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vendredi, septembre 24, 2010

El absurdo, la revuelta, el amor... Camus...

El primer hombre

La escena sucede en la última novela de Albert Camus, El primer hombre: un hijo va a visitar la tumba de su padre muerto a los 29 años, él tiene 40. El hijo se convierte así en el padre de su padre y se indigna por el absurdo de la  guerra y del dolor. Estos temas, el absurdo, la contingencia, el dolor, son temas de fondo para Albert Camus que siempre mantuvo una coherencia irreprochable, hasta el día de su muerte, en un accidente de auto con Gaston Gallimard, a los 47 años. El absurdo presente en El extranjero, la revuelta en El hombre que se rebela, y el amor por el padre y la madre en El primer hombre. Yo quería hablar de ese hilo de coherencia que ha recorrido la obra de ciertoas escritores, coherencia que tiene que ver con la importancia de sus trabajos, con su duración en el tiempo y su valor humano, filosófico y moral.
Para referirme a este tema yo creo que no hay que olvidar en qué espacio nos movemos, aquel de nuestro idioma que vehicula contenidos, significados, conceptos e ideas, que a veces parecen petrificadas a través del tiempo estableciendo hegemonías de pensamiento que no permiten la  independencia, mucho menos que en otros espacios linguísticos, ¿por qué? Porque loas que lo hablamos no somos hegemonía en la cartografía del mundo, y en el mapa mundial del poder. En el mundo existen cientos  de idiomas (251, según la Unesco), cada 15 días desaparece uno por pertenecer a una minoría étnica, social, y económica, y solo 4% de esos idiomas es hablado por el 96% de la población mundial.  En nuestro idioma castellano, no hay una tradición de pensamiento libre, son pocos los textos de referencia, las críticas estructurales a un pensamiento hegemónico y vivimos todavía bajo el dominio de un monopolio pensando ingenuamente que somos independientes. Nuestro idioma disimula, corteja, seduce y reproduce de forma mimética una realidad que nos ha sido enseñada como la única posible, en la cual, los que desean mostrar otros rostros de esa misma realidad, y hablar de forma independiente, son señalados y castigadoas con el silencio o el aislamiento. No hay revuelta en nuestro idioma, y si sucede, se absorbe porque no encuentra terreno donde florecer. Es casi una ascésis indispensable pasar por la revuelta, remover los cánones y las reglas de cómo nos hemos representado nuestro propio mundo y dudar de lo que nos han enseñado. De ahí que entienda los gritos de revuelta (a propósito del artículo de Nicolás Cabral en La tempestad sobre Mario Vargas Llosa) que desean liberarse de ese monopolio de pensamiento al que nadie nombra, ni se atreve a contestar por miedo a la sanción. El valor de intercambio más común es el miedo, pero dentro del miedo no se piensa ni se construye, se huye, se miente, se cae en el obscurantismo. Nuestro idioma, si quiere subsistir, tendría que recuperar la pasión, la capacidad de indignarse, la duda, para poder estar a la altura de su tiempo. Uno de sus desafíos es no caer en el dogma para  criticar o hacer frente a otro poder, es decir, buscar suplantar un poder por otro ( que es la pregunta que me hago en lo que sucede en Venezuela, ahora, muy pronto para tener una idea acabada de este tema), porque se trata, siempre, de comprender, como en esta frase de la novela de Camus que suscribo completamente: No había más que angustia en ese corazón ávido por vivir, siempre atormentado, que latía con la misma fuerza. Saber antes de morir, saber en fin para comprender y Ser. Por una sola vez y para siempre.

Creo que algunos corazones laten apasionamente y necesitan saber...

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