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jeudi, janvier 28, 2010

Protestar, sí

Ayer estaba muy feliz porque había escrito sobre un tema que me apasiona y que es fudamental: la libertad de las mujeres. Una lucha que está lejos de ser ganada. Lo importante en este tema es asumirlo y analizarlo de igual a igual, sin caer en ninguna forma de "victimismo". Solo si erosionamos las creencias y convicciones de una matoría masculina, y femenina, podremos avanzar en algo. Por eso, estaba satisfecha con la reseña sobre el último libro de Catherine Millet, Celos (Anagrama 2010), en francés, Jour de souffrance, publicado hace un año en Francia. Anoche entré a la página web del diario La razón (www.larazon.es), para dónde escribí la reseña y me quedé perpleja. Primero por el título de la nota: "La nueva perversión de CM..." (sic, sic) ¿Qué quiso decir la persona que la editó con "perversión", desde cuándo los celos son una perversión?? Luego, en el último párrafo otro título: Entre el arte y la pornografía... Consternación, cólera, frustración, e indignación: ¿cómo se puede usar palabras para editar, sin tener en cuenta su significado ( contradiciendo el contenido de la reseña), además, confundir pornografía con erotismo, o deseo, es consternante...
Después de la revuelta interior, la reflexión de por qué estamos regresando a una especie de "oscurantismo del siglo XIX" en temas de moral y en especial sobre la libertad que concierne sobre todo a las mujeres, qué sucede, qué ship no funciona? No desconozco la posición política del medio que acoge una nota de este tipo, pero no puedo dejar de protestar por esta manipulación que no me ha sido consultada, y además, me pone en un conflicto sobre la coherencia, porque, si muchas veces he pensado que hay que forzar los mecanismos y los medios de persuación para poder llegar a los lectores, es decir, no estigmatizarlos categóricamente porque pueden surgir sorpresas, la duda es siempre propedéutica, ¿ se pueden ignorar que si hablamos en un espacio que no es receptivo con el discurso? Si el contexto no es poroso no absorbe nada y es como hablarle a un sordo... Entonces, no hablar (esto se aplica a todo) en un ágora vacía, saber quiénes son nuestros interlocutores y no transformarlos en lo que deseamos que sean, el interlocutor que esperamos. Pero, sobre todo, protestar. Titular una reseña con una palabra tan gruesa como "perversión" (yo había puesto "escándalo", por decir provocación) revela cierta misoginia y peor todavía, pornografía. Esa frase de Jean Paulhan, Si las palabras no cambiaran el sentido y el sentido las palabras, es elocuente en este caso. En la prensa hay un imperativo por ser conscientes que el lenguaje sí significa y que una sola palabra, cambia todo.
Enseguida cuelgo la reseña completa, sin recortes.


“Los celos son el fracaso de la imaginación”, con esta frase podríamos empezar a hablar del segundo libro de Catherine Millet, Celos (Anagrama 2010), que en francés lleva del título de “Día de sufrimiento”, no por la cuestión temporal, nada sucede en un día sino en un espacio que se dilata envuelto en la más refinada especulación escrita, y que podría durar años, toda una vida. Catherine Millet es ahora un hito en la literatura escrita por mujeres, quizás la primera, no la única, que ha logrado separar el sexo del afecto, y de la intriga amorosa. Si La vida sexual de Catherine M, fue la biografía intelectual de una vida sexual libre y sin prejuicios, este libro es la historia de su expiación, o de la liberación a través de la confesión, por lo que recorre una serie de clichés literarios, la confesión, las memorias, la autobiografía (la relación con la madre que muere, es remarcable). CM es una extraordinaria observadora que aplica un método casi plástico a la descripción de sus personajes y de las situaciones, porque, pese a que se trata de una experiencia personal banal, la de ella y su pareja, Jacques Henric, es también una ficción, un producto de la imaginación que fracasa constantemente al no poseer si no es parcialmente a la persona que nombra y desea. Aquí no hay desaparición (como en el caso de Albertina desaparecida, de Proust), lo que hay es un esfuerzo en el lenguaje, impulsado por el mismo gesto de escribir, un movimiento destinado a desentrañar una situación, componerla, poseerla y comprender, y así quedar libre de su misterio y de esa angustia que produce el no saber.
Es una de las razones por las cuales los libros de CM exploran más allá de la enunciación y el acontecimiento, son un cambio de perspectiva en la mirada, como lo fue el cambio retiniano en la pintura, de la que es una excelente crítica. Son una revolución simbólica sobre el cuerpo de la mujer y su capacidad de pensarse, de recorrerse y de mostrarse tanto en el ámbito individual como en el social.
El CUERPO
“Nadie sabe lo que puede un cuerpo,” escribió también Espinoza, y es justamente a través de ese cuerpo, de una mujer que vive primero con Claude, a quien va a dejar para vivir con Jacques Henric, la que se piensa y hace una serie de elaboraciones filosóficas, psicológicas, morales y narrativas, destinadas a descifrar lo que tanto la tortura: comprender qué se ha roto, qué ha sucedido en el instante en que descubre, en el estudio de Jacques, un sobre con las fotos de otra mujer. Es ahí cuando se produce lo que ella nombra como Gelstalt, una representación mental a través de los sentidos, una forma de conocimiento, porque se trata de conocerse primero ella, y enseguida lograr acercarse más al otro. Empresa imposible, ideal para la intriga romanesca pero que abandona a su protagonista en el más completo desarraigo y produce síntomas; sentimientos de irrealidad con el propio cuerpo: Si cogía mi brazo con una mano, tenía la impresión de tocar algo que no me pertenecía, de los que solo puede escapar a través del análisis, del hecho de convertir esa experiencia desesperante en algo concreto, este libro.



Fragmentación

Millet nos habla también del cuerpo fragmentado, cortado por la mirada de los demás, disecado por el cuerpo social: (…) uno es el cuerpo que poseo, o mejor dicho, el que como los moluscos o como una envoltura, transporto sin conocer jamás su lugar en el espacio (no nado, me da miedo descender una escalera en la oscuridad y me tuerzo los pies sin cesar) y al que por lo tanto debo satisfacer, y aquel que vehicula una imagen de sí misma, de la cual, cualquiera dispone a su manera. Es ahí cuando Millet debe enfrentar todos los clichés de mujer libre para abrirse paso y construir su propia visión de las cosas, ¿efigie de la revolución sexual, o Juana de Arco caminando decidida hacia su condena, la del juicio de la sociedad?: (…) inquilina del cuerpo habitable, liberal gastadora del cuerpo relacional, no me identifico con ninguna de las dos imágenes. La autora de este libro intenso y conmovedor, resiste a la pasividad en la elaboración simbólica de los cánones sociales que nos definen desde afuera, a la salida fácil y endulzada para que algunas personas puedan extraer algo de miel. Celos es más una indagación sobre las representaciones del cuerpo de la mujer y su asimilación en la sociedad, sobre sus deseos, sus protestas (una pelea feroz por la representación, no por nada sale de las canteras de las artes plásticas, la más abierta, la más moderna) políticas y literarias. Por supuesto, Celos es también es ese recorrido por la culpa que genera la responsabilidad de elegir libremente, de cuánto arriesgamos en cada elección y de su valor trascendental, casi metafísico: Nosotros sufrimos a raíz de nuestra imaginación, pero también por falta de imaginación. Imaginarse un cuerpo que sufre, pese a que ha reclamado la libertad a través de su deseo, nos muestra la contradicción y el límite para comprender qué nos define cómo mujeres, como seres deseantes y en constante recomposición (en ese aspecto también Millet ha desplazado el sentimentalismo atribuido fácilmente a las mujeres) en una época en que se han desgastado las fórmulas de qué es lo femenino y lo masculino, y en la cual las mujeres piensan y racionalizan su situación concreta en el mundo. Desde ese punto de vista, este es un libro completamente moderno, de una extraordinaria escritora que maneja su propia escritura.

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