Lei un cuento de Cortázar (en general no me gusta decir "cuento" sino texto corto, alguna vez explicaré el por qué) El otro cielo, en Todos los fuegos el fuego, donde habla de un paseo por las calles de Paris, especialmente por el barrio de La bolsa, donde está el pasaje de la rue Vivienne, uno e los sitios donde vivió Lautréamont. De pronto, sentí ganas de ir a pasear por París, por mimética o porque pensé en Ribeyro y en sus deambulaciones por el parque Monceau, o el Puente Saint Michel. Bajé justo en el puente Saint Michel y, desde ahí, me puse a mirar Notre Dame de París, mientras el Sena pasaba seren bajo mis pies. Había mucha gente, pero yo estaba conmigo, y con París. Esos paseos son para la ficción, imaginar qué pudo haver pasado ahí hace varios siglos, caminar simplemente por caminar con la ciudad como escenario, es fascinante. Y entiendo a Cortázar, que caminaba de noche o a Ribeyro que también se perdía por las calles de París.
Nota: casi exijo que se mire el video de youtube de Juliette Greco, cantando Sous le ciel de Paris... se ve, Le pont des arts, de Rayuela, y Notre dame de Paris, toda una proeza para ese tiempo! http://www.youtube.com/watch?v=epp17inT1gw
2 commentaires:
maravilloso el video; y digo, q cada ciudad se relata desde el significado de nuestro propio fantaseo, paris es paris, siento, a partir de ene referentes q le dan sigificado a las sombras de cada puente o de cada calle empedrada, guardamos escondido un relato, repleto de carga afectiva, q nos muestra la forma de nuestros deseos
esos paseos en paris, supongo, deben ser trascendentales...
"Cada vez que paseaba en el tiempo, cuando podía pasear por Buenos Aires, y cada vez que paseo aquí por París, solo, sobre todo de noche, sé muy bien que no soy el mismo que, durante el día, lleva una vida común y corriente. No quiero hacer romanticismo barato, no quiero hablar de estados alterados. Pero es evidente que ese hecho de ponerse a caminar por una ciudad como París o Buenos Aires durante la noche, que ese estado ambulatorio en el que en un momento dado dejamos de pertenecer al mundo ordinario, me sitúa con respecto a la ciudad y sitúa a la ciudad con respecto a mí en una relación que a los surrealistas les gustaba llamar 'privilegiada'. Es decir que, en ese preciso momento, se producen el pasaje, el puente, las ósmosis, los signos, los descubrimientos. Y todo esto es lo que generó, en gran parte, lo que yo he escrito en forma de novelas o de relatos. Caminar por París—y por eso califico a París como “ciudad mítica”— significa avanzar hacia mí. Pero es imposible decirlo con palabras. Es decir que, en ese estado, en el que avanzo como un poco perdido, como en una distracción que me hace observar los afiches, los carteles de los bares, la gente que pasa y establecer todo el tiempo relaciones que componen frases, fragmentos de pensamiento, de sentimientos, todo eso crea un sistema de constelaciones mentales, y sobre todo, de constelaciones sentimentales, que determinan un lenguaje que no puedo explicar con palabras. En ese momento aparecen, en París por ejemplo, lugares que siempre fueron privilegiados para mí. Puedo citar uno, el primero que me viene a la memoria. Allí, muy cerca de aquí, en el Pont Neuf, al lado de la estatua de Enrique IV hay un farol en el fondo, allí donde se baja para tomar el Bateau-Mouche. A la noche, a medianoche, cuando no hay nadie, ese rincón solitario es para mí, definitivamente, un cuadro de Paul Delvaux. Tiene esa sensación de misterio que tienen los cuadros de Paul Delvaux, esa inminencia de una cosa que puede aparecer, que puede manifestarse y que a uno lo coloca en una situación que ya no tiene nada que ver con las categorías lógicas y los acontecimientos ordinarios. También podría hablar del metro, en París. El metro siempre fue para mí un lugar de pasaje. Me basta con bajar al metro para entrar en una categoría lógica totalmente diferente o en categorías lógicas… donde la sensación del tiempo cambia. Por otra parte, en el relato “El perseguidor” hay un hombre que descubre que el tiempo es completamente diferente cuando uno está en el metro que cuando se está en la superficie. E inclusive, lo puede probar lógicamente. Esa es una sensación, una experiencia que yo tengo, por lo menos, cada quince días. Es decir, descubrir bruscamente que, en ciertos estados de distracción, en el metro, se tiene la impresión de que se puede habitar un tiempo que no tiene nada que ver con el tiempo que existe en la superficie, una vez que salimos a la calle. Y también están las galerías cubiertas: la Galerie Vivienne… Están todos esos lugares de París que la gente recorre para ir en busca de una tienda y que, sin embargo, eran los lugares inquietantes de Lautréamont, en el barrio de la Bolsa. Todas esas galerías cubiertas que hacen un París absolutamente mágico, misterioso, y eso es lo que yo llamo “mítico”. Cortazar.
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