Hace poco salió en México un Diccionario de la literatura mexicana (de arranque, hacer un diccionario significa hace run compendio reducido, es decir, que a eso se reduce la literatura de ese tiempo????) que abarca, o pretende, abarcar lo más importante escrito entre 1955-2005....guau!!! El autor es Christopher Domínguez Michael (ejem) y que ha generado todo un fuego cruzado (balas y algunos comentarios interesantes) como ha sido un poco en el Perú la discusión entre andinos y criollos y que para mí marcaba una división política en la literatura: ricos y pobres, blancos y cholos, los que tienen derecho a la palabra a través de la propaganda y los que no.
CRM, para simplificar tanto aparato en el nombre, es un crítico que equivale a Gonzalez Vigil en el Perú, su crítica es social, pero poco filosófica y se olvida, sobre todo del lenguaje, además, como lo dice Nicolás Cabral en un artículo publicado en un diario aquí, es alguien que confiesa que no entiende la intimidad con el lenguaje... C est du jolie!! Me asombra cómo la crítica hispano-americana (a los que piensan con un poco de independencia, los borran) sigue siendo tan ingenua, tan felizmente ingenua, como si el cánon literario no hubiese sido tocado por ninguna de las crisis modernas, empezando por la crisis con el lenguaje que, sería para mí, más grave para nosotros que somos el resultado de una relación violenta. Yo veo una crítica neo-colonial, conservadora, pobre. Lo siento pero cada vez que encuentro una, me aflijo porque me doy cuenta que somos epigonales en el pensar, que no salimos de la dependencia y que cuesta pensar con instrumentos individuales. La crítica en el Perú, es netamente conservadora, racista y misógina. Vive atomizada y no comprende que el mundo ha cambiado. En España, no sé, hay que leer a Goytisolo para comprender que no es muy diferente y que hasta ahora vivimos con un cánon del siglo XIX!!! Cuando Manuel Vincent se atrevió a decirlo, se armó el lío. No se puede pensar con independencia? No siempre, pone en duda las reglas tribales y eso aterra. En Francia, pas le paradis, aunque hayan libros para defender una posición independiente: Blanchot, Butor, Jacques Ranciere, Robbe-Grillet, Nathalie Sarraute, Beauvoir, Walter Benjamín (y su texto sobre la crisis de la narración). Y Michel Foucault en Las palabras y las cosas... Y se me quedan nombres....
Si una revista como Letras libres, aburrida provinciana y conservadora dictamina el cánon en el ámbito de idioma castellano, algo anda mal, es como decía Godard: si los fabricantes de Renault se consideran creadores, hay ahí un malentendido!!!
Sigue el artículo de Nicolás:
A propósito de un diccionario
Por Nicolás Cabral
¿Una comedia de la desaprobación? Sin duda. Rafael Lemus no se equivoca en las definiciones, pero tampoco se priva de participar en el fandango.
Hagamos un breve recuento, para utilidad de los lectores. Christopher Domínguez Michael publicó, a fines del año pasado, su Diccionario crítico de la literatura mexicana (1955-2005). El escritor reunió, en un libro financiado por el Sistema Nacional de Creadores y la Fundación Guggenheim, notas publicadas en Reforma y Letras Libres, así como algunos pasajes de libros aparecidos con anterioridad, principalmente la Antología de la narrativa mexicana del siglo XX (1989 y 1991), Tiros en el concierto (1997) y La sabiduría sin promesa (2001). Eso no es todo: lo publicó la editorial del Estado, el Fondo de Cultura Económica. En suma, un negocio redondo. Como era de esperarse, la revista Letras Libres arropó el volumen con la reseña principal de su sección de libros, un texto entusiasta de Lemus. Los elogios, sin embargo, han escaseado a partir de entonces. Víctor Manuel Mendiola publicó en Confabulario (12 de enero) una aguda aunque insuficiente –por contextual– crítica, a la que siguió una carta delirante de Guillermo Samperio, publicada en El Financiero el 17 de enero. El primero cuestiona la correspondencia entre el título y el contenido; el segundo pide, con argumentos deplorables, que la editorial retire el libro de circulación. Domínguez Michael ha esgrimido titubeantes justificaciones en Milenio (26 de enero), Reforma (30 de enero) y El Universal (31 de enero), pero la defensa más articulada –y apasionada– de su diccionario no ha salido de su propia pluma, sino de la de Lemus, que la publicó en este mismo suplemento el 2 de febrero mientras, paralelamente, en Laberinto de Milenio, aparecía un nuevo cuestionamiento, esta vez a cargo de Heriberto Yépez, que no ha dudado a la hora de calificar de deshonesto el trabajo de Domínguez Michael. A estas intervenciones hay que sumar la visceral y reiterativa respuesta a Lemus de Mendiola (que ha decidido tratarlo como títere anónimo) del sábado pasado y el pueril elogio de Valeria Luiselli en la última edición de El Ángel de Reforma (10 de febrero) –un texto que, preparado en realidad para la presentación pública del libro, comienza con una frase curiosa: “La tradición crítica, hay que decirlo, es nuestra única defensa frente a escritores y lectores solipsistas, que confunden la creatividad con el bricolaje”; ¡los críticos nos protegen de la amenaza que representan quienes escriben y leen en forma indebida!
Más allá de la saludable –incluso deseable– discusión de libros como éste, el asunto no carece de ribetes perturbadores: en esta alfabética antología de reseñas y ensayos descubrimos, con asombro, que Enrique Krauze es un escritor y que Julieta Campos no merece una mención, que Hugo Hiriart amerita once páginas y Margo Glantz apenas una. De Domínguez Michael podrá decirse cualquier cosa, pero no que ignora para quién trabaja. Sin embargo, me preocupa no sólo la condición servil de ciertos textos y la confusión conceptual del título –crítico no es sinónimo de personal, por más que Domínguez Michael y su defensor se fatiguen en asociar los términos– sino también la retórica empleada en la intervención de Lemus. Hablo concretamente del tono, que parece surgir de una creencia de superioridad a la vez moral y estética. Ingresa a la polémica rebajándola a “comadreo”, para luego identificar a quienes osan cuestionar el Diccionario con los enemigos de la crítica literaria, representantes de un autoritario síndrome antiintelectual. ¿Lo dirá en serio? Para él la crítica verdadera, esa que no es “humilde ni silenciosa”, es su monopolio. Los demás, por supuesto, son partícipes del comadreo. Al parecer, hay que temer lo peor: a decir de Lemus se viene la persecución encarnizada de los intelectuales. Una muestra del mejor magisterio de Dalí: la paranoia crítica.
Harold Bloom ha dicho que de sus maestros aprendió a preguntarse, antes de acometer la crítica de un texto, qué razones llevaron al autor a escribirlo. Me lo pregunto ahora, luego de leer, un tanto confundido, dos defensas del mismo libro escritas por la misma persona. Si uno echa un vistazo a las reseñas de Lemus descubre, bastante pronto, que su concepción de la literatura es básicamente opuesta a la de Domínguez Michael. Lemus busca –y a veces consigue– explicar la escritura que da cuerpo al texto. El caso de Domínguez Michael es distinto: el evidente desprecio por cualquier elaboración teórica de orden estético lo ha llevado a un callejón sin salida; en tanto su retórica es demasiado sinuosa, dispone exclusivamente de argumentos históricos, sociológicos, políticos e incluso esotéricos para explicar la literatura de nuestro tiempo. Es incapaz de comprender la forma, de ahí que logre glosar, muchas veces con fortuna, las ideas de los ensayistas mientras nos ruboriza con sus incompetentes argumentos sobre la poesía, el teatro y la narrativa contemporáneos. No hablemos ya de su escaso rigor: en la entrada correspondiente a Amparo Dávila, Domínguez Michael coloca una nota sobre… Cristina Rivera Garza. (Por lo demás, que un melómano confeso escriba Gleen [sic] Gould obliga a desconfiar.) La cuestión, entonces, es la siguiente: ¿por qué en su nota de Letras Libres Lemus leyó contextualmente el diccionario, apurando sus críticas a las carencias del autor para llegar, lo más pronto posible, al elogio moral? Que cada uno saque sus conclusiones.
La situación, francamente, no deja de sorprender. Cuando, en las páginas de la revista Cuaderno Salmón (no. 4, primavera de 2007), en una conversación entre ambos escritores, el más veterano declaró tener dificultades para “entrar en la intimidad del lenguaje”, no pude dejar de preguntarme: ¿Con qué autoridad se escribe crítica literaria luego de semejante confesión? No es que fuera necesario hacer público el hecho, cualquiera que tiene entre sus actividades la lectura puede constatarlo, pero ese gesto de aparente honestidad debería tener consecuencias prácticas. Domínguez Michael es un estupendo memorialista e historiador de las letras, además de un fino retratista, pero carece de condiciones para ser un crítico relevante de literatura contemporánea: su alergia a la teoría vuelve su discurso intermitente y caprichoso, y su voluntad de ser el comentarista por excelencia de la literatura nacional lo ha incapacitado para explicarse a los escritores de México desde referentes ubicados fuera de las fronteras del país (salvo, acaso, el Panteón francés). Por lo demás, es evidente que tiene dificultades para distinguir a los artistas de los escribanos.
Pero volvamos al sospechoso tono de la defensa de Lemus. ¿A quién defiende, en realidad? No tanto a Domínguez Michael como a cierta manera de hacer crítica, que no es otra que la suya. Las otras prosas involucradas en el “comadreo” son, según dictamina, “miserables”. De ahí se desprende, ay, la indisimulada satisfacción vanidosa que Lemus siente por su propia escritura y, por extensión, por su personaje: el crítico bravucón. Pero me temo que sus argumentos terminarán por ubicarlo como una suerte de Indio Fernández –en el peor de los sentidos, claro– de las reseñas de libros. No importan las ideas o el diálogo, no hablemos ya de la humildad o la paciencia. Para no ser confundido con uno de esos críticos débiles, con uno de esos criados que, según deduce, Mendiola y Samperio solicitan, termina componiendo un enrarecido elogio de ciertas formas de la virilidad: el combate, la vociferación, el protagonismo, el desplante. Es congruente con su manera de entender la crítica, no sólo en el campo literario: recientemente publicó una nota en la que alecciona al cineasta Carlos Reygadas y le dice el modo en que tendría que haber narrado la historia de Luz silenciosa.
El asunto es ¿qué tiene que ver Christopher Domínguez Michael con todo esto? Nos guste o no, ahí está su libro, poblado de deficiencias, arbitrariedades y, tristemente, servilismos. También de momentos inspirados, para qué negarlo. A fin de cuentas, el suyo es un volumen debatible, como tendría que serlo cualquier pretendido canon. Paradójicamente, los textos reunidos en él no vociferan, apenas disfrazan de pertinencia crítica las afinidades personales de un autor comprometido menos con una literatura que con un grupo literario. Es el dilema moral que Domínguez no ha sabido o no ha querido resolver. El problema es suyo y de quienes siguen ciegamente los designios del sector del establishment cultural al que pertenece. Pero ¿en dónde combate, en qué pasaje vocifera? Si el diccionario fuera combativo, en lugar de ignorar a los autores que le repugnan los habría censurado con argumentos. Así las cosas, las fantasías de su joven amigo muestran que éste decidió salir en defensa propia a pesar de que nadie lo había invocado. Y desde esa posición, donde se vuelve dudosa cada línea ofrecida, uno termina por preguntarse si no ha enredado los términos, si en verdad no confunde la valentía con la gesticulación y la buena prosa con el delirio retórico.
¿Qué hay de verdadero, aquí, entonces? Todo. Nada. Sólo la vergüenza, diría John Banville.
Nicolás Cabral es escritor y editor de la revista La Tempestad.
4 commentaires:
Esa alergia a la Teoría literaria que poseen algunos críticos, me es totalmente inentendible. Siempre he pensado que se debe a que no la conocen o no la entienden o jamás la han estudiado. Porque, en mi opinión, ¿cómo se puede hacer crítica literaria sin tener un sostén a nuestras afirmaciones? La Teoría literaria es eso, una herramienta-sostén para no dispararse y hacer una "crítica" salida de las vísceras y no de reflexiones fundamentadas.
Hay excelentes escritores y críticos literarios que en sus textos está esa crítica reflexiva tan importante para hablar de la obra de otro. El ensayo es creación, pero no ficcional, como la narrativa.
Sinceramente, cuando escucho que alguien se expresa de la Teoría literaria de esta forma siento mucha pena porque de pronto se percibe que el mundo no les entra por la experiencia reflexiva, sino por intereses ajenos a la literatura o el arte.
Magda, sí, hay un vacío teórico independiente que deja la posibilidad para ejercer un cierto mandarinazgo. A falta de textos críticos locales un crítico puede ser un cítrico! Pienso en Miguel Angel Rama o en José Carlos Mariáegui (anterior) que sí intentaron hacer una crítica más independientes. Pero, ahora, se siente una vuelta a algo muy conservador con ideas poco oxigenadas.
Haré uso de este espacio democrático para trasladar las reflexiones de quien ha sido mencionado en el post como un crítico o comentarista social. Lo creo justo, ya que para mí y otra gente el parangón entre CRM y González Vigil, me resulta inexacto y lo hago saber para que los lectores de las diferentes partes del mundo, no se queden con sólo una idea.
Por tanto, Patricia aquí te hago llegar la palabra del aludido y ojalá no haya gente que desmerezca mi función de hacer pública la opinión de un crítico, sólo porque dicho crítico sea mi padre:
"Busco adentrarme en el valor literario (principalmente, estético, ligado al dominio del arte verbal) de cada obra; pero considero que la literatura necesita ser ubicada en su contexto social, histórico y cultural. En el espacio reducido de mis comentarios en medios masivos de comunicación, no puedo abordar cuestiones filosóficas que suscitan las obras literarias, aunque esbozo el tema en algunos casos (por ejemplo, mis notas sobre "El cuaderno dorado" de Doris Lessing o la novela con que Alvaro Pombo ganó el Premio Planeta).
Por ello, debido a espacio de columna, de forma somera, puedo señalar la complejidad psicológica de los personajes. En cambio, en mis libros sobre César Vallejo, José María Arguedas y el Inca Garcilaso de la Vega, tengo oportunidad de examinar su visión del mundo, con sus diversas fuentes ideológicas (además, de literarias). En un caso (medios masivos) y en el otro (analítico, académico), no utilizo explícitamente un cuerpo teórico-metodológico (aunque varias veces he enseñado teoría literaria en la Universidad Católica) porque quiero llegar a un público no especializado y carezco del fetiche de someter las obras y los autores a esquemas teóricos-metodológicos. Al respecto, mi postura teórica y metodológica la he ventilado en mis dos tesis universitarias sobre Ricardo Peña Barrenechea".
Ricardo González Vigil.
Yo entiendo que la crítica no pueda, ni deba, prescindir de su contexto socio-histórico puesto que yo defiendo la idea de la escritura como un gesto político, en contra de la idea de pureza de la literatura qu ya nadie se toma en serio. Lo que me parece criticable es que justamente cuando se pretende mostrar esos cortes, se ignore cuáles son sus relaciones (y alienaciones con el poder), a nivel de construcción y de forma. Toda crítica literaria es también crítica del lenguaje, del Código, sino no entiendo de qué se habla...
Sin fatalismos, a fuerza de debates, que muchas veces se frivolizan porque no interesa hablar en serio del tema (por ejemplo, sobre la discusión entre andinos y criollos, que es sobre todo política) pasaremos a una critica más independiente y más cotemporánea. Me da la impresión que seguimos defendiendo el modelo de novela decimonónica como paradigma. Y ahí está el problema es en la defensa de los paradigmas estéticos donde se encuenra el conservadurismo. La rigidez de las formas es la rigidez en el pensamiento y es la dominación política. Y eso es lo que pretendo mostrar en los post sobre la novela....
Gracias por el comentario...
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