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lundi, mai 28, 2007

John Wayne un asesino

Resulta curioso como se ha vuelto banal una desigmatizacíón del sufrimiento. Como si se aceptase que ese es el precio que deberían pagar algunas personas por el bienestar de los otros, como si hubiese que aceptar hechos irreversibles, las guerras, las masacres, y, como para no austarse cuando el asesino se mira en el espejo, reconciliarse con esa imagen. Esta mañana oía al filósofo italiano, Toni Negri hablar de las virtudes de la dictadura de Stalin y festejar un sesgo "Bonapartista" en Nicolas Sarkozy, además de comparar el personaje de John Wayne con un asesino en serie. Yo creo que aquí hay una cabsoluta confusión en el lenguaje. Quiero decir de los significantes que se han ensanchado tanto que ya no contienen nada. En esto creo que ese ateísmo cínico que está de moda: mira que horrible soy y no me escondo. Pienso en el texto de Así hablaba Zaratrusta y el pasaje del criminal que justamente, ve su rostro y huye. Sí, la vida consiste en aceptarse como lo dijo Freud, pero también en una tracendencia constante. No es la idealidad del ser, es su parte concreta, el deseo de tracendencia. Insisto en que el lenguaje está cada vez más alejado de la experiencia, cada vez más artificial... tan secular, tan libre, que termina siendo totalmente irresponsable (una indolencia casi adolescente, qué pasa, de pronto todo el mundo se ha vuelto idiota????) y falso. Creo que el sufrimiento para ciertas personas en el planeta se ha hecho abstracto. Hace pensar en Una isla (im)posible, de Houellebecq. No hacía de vidente, si no que veía, con cinismo claro, esta cretinización general.

(Pausa metereológica) En París llueve y llueve, es finales de mayo y hace 16 grados!

Finalmente, me pregunto en voz alta, los escritores pueden hacer algo por el lenguaje, realmente pueden? En todo caso es un desafío.

1 commentaire:

J.S. de Montfort a dit…

Claro que pueden, Patricia, mejor, es que deben. El problema es que aquí el público, pero, sobre todo, ciertos teóricos de lo más perverso alaban el hecho de que esos llamados escritores se hayan dado el gusto de cambiar el látigo por una goma elástica entre meñique y pulgar, como cuando niños, y así no se crea lenguaje, así se balbucea, se hacen conjeturas y, en tanto, que haya quien apruebe las salidas de tono, pues nada puede hacerse. Es tan sencillo como lo siguiente: si yo me niego a aceptar cierta convención cualquier tontería será tomada por válida, pues todo estiramiento de la goma elástica -según el proceder de éstos- es válida.
Hay que re-crear y llegar aun nuevo convenio. Pero con seriedad. Ahí entran los escritores. Los escritores serios, no los serios escritores, que de estos hay un puñado. Y bien pesados que son, vaya eso por delante.