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dimanche, septembre 24, 2006

La escritura o la vida


Es extraño, sentirse alejada de las cosas que dicen los demás, de los cientos de lecturas y películas que conoce Michael, por ejemplo, de todas esas lecturas que va mencionando entre las que salen nombres nuevos. Por ejemplo, yo no he leído a Bruno Schulz y Michael, sí, tampoco he visto la película que hizo Beckett sobre Buster Keaton... etc... A mí me interesa saber las cosas y abarcarlas a la vez, vivir con ellas, sentir con ellas... No, yo no quiero solamente la escritura como se dice, yo quiero la escritura y la vida. A veces, siento ganas de decir toda la verdad sobre lo que siento, decirla sin interpretarla, en bloque, en vrac, como se dice en francés. A veces siento que me alejo de la vida con tantas lecturas, que, a fuerza de leer y pensar ya no vivo en la vida, ya no estoy viva sino disecada... Y yo quiero la vida, quiero la vulgaridad de una vida, para el resto basta mi cabeza, mis ganas de decirlo todo y estar siempre contenida, a punto de vaciarme como si fuese a saltar un precipicio y alcanzar un terreno firme donde poder abrir los brazos y danzar. Es rara, por otro lado, esta sensación de libertad.
Tengo un sueño dando vueltas en la cabeza: X y yo en medio de una sala llena de juguetes. Yo temía que mis sobrinos llegasen y se asustarán al vernos echados sobre la alfombra, pero él insistía en que nos mantuviésemos así y yo no sabía qué hacer... Ganas de decir todo sobre X pensando en el libro de Christine Angot, Rendez Vous. Dice: al principio el banquero no me atraía, me decepcioné el primer día que lo vi y deseé que fuese otro... Yo pensaba: la primera vez que vi a X pensé que era otra persona, que me había equivocado, me impresionó por su tamaño, pero no lo recordaba así, entonces me enfadé por mi falta de memoria y quise irme, pero luego un gesto ( a lo mejor su parecido con un escritor), en un café, el hecho de coger mi celular que se había quedado pegado y hacerlo funcionar, esa bondad (y esa paciencia), me hizo sentir en confianza y la seducción se instaló; empecé a confiar definitivamente, definitivamente y con los ojos cerrados, queriéndolo casi de inmediato. Apareciéndome, él, como una persona hermosa, llena de ternura, un encanto netamente viril, no sabría explicarlo... Además no estaba acostumbrada a ese tipo de belleza masculina...
O tal vez sucedió lo lo mismo que describe Angot, enredada en los circuitos afectivos que se ponen en marcha. Y es automático, más allá de lo que pueda inspirarme una persona... Yo sé que podría decir todo sobre alguien, dar curso a esa especie de lucidez que abarca varios aspectos de la experiencia, podría hacerlo, pero tampoco estoy segura hasta qué punto no sería ficción. Yo no deseo alejarme de la vida, no, no como decía Duras, la escritura se impone en la vida, o cómo responde uno de los amantes de Angot cuando ella le confiesa que tiene miedo que no exista más que la escritura entre ellos, él dice: para mí, la escritura podría llenar una vida entera.
Son las dos cosas juntas, escribir y la vida, o la vida y escribir, nunca tener que elegir entre las dos, eso sería como la muerte... La vida es cuando un libro me ayuda a comprender, cuando una frase, perdida en una página brilla y me señala el camino y ya no me siento perdida, por eso leo entrecruzado, ahora, el diario de Stendhal, La correspondencia de Flora Tristán, y la novela de Christine Angot. Todo el mundo me dice en la Residencia: cómo puedes leerla tú, que escribes tan diferente, a Angot?, pero yo desearía escribir con ella, con esa soltura, esa vivacidad. Para mí una escritura debe estar viva no muerta, una escritura deber ser como una vida, debe tener aliento, no textos disecados que no transmitan nada, ¿Por qué leo a Angot? Porque hay algo de Celine en ella, algo que realmente me gusta y porque para escribir hay que leer de todo, Stendhal y Angot, Duras y Millet, todo, de todo. Y además yo no escribo diferente de ella, yo escribo, simplemente, y no deseo ver más retratos de mujeres hechos únicamente por hombres. Sí me gusta que sean también ellas, las mujeres, las que se atrevan a decir cosas sobre los hombres, que se atrevan a clasificarlos, a contar su propia versión de las cosas. En el cine no, le digo a Michael en el cine, algunos hombres han hecho retratos de mujeres extraordinarios, Persona, de Bergman, Una mujer bajo influencia de Jonh Cassavettes, y Rachel, Rachel, de Paul Newman o Jules et Jim, de Francois Truffaut...
Retratos como yo nunca construiré el mío, ocupada en terminar tantas cosas, una tesis, pensando en la vulnerabilidad de otras personas, a veces, con miedo. Ni siquiera sé si deseo enseñar, creo que le pasa a todo el mundo, además, no sé si podré, no sé si llegaré al final...


Recuerdo las manos de la joven mexicana que me secaba el pelo en la peluquería de la colonia de La condesa, recuerdo que me preguntó: ¿regresará? Y le dije que no sabía, pero seguro que sí, que regresaría, y ella me dijo, entonces siempre vendrá a secarse el pelo aquí?, porque no había llevado secadora al D.F, y pensé que sí, que sería bonito que siempre me sequen el pelo allí, ella, apenas una adolescente.
Recuerdo los colores del departamento de X, la luz en la ventana, su rostro radiante cuando me ve...
O pienso en el bar de la calle Mandri en Barcelona, en un rostro inclinado, la amabilidad de ese rostro, todo parecía indulgente, la vida, las cosas, la seguridad... el desarraigo estaba lejos...
Creo que he soñado con una casa en San Angel, y una en Barcelona, una donde me gustaría vivir, aunque siempre está Lima, mis sueños con ese mar de Lima, con mi casa, mi familia, mis amigos, con su paz, con verlos, y quedarme retozando al sol...
No quisiera gastar energías en querer a personas que no valen la pena, como escribe Angot, ni que se me cierre la garganta antes de dormir porque las exigencias aumentan, aumentan con las lecturas, y tengo miedo de aburrirme conmigo misma, miedo de darle la vuelta a la experiencia, porque sí, debería decir todo, o casi, sobre lo que pienso en ciertas momentos y sobre ciertas personas, ser coherente, pero soy débil frente a mis afectos, los circuitos afectivos son mi tela de araña, cuesta salir, a veces es lento, alejarse como una cámara que va ensanchando la escena.

Elisabeth, escritora de biografías sobre mujers célebres: Tienes todo, belleza, talento, todo. Pero solo hay una cosa que importa: el afecto, affectio, Elisabeth. Los libros ayudan, sí hay que leer para no repetirse, para abarcar más espacio, para conocer qué dicen y piensan otras personas, para eso también es bueno, pero sin alejarse de la experiencia, sin transformar todo en ficción aunque la necesidad de escribir se imponga, así, como ahora, dictada casi de memoria, este texto que se está haciendo largo, es casi un vicio, casi una enfermedad, y habría que poner un punto final.


Foto: Christine Angot, autora de Rendez-Vous.

2 commentaires:

A. Ele a dit…

Sobre César Vallejo Post-Guerra

OCUPACIÓN ALEMANA Y CENIZAS HÚMEDAS
( Por: Alan Luna )

Georgette lleva en manos a un Vallejo escrito y póstumo, olvidado entre kilos de azúcar y botellas de aceite. Ella va indignada pero serena. Piensa cada hecho. Mide cada paso. Las cosas no han salido como se esperaban, ni mucho menos. Después de la muerte se descubre la cotización de una vida. Los mercaderes del apuro y el miedo han dejado perderse las mejores herencias en hogueras de esquina y sótanos de incomprensión. El día es gris de puro desgano. Una mujer, fuerte y sola, camina por las calles de París, llevando el más lúcido de los rompecabezas: la obra inédita y póstuma de Vallejo. Pero…el olor a guerra asoma ya en la boca de las esquinas. Y todos andan de prisa.

ANÉCDOTA (VALLEJO, “Obra Poética Completa”, Mosca Azul Editores. Apuntes Biográficos sobre César Vallejo, pág. 396 - 397, Por Georgette de Vallejo)
Dos semanas después de la muerte de Vallejo empecé a copiar a máquina, en cinco ejemplares, todas sus obras inéditas. Las guardaré 35 años. Poco antes de la invasión de Francia por las fuerzas nazis alemanas, cediendo en un momento de debilidad a un sentimentalismo que iba en contra de la voluntad de Vallejo., me dirijo a la Legación del Perú en París, y expongo a estos señores: “Van a bombardear. Convendría trasladar, me parece, los restos de César Vallejo, al Perú…” No sin altivez y desprecio, oigo que me contestan: “Esto… se verá en momento oportuno”. Por ingrata coincidencia, esta contestación es la que me diera textualmente la familia de Vallejo a quien he escrito en el mismo sentido: “Eso se verá en momento oportuno”. Y es la misma familia que escribe a la Legación de París preguntando si “esta persona con quien vivía Vallejo es su mujer legítima”.
Más tarde, al hacerse más inminente el peligro de invasión, regreso por segunda vez a la Legación peruana a la que llego con un paquete pesado bajo el brazo. “Aquí, señor –digo- está la obra en prosa completa e inédita, como usted sabe, de César Vallejo. Entrados los alemanes en París, dudo que el expediente de comunista que tengo en la Prefectura haga muy firme mi cabeza sobre los hombros. Si, la guerra terminada, aún estoy viva, usted me la devolverá. Si he desaparecido usted sabrá qué hacer con ella… Con fe se la entrego y la deposito en sus manos”.
Recibo naturalmente todas las más agradables garantías y me retiro.
Pronto, los alemanes están a las puertas de la capital cuyos habitantes queman en los depósitos todas las reservas de alimentos en conserva. Llueve y el viento lleva y cubre todo de un hollín mojado y aceitoso. Teniendo que recoger no recuerdo qué documento en la Legación del Perú, ahí regreso por tercera vez. Está vacía: todos los diplomáticos han huido a Bordeaux. Sólo queda el portero, un español, don José, a quien Vallejo le estrechaba la mano ante el mayor asombro de sus compatriotas. “Suba, por favor, -me dice- suba y le traigo ahora mismo su papel”. Subo y entro al salón que ya conozco y donde sobresale la gran chimenea de mármol blanco. Veo, asombrada, que está cubierta de kilos de azúcar, de tallarines en paquetes, velas, sal, botellas de aceite, sardinas en lata… y, mezcladas a todo ello, páginas escritas a máquina… páginas y páginas… Por la ventana dejada abierta, el viento ha penetrado y están también salpicadas de hollín y medio mojadas. Distraída me acerco, maquinalmente tomo una de ellas… Lo que veo es apenas creíble: todas estas páginas son las obras inéditas de Vallejo. Ni siquiera olvidadas, al último momento, en la huida, en el cajón de algún mueble. No. Están aquí, tiradas, manchadas, sucias, inservibles… Cuando el portero aparece, ya he recogido la obra de Vallejo. Tomo el papel que me tiende don José: ¡Muchas… muchas gracias, don José… Don José, adiós!
Aquí tienen los hacedores de anécdotas, el testimonio imborrable de lo que representaba César Vallejo a los dos años de su muerte, hasta para los peruanos de la Legación Peruana.

Lima, febrero de 1973
Georgette de Vallejo

Anonyme a dit…

Que post para más hermoso, me hubiera encontado que no lo acabaras nunca.

Fernando.