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samedi, août 07, 2010

Nunca me había pasado que se borrase un post, !y sucedió! Comentaba la presentación de Ellos dos (San Marcos, Lima, 2007, México, ed. Jus,  2009) que se ha publicado en suplemento Guardagujasla jornada aguascalientes / suplemento mensual / arcano mayor el colgado / julio 2010, de La Jornada en Aguascalientes...decía que... decía, que, cuando Yuri Herrera me llamó para comentarme el libro, me dijo: es como una "ontología femenina", y que yo pensé en silencio, para no intervenir: sí, sí, es como crear sus leyes y códigos de lenguaje. Yuri, excelente autor de tipo más más realista, creo que comparte la intuición que el lenguaje no es inocente, que aliena, domina, somete en muchos casos y que loas que escribimos no podemos ser indiferentes a algo que es fundamental: escribir sería un nuevo sentido, hacer visible lo que no se ve.
Hacer visibles justamente las cosas que la vida cotidiana no nos deja ver. Y, a ver si corro detrás de la idea, ah, decía que él comentaba esa falta de historia en términos convencionales, es decir un argumento, un desarrollo lineal. Aunque ya he hablado del tema, conviene recordarlo: esa fragmentación del texto proviene de una fragmentación de la propia experiencia de la persona (yo-tú, son justamente Ellos dos!)que nos habla, pero también de una resistencia innata y voluntaria de mi parte a someterme a códigos de lenguaje dominantes y establecidos. Nada em pone más tensa que sentir que me están dominando, o alienando, para usar una palabra que me gusta, significa lapidarme en vida, así que la literatura es y seguirá siendo un proyecto abierto de la auto-afirmación, de la búsqueda y de la interrogación constante... Creo también que la narración se nutre del discurso, del clásico, y que es muy androcéntrico, por lo que hay que crear sus propias reglas. La literatura es un puente entre yo y el otroa, ese hiatus que está desde el principio en el lenguaje. Yo-Tú, si no, no hablaríamos. No tener interlocutores es perder el uso de la palabra, las ganas de decir, como le ha sucedido a muchaoas mujeres y hombres, un caso terrible es el de la poeta rusa Marina Svétaeva... Y, sin recordar todo lo que había escrito antes, creo que decía que pocas veces un hombre ha hecho esfuerzos (casi nunca lo hacen, menos en la crítica que es bastante misógina) por comprender a una autora que está en las antípodas de lo que hace. Y ese gesto es generoso, es empático... Ah, también decía que esa necesidad de autonomía, de libertad, hacía que yo me identificase inmediatamente con los desarraigados, loas sin tierra, porque escribir siendo mujer (el gerundio me parece importante, implica movimiento) es estar en el desarraigo social, pero también en el desarraigo del lenguaje que es esel terreno de la dominación en general, y que esto hace un llamado a una cierto orgullo de género, o dignidad de género (como construcción no como biología), que yo traduciría por fierté, que es una palabra más justa en francés y que implica dignidad. A grosso modo era lo que decía, pero les dejo la reseña para que la vuelvan a leer si desean. Yo la he releído y eso es lo que me ha sucitado, y, sin humildad, creo que es importante recordar ciertas cosas dichas...

ellos dos: sobre la soberanía del deseo
yuri herrera
Cuando quiero hablar de un libro que me gusta comienzo por decir de
qué trata la historia, cómo enganchan las anécdotas al lector, qué hay en
eso que le sucede a los personajes que me permite emocionarme hasta
la última página. Para hablar de Ellos dos, la novela de Patricia de Souza, debo
buscar una estrategia diferente, porque este es un libro que no se puede dejar
una vez que uno lo ha comenzado, por otras razones: por su textura, por la
musicalidad con que se desenvuelve, por el viaje interno que propone.
Aparentemente, Ellos dos es la historia de una separación, y de cómo la protagonista
ve en los demás hombres de su vida las claves para entender qué
sucedió con O, el amante de quien se ha separado. Sin embargo trata más bien
de dos búsquedas: la búsqueda del otro, de lo masculino, y a través de ésta, la
búsqueda que la protagonista hace de sí misma. La nómina de aquellos hombres
incluye al primer marido de ella, a su abuelo a las puertas de la muerte,
a su padre desaparecido, a sus amigos escritores, a un muchacho que trabaja
en una hacienda, a un nuevo amante con el que se topa apenas se ha separado.
En cada uno de ellos encuentra no una respuesta sino un ingrediente más del
misterio de lo que significa su relación con los hombres. Aún cuando ella advierta
la soberbia y aún la crueldad en algunos de ellos, invariablemente repara
también en la ternura que los constituye: sus inseguridades, sus entusiasmos,
la manera singular de cada uno de ser un compañero.
He mencionado que cada sujeto masculino es no una clave que resuelve la
historia sino parte del misterio. Y es que en la protagonista, aunque hay una
constante interrogación sobre sus afectos y sobre sus titubeos amorosos, no
hay ansiedad por encontrar una verdad, una cifra que le permita definirse
como algo de!nitivo, estable, cómodo. Ella, durante buena parte del relato
y casi hasta el cierre, carece de nombre tal como el amante que ha dejado
y que llama sólo O. Si no hay una historia lineal es porque lo que se quiere
contar no es una anécdota con principio, desarrollo y final, sino un abanico
de estados de ánimo, que proliferan página a página como un asedio sobre
los deseos de ella.
Creo que el libro trabaja así: Después de que se nos ha contado que la protagonista
se separó de O, la narración hace una delta deliciosa en la cual la voz
narrativa va adquiriendo densidad con cada anécdota íntima que reconstruye.
Anécdota íntima: no tanto los juegos amorosos sino las pequeñas revelaciones
que le dan volumen a los juegos amorosos. El libro avanza obedeciendo no a
una cronología lineal, sino a la de sus deseos y sus abandonos. La narradora
sabe que el pasado se ha ido y que la literatura no es capaz de recuperarlo; esta
certeza, en vez de provocar nostalgia, es un arma liberadora: gracias a ella es
que la reconstrucción de su vida se convierte en un hecho gozoso, en la paciente
tarea de articular una pátina sobre sus recuerdos. Así, dice: “Por mucho
tiempo he renunciado a contar historias provistas de un argumento con causalidad
y acciones convencionales. No bien empezaba a narrar, yo me aburría
o sentía que me as!xiaba como si de pronto la máquina cerebral se detuviera.
Nada me aburre más que contar una historia, nada me parece más aburrido
que el mundo real o causal en todas sus acepciones. Sólo puedo escribir cuando
siento que hay algo que va a aparecer en el camino, alguna di!cultad concreta
con el lenguaje que me dará ganas de continuar haciéndolo” (80).
La di!cultad como argumento para la belleza. Creo que si hay alguna frase
con la cual pudiera de!nir este libro sería esta. La di!cultad de entender al
otro, de lidiar con su propios dolores, de hablar de aquél que ha pasado a ser
básicamente un signo vacío que no debe ser llenado a riesgo de cristalizarlo, la
di!cultad como un acicate para desplegar un lenguaje propio, amorosamente
cuidado, de una claridad meridiana que hace tiempo no leía. Esa delta es
el acontecimiento de este libro. No es casual que, cuando !nalmente se nos
habla de cómo inició la relación con O, de lo que lo hacía amable y lo que los
separó, el personaje se retraiga rápidamente, pues a esas alturas ha quedado
claro que este relato no es una diatriba ni un homenaje a un hombre, sino ese
asedio de la protagonista sobre sus deseos.
Hace unas semanas escuché un programa de radio que recordé ahora con
la lectura de Ellos dos. En él se hablaba de una pieza musical compuesta en
1964 por Terry Riley, que se ha convertido en un referente de la música clásica
contemporánea y aún de la música electrónica. Se llama In C y es una pieza
en la cual un número variado de músicos interpretan en diferentes tiempos
53 frases musicales, mientras que otro músico toca la nota Do en ocho notas
repetidas. En ese programa presentaron tres versiones de la pieza, compuestas
para una nueva grabación a la que se invitó a ocho músicos contemporáneos.
En cada una, los compositores improvisaban sin dejar de respetar la fórmula
matemática que servía como marco, y el resultado era de una belleza conmovedora;
era posible advertir las similitudes en cada una, pero era claro que la
nota repetida
había sido dejada en un segundo plano, modesto, y que la individualidad
de cada compositor pasaba al frente.
Algo similar sucede con Ellos dos. Es un libro seductor, pero no es la presencia
de las anécdotas lo que seduce, ni las descripciones de los cuerpos
masculinos, ni las peripecias que se suceden en un París esplendoroso; todos
estos elementos, como la nota Do de aquella pieza, son apenas señales
de la razón en una obra que, fragmento a fragmento, apuesta por la hermosura
del misterio.
h!p://lajornadaaguascalientes.com.mx/guardagujas

Ps: me salió como un poema! vaya, es que es imposible editar una copia PDF y que además ya se me borró una vez, más que estoy a punto de morirme de hambre, no he desayunado escribiendo desde esta mañana, más que encontré libros de René Girard, Paul Virilio, y una novela de David Grossaman que compré en español, que quiero leeer.... y que tenemos un matrimonio con los padres de Olivier... etc...

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