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vendredi, mai 22, 2009

Chukri

Cuelgo un artículo sobre el escritor Mohamed Chukri, lo escribí para la revista Letras libres (en esa época ignoraba que era tan conservadora y no se publicó!), yo ya había escrito algo sobre Pierre Michon que pasó la inquisición pero esta vez no. Ya pasó tiempo y ahora lo cuelgo proque esá un poco dentro de los temas que he planteado últimamente...

Todavía no sé cómo empezar mi día, cómo me cuesta organizarme a veces!!


Angel o demonio
Por Patricia De Souza


“Me gusta lo confuso, lo desvalido, el espejismo, el eco, los brotes de las flores, el ave fénix, la magia de la incertidumbre, la tentación, “yo soy el que soy” y la añoranza del renacer de la raíz del ser”. He aquí un fragmento que define de alguna manera la personalidad del escritor marroquí Mohamed Chukri, nacido en la pobrísima región de Rif, en1935. Escritor, primero, porque es posible que no exista otra manera que lo preserve del mundo descarnado y cruel que describe en su novelas, no hay otra manera de salvarse del infierno, por eso, el cielo, es la literatura. Esas frases poéticas que rompen con la tensión de un relato bien escrito a manera de sacudidas telúricas al propio lenguaje. Al fin y al cabo se trata de una empresa autoficción insobornable y como resultado, provocadora. Con “El pan desnudo” Chukri abría las puertas a ese mundo violento de la vida en Tánger, Orán o Larrache, la vida de esos supervivientes de la vida, dispuestos a jugársela íntegramente por un trozo de pan. La violencia no tiene límites y puede llegar a ser exultante y erótica al romper con todo tipo de tabús. La literatura de Chukri no es una literatura burguesa, su mundo es el de los marginados y desvalidos, esa es su elección y ese, su mundo. Lo terriblemente seductor es la manera de hablar sobre las relaciones tortuosas con un padre despiadado, las relaciones consigo mismo, con mujeres que se prostituyen, consumidas en una vulnerabilidad inimaginable, o con esa tierra baldía donde se mueve desde su niñez. Su lenguaje es un lenguaje de la experiencia, es un lenguaje íntimo y es lo que le da un aliento poético a su obra. En Chukri no hay artificio ni impostación, no son paisajes exóticos inventados por el imaginario del autor, son paisajes reales; en principio, inenarrables para escritores que pueden escribir desde la comodidad de la tercera persona. Tal vez si este autor un tanto díscolo eligió el tono autobiográfico es porque como lo explicó en alguna entrevista adopta la voz de los afásicos de la historia, la voz de los olvidados. Su escritura es una escritura moral desde ese punto de vista, pero esta es una moral de la relación de verdad entre el autor y la ficción. En fin, ese pacto parece deseado, pero las relaciones de verdad entre biografía y ficción son demasiado categóricas y lo que importa es el texto como algo vivo. Incluso se podía decir que sus novelas tienen la fuerza de descargas eléctricas sistemáticas -no apuntan a la perfección de la forma, porque hay instantes en que la tensión de la escritura se corta por una suerte de abstracción o entrometimientos del propia autor para hablar al lado de sus personajes de sí mismo- sino a la sensación que éstas producen en el lector. La genealogía literaria de Chukri incluye a Jean Genet, a Violette Leduc, no sé si a Goytisolo porque este es un autor mucho más literario, en el mejor sentido del término. Con Chukri se tiene la impresión de asistir personalmente a lo que cuenta o describe, como si el lenguaje no estuviera de por medio, colocándonos desnudos frente a la experiencia. Esa puede ser una de las razones por la que es considerado un autor maldito, y aunque él esté de acuerdo en que se le considere así, el epíteto sirve para orientarse en el desorden y no sirve para comprender el por qué existe ese mundo de marginales, condenados de por vida a la miseria y a la violencia. “Rostros amores y maldiciones” (Debate, 2002), forma parte de esta “trilogía autobiográfica” como la denomina el propio autor. Allí nos habla desde el desgarro, con esa escritura que se perfila ahondando en el mundo turbio que rodea al autor. Hay un drenaje denso, osbcuro que solo se libera por el brillo fugaz de algunas frases poéticas, líricas o externas como la descripción del paisaje. En ese mundo de minusválidos espirituales el bálsamo es la imagen, reconcilia, crea mitos y limpia la experiencia de su carga violenta. La naturalidad de Chukri para hablar de ese mundo asfixiante y sin horizontes hace que cada fragmento parezca una celebración solitaria y dolorosa, celebración que por medio de la fuerza de la escritura se va transformando en algo más espiritual y límpido. Por eso es imposible hablar de provocación. En todos estos fragmentos que conforman el libro, compuestos como partituras de una sola ópera, Malika, Fati, Alal, son los rostros que nos miran desde el texto, todos ellos, desde sus enclaves existenciales, parapetrados en el interior. La mezcla de la cultura árabe con la occidental, la secularidad del propio autor hace que la mirada con que los hace respirar en el texto sea una mirada libre, sin complejos ni esterotipos en los cuales podría caer fácilmente. Por suerte sus textos no caen nunca en el melodrama, Chukri no llora sus penas, las acepta como parte de la vida, hace de ellas una epifanía desde la cual se puede enfrentar con cierta pureza a lo que le ha tocado vivir. Cuando al final del libro escribe este fragmento: “Nunca me sedujo la vida de ermitaño. Intento vivir la vida y no me enfrento a sus ambiciones. Y casi siempre llego a la orilla deseada cuando embarco en el momento oportuno”, nos puede sonar cínica, oh, que sí, pero más que cinismo podría ser una manera de saber vivir, incluso el dolor. Si más tarde dice que no hay héroe vencedor ni héroe vencido, es porque el autor entiende que la única libertad es el compromiso que asume ante sí mismo, la única manera de integrarse y moverse con el mundo, ascésis de aquel que enfrenta la realidad y la asume como parte individual e inalienable. Y si de epitafio todavía escribe: somos nuestro propio destino, es también para recordarnos que solo nosotros poseemos la capacidad de transformar la experiencia más terrible en riqueza interior. No es que Chukri se tome la misión de predistigitador, es que sorprende que sea uno de los pocos escritores actuales, mezcla de ángel y demonio(sic) que se atreva a hablar con tanta entereza y valentía de cosas que no siempre estamos dispuestos a saber. Y aunque muchas veces sus personajes (mujeres prostitutas, sodomitas, alcohólicos) puedan herir la sensibilidad de algún lector, su mundo, como el de Genet o el de Bukowski, existe y está ahí como el día a la noche, o el infierno al cielo. No podemos voltear el rostro cuando la mano de un autor se extiende sobre la expereriencia, con una cierta carga poética y con valor, para transformarla en literatura.

Rostros, amores y maldicionesMohamed ChukriDebate 2002, 140 páginas

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