Hay días en que tengo la impresión en que no me puedo dirigirme a nadie, días en los que parece evidente que hay pocas personas dispuestas a escuchar, o que sí existen, están lejos. Pero siempre aparece una frase, algo que libera:
El individuo es como una la que se levanta en la superficie de agua. No puede separarse completamente. Y cae enseguida en la masa solidaria que lo devora. Cae siempre en el movimiento irresistible de la marea que la mueve, Pero por qué no levantarse siempre?
Sombras errantes, Pascal Quignard.
Porque tratar de construir con el lenguaje es hacer que nuestro grito de rebelión sea canto, bálsamo, movimiento, armonía. Ayer, durante la fiesta del cine francés, previa comedia francesa bastante divertida, me doy uenta de que la mayoría de personas, sobre todo los que vienen de Francia, son sensibles al prestigio que da la litratura, a su valor como ascensión social, a su valor de representación y de cambio, pero para nada a su valor más importante, la salud y el equilibrio espiriritual. No lo puedo entender, es decir, cuando me hablan de los libros como plusvalía, me vienen náuseas, ganas de echarme a rodar por el piso en plena pataleta. Me siento profanada, usurpada, rebajada. Sino fuese porque sé que hay unas cuantas personas con las que puedo compartir una conversación auténtica, sin afectación, solo con afecto, abandonaría.
Se puede ser benevolente porque sino creo que estaríamos muy soloas, con una o dos personas y nadie más, pero no se puede olvidar quiénes somos ni qué buscamos. Ayer, sensación de que, ciertas circunstancias, ciertas luces nocturnas, nos hacen ver las cosas de otra manera. En medio de mucha gente, de miradas que se cruzan sin rozarse realmente, de risas, gestos, frases, yo siento mi aislamiento, siento que y he elegido otra cosa. Y entonces, aquí estoy.
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