancólica, desconcertante, a saber: que los demás creen en nosotros mucho más de lo que nunca nosotros podremos creer en nosotros mismos".

"Resulta extraña y desconcertante la resignación con que alguna gente acepta finalmente que todo ha pasado; resulta extraño que no haya cataclismos mientras todo queda atrás y se pierde, que la gente y las ciudades y las relaciones se renueven y sustituyan como se renuevan y sustituyen los días y los años: sin sorpresa, con resignación, fingiendo el olvido. Me conmovía esta tarde, mientras recorría la ciudad con el coche, comprobar algo completamente obvio, pero no por ello menos desconcertante: que el mundo exterior es indiferente a nuestros recuerdos y que nuestro paso por él, aunque en su momento nos creyéramos poco menos que dioses, no deja huella alguna".