Pages

jeudi, septembre 07, 2006

La confusión de géneros


La hermosa frase de Jean Paulhan : Si las palabras no cambiaran el sentido y el sentido las palabras, a mí se me ocurrió esta mañana que podría decir también: Y si el silencio cambiase el sentido y no siempre las palabras... Esto, a raíz de que venía leyendo los comentarios de la “Rentrée littéraire” (la aparición de las novedades del año, para los premios, etc...) en Francia. Una cantidad inimaginable de libros, como en España, seguro, de los cuales solo unos pocos son rescatados por la crítica, con criterios diversos, a veces incomprensibles. Yo no sé qué se busca transmitir cuando se habla de “literario”, en principio, creo, el ejercicio de lo que significa escribir y crear a partir de un lenguaje. Y sin embargo, me da la impresión que las palabras se alejan cada vez más de su significao, volviéndose cada vez más artificiales, menos vitales y casi decorativas. Escribir no es decorar un texto, no es contar simplemente una historia, ni un perffomance de lenguaje, es, prefiero pensar, algo más. Es una manera de jugársela, como en toda partida limpia, hasta las últimas consecuencias. Por eso, me impresionan los escritores (as) ingenuoas (hagamos la fusión para hablar en los dos géneros) , felices, sin angustias. Cité a Octavio Paz en post anterior, quien decía que, en nuestra época, escribir había dejado de ser un artificio. Hemos perdido la ingenuidad de las palabras, las usamos y creemos en ellas, pero también conocemos sus límites en la comunicación. Camille Laurens dice algo muy interesante a propósito del amor, dice que siempre se ama lo que se proyecta en el otro, no a la persona misma. No sé si es del todo cierto, también se puede amar que el otro sea un enigma, un espejo turbio, es demasiado complicado decir es esto o lo otro. Con el lenguaje sucede lo mismo, me gustan las personas que escriben desde ese lado, es decir, habiendo removido todos los esquemas y conscientes de que su trabajo es humilde, una historia de amor y desamor, una especie de búsqueda de la piedra filosofal. El lenguaje es el reflejo de nuestra época, y cuanco Rimbaud decía que había que ser “completamente modernos” significaba que ya no podía escribir como Rabelais, ni como Corneille, ni siquiera como Víctor Hugo. Rimbaud estaba de pie en el mundo, se fue al Africa, se volvió un simple comerciante sin importarle que en Francia se le celebrase como un genio. Esa expresión suya del cuadro de Fantin Latour (está en el Museo de Orsay) es elocuente, dice en intertexto: qué hago aquí, me aburro.
La biografía de Jean-Jacques Lefebre sobre Rimbaud es otra fuente muy buena. Entiendo su sed por aprender idiomas, su gusto por el mundo árabe, el anglosajón (durenta su estadía con Verlaine escribió “The Paintings”, lo que se conoce como “Las iluminaciones", trabajo de exégetas, pasemos.), pero también su hartazgo. Si no nos damos cuenta de que el lenguaje aspira, inútilmente, a decir algo (Camille Laurens dice algo que yo también he pensado: si el lenguaje no repara nada, no ayuda a comprender nada, ¿para qué escribir?), a comunicar sensaciones, imágenes, situaciones, y, para las mujeres, a nombrar, estamos un poco perdidoas. No podemos pensar que el lenguaje es análogo a la realidad o la representa tal y cómo es: Yo no sé qué es realidad, sólo conozco la subjetiva.
Incluso diría que me resulta cándido pensar que después del Surrealismo (Lautréamont), del cubismo (Picasso siempre decía que no pintaba lo que veía sino lo de su cabeza, pero ¿quíen no?), se siga pensando que escribir es un oficio, una profesión (re-re-sic)... Sin querer caer en un Idealismo absoluto, tampoco relativismo, es cierto que hay confusión. No sé quién sabe qué sucede con los que se dicen “escritoreas” y aspiran al estatus de una especie de chaman, predistigitadores del futuro, gurús, y no sé qué más. Lo único que sé es que si alguien desea decir algo en público tendrá que hacer esfuerzos por enriquecer su visión del mundo para no repetir lo que todo el mundo sabe. Cualquier persona es inteligente (y cada vez más pienso yo por la información que recibe) y capaz de entender un libro, dixit “complicado”. Esto lo repito hasta la saciedad. La literatura como un ejercicio elitista es una idea ancrónica, reaccionaria, estúpida. Mañana que me toca ir a Alemania para un festival de escritoreas internacionales (hummmm) me pregunto si no me encontraré con lo personas que se pisan la levita y mujeres de mirada tiesa. Me interesa el lado humano de los escritores que se atreven a decir lo que otros no se atreven, que se atreven a atravesar la línea de lo establecido, no por impostura, ni por ambición, sino por convicción y cierta integridad. Nada de héroes, simples comunicadores que desean eso, darse de golpes con las paredes hasta sacar algo, una frase limpia, brillante, y que signifique. Y me gusta este epígrafe que usa Laurens en su novela, es de Bergman, de Escenas de una vida conyugal. (mi adorado Bergman, lástima que no lo haya conocido):

Marianne: ¿Crees que vivimos en una confusión total?
Johan: ¿Tú y yo?
Marianne: No, todos nosotros.

Nota de la autora: Jean Paulhan ha escrito un ensayo interesantísimo sobre la literatura que lleva como título Las flores de Tarbes. Lo concibió una tarde que estaba sentado en el Jardin Massey y se puso a ver las flores de Tarbes. Además fue director de la Nouvelle Revue Francaise, de la editorial Gallimard, y obre todo, el hombre a quien una mujer dio como prueba de amor la más hermosa novela erótica que se ha escrito: Historia de O, de Pauline Réage. Un detalle: la escribió para seducirlo porque no se sentía bella y pensó que lo conquistaría con este libro. Al final, todo acto de amor verdadero es también un ejercicio linguístico.


En la imagen, Arthur Rimbaud, en el cuadro de Fantin Latour, junto a Verlaine, en la famosa reunión de los "Zutistas".

Aucun commentaire: