Antes de ayer llegué por la noche después de un vuelo de 11 horas, agotada. Ayer tuve tiempo de hacer pocas cosas y no pude escribir, aunque lo pensaba constantemente. Disfruto de la indulgencia del clima del D.F., me puse sandalias, salí en bicicleta, me detuve en los detalles que cobran una dimensión de recompensa cuando has estado en otro lugar trabajando. Los viajes renuevan siempre el presente, ese es su lado bonito, lo difícil es que es siempre desprenderse de algo. Tengo todavía algunas imágenes del viaje del paisaje desde el Boing 747, la nieve de Groenlandia, la montaña del Mississipi ,que yo era la única que miraba por la ventanilla, pensando en cómo esa dimensión terrestre era atravesada por un aparato, aunque grande (dos pisos), frágil, imaginando lo poético que puede ser ese Boeing en medio de la inmensidad del cielo, y luego regresando a mi asiento aterrada por la fuerte turbulencia que nadie, nadie teme, salvo yo.
Tengo muchas ganas de releer mis cosa, se no abandonar mi ritmo, Francia, París, siempre han sido estumulanes, pero estando allá he descubierto que México me entrega otra lectura de las cosas y que la he integrado de alguna manera, una lentitud, una serenidad. Y eso se verá en mi próximi libro. Por ahora, rucuperar el jet lag que me despierta en la madrugada, ajustar mi reloj para poder tener días normales. No sé por qué, en este sentido, me demoro más...
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