Creo que es siempre un privilegio tener al mar tan cerca. Incluso, el invierno, no llega a ser triste sino como una "saudade" portuguesa. Puedo caminar por el malecón de Chorrillos hasta el Salto del fraile, mirar el mar, sin ninguna compañía, sin ruido, salvo el de las olas que se golpean contra los peñascos. Los colores son muy blancos, como en las películas de Bergman, la verdad, creo que le hubiese gustado este mar de Lima. Adoro llegar a la punta de La Herradura y ver aparecer las islas diminutas que brillan con una especie de luz sobrenatural. Estos colores son tan claros que se me hacen espirituales. Hay sequedad, y la sensación es de austeridad. Ese espacio es mi Al faro, por ahora, lo sé cuando camino mirando al mar. Aveces, aparece el barco solitario de un pescador, y me siento muy bien, contenta en su lejana compañía. Este mundo austero y poco mundano, este señor de piel de nuez, limpio y sereno que trabaja en el jardín y tiene una sonrisa luminosa, este cielo gris que nunca llega a ser cruel, es mi refugio espiritual.
Ayer caminata larga con Iván conversando de literatura y de la vida en general. Es bonita la amistad cuando atravies el tiempo, es casi un prodigio, una situación extraordinaria.
Hay algo del Aden de Rimbaud en esta costa de Lima, en la parte de La Herradura, y también de la Alejandría que describe Laurence Durell en Justine, tiene de ficcionable Lima, sí.
Foto: Aden en el África.
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