No sé si recuerden al actor de la película de Coppola, Los chicos de la calle, y al de El año del Dragón y al de 8 semanas y media... Micky Rourke, un hombre bellísimo, de una personalidad, como actor, impresionante, en la actualidad, irreconocible, en una regresión humana, mental, igaualmente impresionantes. Qué sucedió, ese personaje de la reciente película Luchador, que una vez vi en el festival de Cannes con el rostro destrozado y la psicología de un niño perdido; era el mismo hombre? Sí. Micky Rourke es el resultado de una sociedad y de una época, la que fábrica máscaras en lugar de seres humanos, la que finge, oculta, pierde a los que la siguen. Suena moralista... Síiiii...!! Pero es que es un caso humano, social, el de Micky Rourke. Primero es el esfuerzo por seguir siendo un individuo y no plegarse a las exigencias del mercado y del cine, luego es un hombre que se busca en medio de una violencia enorme, que boxea, que se enfrenta con la brutalidad de su época y termina desfigurado y con la cabeza alborotada por tanto golpe. En la película, hay algo de su vida, un hombre cuyo único valor social es que posee un cuerpo y, como este ha envejecido, ya no puede seguir haciendo lucha libre. Es un hombre completamente solo, sin amigos, sin familia. Ha vivido a toda velocidad y no pensó que un día envejecería. Cuando lo entiende, ya es tarde. Ya no puede alcanzar nada aunque siga teniendo la ternura de un niño. Es un niño en medio de un mundo de adultos durísimo, donde el dinero define. Ni nobleza, ni indulgencia. Este hombre consigue un trabajo en un supermercado, pero como todo el mundo lo reconoce como el coloso de la lucha libre, decide luchar de nuevo y se olvida de su edad. Y así, muere en el ring. Una muerte digna, al mismo tiempo que durante todo la película sentimos que este hombre ha ignorado qué hacía en el mundo. Cierto, no sabemos por qué existimos pero justamente es una razón para que nos hagamos la pregunta y le demos un sentido, un contenido, por más pequeño que sea... En la entrega de premios vi a un Rourke igual de ausente, llevaba la foto de su perro colgada en el cuello (sic), e irradiaba una soledad y una vulnerabilidad muy de conmovedoras. La impresión de haberse perdido en medio del laberinto. Y conmueve su lucha, ese rostro que ahora es solo una máscara. No parece real, y lo es.
Foto: Rourke, antes y después.
2 commentaires:
También nos muestra que a veces lo único que nos hace feliz, lo único que tenemos es nuestro oficio, éste nos hace sentir satisfechos, vivos.
Saludos
P.D. Curiosamente este post me ha hecho recordar el post que escribiste sobre el suicidio de Pavese.
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