Aquí el soberbio poema de Baudelaire: Bendición.
Después de leer esto, un paseo por el mar para pensar...
Bendición
Cuando por un decreto de los poderes divinos,
el Poeta aparece en este mundo enojoso,
su madre, aterrorizada y profiriendo blasfemias
crispa los puños hacia Dios, que la acoge con piedad:
"!Ah, no haber parido un nido de víboras, antes que alimentar esta irrisión!
Maldita sea la noche de placeres efímeros,
en la que mi vientre concibió mi expiación!
Puesto que me escogiste entre todas las mujeres
para ser el disgusto de mi triste marido,
y no puedo arrojar a las llamas
como una carta de amor, este monstruo desmirriado,
haré recaer tu odio que me abruma
sobre el instrumento maldito de tus mezquindades,
y he de retorcer de modo tal este árbol miserable,
que no podrá hacer brotar sus yemas pestilentes
Ella vuelve a tragarse así la espuma de su odio,
Y, sin comprender los designios eternos,
ella misma prepara en el fondo de la Gehenna
las piras consagradas a los crímenes maternos.
Más, bajo la tutela invisible de un ángel,
el niño desheredado se embriaga de sol,
y en todo cuanto bebe y en todo cuanto come,
encuentra la ambrosía y el néctar rojo.
Juega con el viento, charla con la nube
y se embriaga cantando en el camino de la cruz;
y el espíritu que lo acompaña en su peregrinaje
llora al verle alegre como un pájaro del bosque.
Todos los que desea amar, lo contemplan con desconfianza,
o se enfuerecen con su tranquilidad,
buscan el que lo cubrirá primero de oprobio,
probando en él su ferocidad.
En el pan y el vino destinado a su boca,
mezclan ceniza con impuros escupitajos;
Con hipocresía, botan todo lo que tocan sus manos,
y se culpan de haber seguido sus pasos.
Su mujer va gritando por las plazas públicas:
" Ya que él me encuentra suficientemente bella para adorarme,
haré el papel de los ídolos antiguos,
Como ellos, quiero que me adoren de nuevo";
Y me embriagaré de nardo, de incienso, de mirra,
de genuflexiones, de carnes y de vinos,
Para saber si puedo en un corazón que me admira
Usurpar riendo homenajes divinos.
Y cuando me hastíe de esas farsas impías,
pondré sobre él mi frágil y fuerte mano;
Y mis uñas, semejantes a las de las arpías;
sabrán labrarse un camino hasta su corazón.
Como un pichón que tiembla y que palpita,
Arrancaré ese rojo corazón de su seno,
Y, para saciar a mi animal favorito,
!Lo arrojaré al suelo con desdén!
Hacia el cielo, donde su ojo ve un trono espléndido,
el Poeta, sereno, eleva sus brazos piadosos,
Y los vastos fulgores de su espíritu lúcido
le esconden el semblante de pueblos furiosos:
"!Que seas bendito Dios mío, quien das el sufrimiento
como un divino remedio a nuestras impurezas
y como la mejor y la más pura esencia
Que prepara a los fuertes a las santas voluptuosidades!
ya sé que tú le reservas un lugar al Poeta
en las filas bienaventuradas de las santas legiones,
Y que siempre lo invitas a la eterna fiesta
De los tronos, de las virtudes y las Dominaciones.
Yo sé que el dolor es la única nobleza
De la que no comerán la tierra y los infiernos,
Y que para tejer mi corona mística
Es necesario mandar sobre todos los tiempos y todos los universos.
Más las alhajas perdidas de la antigua Palmira.
Los metales desconocidos, las perlas del mar,
Elevadas por tu mano, no serán suficiente
A esta hermosa diadema deslumbrante y pura,
porque solo estará hecha de luz pura,
Tomada del lugar santo de los rayos primitivos,
Y cuyos ojos mortales en todo su esplendor,
No son más que espejos oscurecidos y quejosos!
Charles Baudalaire, Spleen, traducción de M.B.F, Ediciones 29, calle Mandri, 41, Barcelona.
No dice el año y he corregido un poco la versión.