Hoy el día está precioso en París. No hace calor, la temperatura ideal: 26 grados. Hace unos instantes bajé a pasear por el jardin de la Residencia. Los jaszmines despedían su perfume, incluso los árboles, un ciprés (calvo!) de Luisiana, que era uno de los preferidos de Chateaubriand... Con el libro sobre Maurice Ravel, de Jean Echenoz, decidí echarme sobre la hierba a leer, abandonarme a esa sensación de placer de estar rodeada de esa naturaleza voluptuosa (hay orquídeas en una parte del jardín) cuando, de pronto, me di cuenta de que había perdido el celular en uno de esos retozos sobre la hierba. Osea que me puse a buscarlo entre la hierba cuando vi pasar a un joven con un libro en la mano. A estas horas, más d elas 8 de la noche, no hay acceso a la residencia, entonces, pensé que se tratana de un fantasma. Una especie de Fabrizio del Dongo, un poco más sombrío y con una expresión de tristeza en el rostro. La aparición duró unos instantes, despúes de un “bonjour” y un gesto de amabilidad, el personaje desapareció. Noté que estaba demasiado elegante para ser un guardián, además sujetaba el libro con ansiedad en una mano... encima, ciertos gestos, delicados, no podían pertenecer a un guardián!
Cuando entro a la Residencia me cruzo con el Director, Paul Clement, especialista en Chateaubriand y me presenta a su hijo, Leopold Clement. La pregunta es: ¿qué acongoja a alguien que tiene un libro en la mano? Tal vez, pensé, busca in encontrar lo que yo siempre he buscado en un libro, que alguien haya vivido lo mismo que yo, que se haya sentido sola, solo, perdido o perdida, confundido y feliz, triste y a la vez alegre, o que alguien escriba una frase que nos parezca susurrada al oido, algo que nos una a la experiencia vital del mundo, que parezca con sentido. Tal vez el tal Leopoldo (un nombre un poco pomposo para un joven), buscaba eso... Igual, yo sigo buscando y aunque no halle nada, lo que interesa es no perder la curiosidad.
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