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samedi, septembre 02, 2006

Fiel


Un fragmento del diario de Anais Nin, me ha impactado. Es una carta que le dirige Felix Pollack, bibliotecario en Northwestern en la que le comenta su novela “Una espía en casa del amor”. Dice: En sus novelas, y de manera muy clara, el sexo es descrito como una fuerza vital siempre presente, la vida de los sentidos invade todo. Eros y la sensualidad son velas que ponen en marcha la máquina, son la fuente y el origen, la llave, la madre en el sentido que lo entendía Goethe. La unidad en la multiplicidad, ninguna dualidad torturada y artificial, ninguna división cristiana entre cuerpo y espíritu, ningún divorcio estéril entre emoción y razón, si no razón y emoción unidas inseparablemente y soldadas como efecto y causa; instintos, motivaciones, vistos como lo que son: aquellos que jalan los hilos de nuestras formas de pensar, incluso las más racionales (…)
Y aquí viene la parte que más me interesa:
(…) Una noción de esta índole conlleva un problema ineluctable: la esquizofrenia revelada, confesada, de la personalidad honesta, compleja y rica interiormente, la inmoralidad de la ética, la búsqueda tortuosa de poseer un Yo que englobe esa multiplicidad(…)

Aquí me detengo para hacer el comentario:

Cuando esta persona le comenta su libro a Anais Nin, le hace comprender lo que ella sabía de alguna manera, pero quizás no lo había escrito todavía. Los lectores completan el trabajo del escritor, sin ellos, el proceso no está completo, incluso diría que se realiza cuando el libro es leído, es decir que todo libro no existe hasta ese instante.
Cuando habla de esquizofrenia es porque toda personalidad honesta sabe que el Yo no es único, que este está en constante frote con los demás, y que, mientras más poroso y sensible y complejo, más se impregna de los demás. Por eso, las personas sensibles padecen con más facilidad alienaciones con sus afectos, con sus gustos, les cuesta más renunciar a ellos. Nunca logran ver en los demás sino partes de sí mismos. Sucede así en el amor y la amistad. Muchas veces una intuición nos dice que nos equivocamos aferrándonos a ciertas ideas o personas, que hemos puesto mucho de lo que somos en ellos y que las personas verdaderas están muy lejos de esa imagen que nos hemos creado. Y sin embargo, seguimos adelante. Todos le otorgamos un valor a cada una de nuestras amistades y afectos, cada persona cumple como un rol mítico, nos recuerda a algo, alquien, más o menos importante. Y nos organiza. Cuando la persona verdadera emerge, no vemos sino lo que deseamos ver y cerramos los ojos ante lo que no nos gusta. Tratándose de ser honestas, tal vez las mujeres, por esa alteridad forzada de una maternidad en potencia (Levinas decía que era la alteridad por excelencia), somos más sensibles a la ubicuidad, es decir, querer comprender y perdonar todo, ser omniscientes. Y es imposible porque ser honestas es seguir la imprecisión de nuestras intuiciones, es entrar en un camino que se bifurca sin fin, es atemorizante. Por eso, muchos optamos por poner un marco a nuestras emociones, a encuadrarlas, a buscar la unidad desesperadamente porque sino padecemos la fragmentación y, con eso, el desarraigo constante. Pero la sensación de desarraigo viene también cuando sentimos que algo nos dice en el interior que no es verdad lo que deseamos creer y nos traicionamos, cuando, por falta de arrojo, de valor, o de afecto, por miedo a la soledad, aceptamos situaciones mediocres y las celebramos como si fuesen importantes y sin lograr involucrarnos. En esto, la única brújula es la intuición. Yo confío en que cada uno sabe qué es lo importante y qué no lo es. Qué es falso, parte de un montaje y qué no lo es. Qué nos pertenece y qué no. Nuestra mirada convierte la paja en oro si la situación o la persona lo merece. Claro, yo hubiese querido tener la suerte de Anais Nin y recibir una carta como esta (un jour, ma chère) Esta persona que le recuerda la frase de Hamlet: antes que nada se fiel a ti mismo.
Es una hermosa frase…. Solo así, aún equivocándonos, el desarraigo no nos sacará ventaja.

1 commentaire:

Anonyme a dit…

En primer lugar, deseo felicitarle por la calidad de sus artículos, y agradecer que los comparta líbremente. Hace ya tiempo que entro para leer, pero hoy me ha motivado a comentar.

Cuando hablamos de relación de pareja, según mi entender, si fuéramos totalmente coherentes con nuestro ser, habría poco lugar para esa experiencia, sería quizás ninguna, o pocas y de corta duración. Y claro, estamos vivas y deseamos experimentar, aun intuyendo que no podemos llegar muy lejos. Así, durante un tiempo, dejamos de lado las insalvables diferencias y vivimos lo que llamamos una ilusión, hasta que la ficción deja de sostenerse y se desvanece. Y no está mal, aunque tampoco sea lo ideal. Lo bueno es ser conscientes, saber las cartas que jugamos y lo que arriesgamos en cada relación.
Recuerdo que dijo en una anterior ocasión, que se necesita carácter para ser independiente, y afrontar sin miedo la soledad, y lo comparto plenamente; pero es que, además, le veo muchas ventajas y satisfacciones al hecho de mantener la independencia y también una buena dosis de soledad.

Un abrazo.