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lundi, septembre 24, 2007

La confesión

Me resulta curiosa la forma como se produce una cierta liturgia en la confesión, quiero decir cuando hablamos sin máscara y sin maquillage. Es como si el que escucha, tú, tuviese que dar la absolución, y entonces, eso, compromete, y no siempre voluntariamente.

Hay una impudicia de la primera persona, pero también un riesgo, el de que no nos escuchen. Hablando de escuchar, a veces, descubrimos que con algunas personas, hemos estado hablando solas, y, cuando esto ocurre, algo se nos estrella, algo se rasga. Hay amistades que terminan con un portazo, otras con una carta, o un simple adiós. Hay un fragmento de Pascal Quignard que me parece elocuente sobre esto de los adioses: Nunca conocemos lo que termina en el instante de su verdadero final. Todo adiós es una palabra que queremos que concluya con algo. Y sin embargo no empieza nada ni termina nada.

Se puede concluir lo que nunca existió, y no hay algunas relaciones que son como una caverna llena de sombras, y que nos obligan a buscar la luz? Sí, siempre termina por aparecer una luz interior que nos permite ver qué experiencia, qué y quienes nos escuchan y quienes nos quieren. No sé por qué, pero tengo la intuición que por una cuestión muy concreta (exclusión, marginalidad), muchas mujeres hacemos de nuestras relaciones amistosas y amorosas relaciones de sometimiento y entregamos el látigo al verdugo.
(A refléchir...)
Se quema el osobuco!
Comprado una biografía de Elena Garro aparecida en Lúmen...

1 commentaire:

Baakanit a dit…

"relaciones amistosas y amorosas relaciones de sometimiento y entregamos el látigo al verdugo.
"

Muchos hombres estarían en desacuerdo, ya que a veces somos nosotros los que nos sentimos sometidos, bajo las marcas de los latigazos.

Saludos