Pages

jeudi, septembre 21, 2006


Hoy, caminata pensando si se puede creer en la empatía, en la capacidad de los demás de ponerse en el lugar de los otros. La falta de generosidad en la relaciones, los miedos, las fobias (femeninas y masculinas) hacen que no podamos establecer ningún contacto. Una a veces cree que basta con entregar afecto para recibirlo, que basta con buscar la belleza interior para crearla, y no, no es sencillo. Siempre tenemos que estar reconstruyendo todo, tratando de embellecer lo que vivimos, deseando que los otros estén a la altura, que nos acompañen. Es lo que se conoce con el “compartir”, creo que es uno de los sentidos esenciales de la vida. Sin eso, la soledad es una lápida, una cosa que se te pega al pecho y es fría. Pero, ¿cuántas personas están dispuestas?, ¿cuántas personas podemos dejar de lado nuestra vanidad y entender que todos estamos solos y que lo único que cambia esa certeza es la palabra, el gesto, la caricia? Siempre he buscado personas que de alguna manera sienten lo mismo, una forma de mantenerme a salvo del desafecto y el desapego que avanza con la edad y las cosas que se deben ir enfrentando. En las sociedades post-industriales las relaciones humanas se empobrecen, se hacen rígidas, el aislamiento es duro y la gente la padece. Entonces, hay que ir hacia esos espacios donde podemos ser lo más parecido a lo que sentimos, lo más cerca. Eso me lo repito, luego pienso: hay dos formas de estar mejor en el mundo, la primera es con humildad y cierta rebeldía cuando algo nos ofende o nos rasga la dignidad, la segunda, de una manera cínica y desapegada, avanzando hacia una ausencia de riqueza interior, desencantada.
Anoche, había un cielo estrellado, hermoso, tan hermoso, que quise que alguien que creía cercano compartiese conmigo ese instante. Por supuesto, ignoré la situación de mi interlocutor, su falta de atención, su instante (algo que siempre desconocemos si no nos la comunican), y recibí una especie de cachetada, una especie de portazo con el que me fui a dormir desalentada y pensando en por qué, si yo solo deseaba compartir, recibía a cambio una respuesta tan poco empática, tan pobre. Hoy me levanté pensado que tal vez, la comunicación verdadera es imposible, y que había que aceptar esos imponderables como los límites de la experiencia. Yo había disfrutado de esa noche llena de estrellas, mirando la torre del monasterio, su sombra casi temblando integrarse a ese cielo, y con eso bastaba. Querer compartir ese instante, es quizás solo un deseo, como la vida compartida, como todo lo que más deseamos, pero esa es también su combustión. Hay relaciones que se comvierten en noche y hay relaciones que se convierten en días soleados, pues bien, hay que caminar por ambos lados.

1 commentaire:

Anonyme a dit…

Te leí y me encontraste con una respuesta frente al agobiante asunto de la imposibilidad de la comunicación con el otro. Puede que se nos abra un futuro para hablarnos a nosotros mismos. Eso es bello porque poco nos hablamos. El asunto es el solipsismo que ya empieza a verse por las calles, escenificado por esos que deambulan y con los que ya no es posible conversar. Y sobre vida y la literatura: estoy de acuerdo, hay que leer para no repetirse y vivir para no aburrirse