Es sorprendente la forma como ahora nuestras vidas se transforman a una velocidad vertiginosa. Antes de ayer estaba en Barcelona y miraba el cielo desde la habitación en casa de David, iba a fumar un cigarrillo a la terraza mirando el Monjouic, veía pasar los aviones. Ahora miro las copas de los árboles escucho pasar algunos carros. Mi cuerpo ha llegado hasta aquí, pero mi cabeza está ocupada por otras situaciones, imágenes, voces.
Me veo sentada ante la terraza de un café y me hago la pregunta si debo vivir así: en ese desarraigo constante, si es parte de mí, y sin él no escribiría, vivir entre la protesta y la resignación, entre la pasión y el deseo, y la indiferencia....
me siento clavada a mi silla de metal (no me gustan esas sillas de metal debo admitirlo)
No sé la respuesta. Recuerdo la vulnerabilidad que me inspiraba el rostro del hermano de David, visto el primer día que me alcanzó las llaves, y a quien crucé por azar en una calle de Barcelona. Iba en bicicleta y no se detuvo cuando le dije que si era el hermano, y me miraba detrás de unos lentes gruesos, el pelo teñido de rubio, una expresión algo pétrea, de niño, mientras su bicicleta siguió a avanzando pegada a mi eje, como una corriente, un imán humano.
O la cena en el Salambó con Miquel, había una tibieza en el ambiente, tal vez su forma de hablar, los movimientos lánguidos, la tarde de lluvia. Fue raro que caminase bajo la lluvia sin sentir frío estando vestida de verano, porque habitante de la sequedad del desierto, la lluvia siempre me ha limitado en mis movimientos, pero, aunque estaba con sandalias, pisaba cómodamente las aceras empapadas, mientras me protegía bajo el paraguas de Miquel. Había algo de simétrico en ello, una andar acompasado.
Otro día fuimos a cenar a la Plaza real, a un restaurante al que había ido en otras ocasiones y que tiene nombre catalán, y está también lleno de turistas. Tenía mucha hambre y pedí atún, y de postre profiteroles. Creo que Claudia me miraba asombrada devorar los profiteroles mientras hablábamos de distintas cosas, hemos hablado mucho, tal vez yo, más que ella. No sé por qué esta computadora me subraya esa palabra,...
Y no sé, esta mañana pienso que, por todas las cosas que atravieso, situaciones distintas que me obligan a adaptarme, puedo estar cerca de mí, que no quiero perderme en la vanidad de la defensa, no, quiero sentirme fuerte, tener la espalda muy derecha, mirar el cielo, los árboles, caminar, leer, escribir, sin miedo a tropezar. Creo que siempre me voy a levantar.
Post sobre Ofelia, la mujer sin rostro, sintetizado, ha salido hoy en El país.
http://www.elpais.com/articulo/sociedad/Ofelia/mujer/rostro/elpepisoc/20110614elpepisoc_2/Tes
Yo pienso caminar, leer a Violette Leduc en la BNF, poner mi libro en el ebook, cosa que nunca había pensado, pero como no tengo impresora y debo corregir, es una salida. Un soporte más.
Leo en un libro de Annie Erneaux que existe lo que se llama "el miedo sin nombre"http://inconscientetsociete.free.fr/n16.php del niño o la niña que es superado poco a poco, pánico de la separación de la madre. Momento fundamental en la vida de cada unoa de nosotroas, que vencemos cuando somos capaces de mantener la imagen de ella y su ausencia. Acostumbrarnos a esa ausencia y a otras que vendrán. Como dice AE: Entender que la presencia física no es indispensable para seguir pensando el uno en el otro.
Me veo sentada ante la terraza de un café y me hago la pregunta si debo vivir así: en ese desarraigo constante, si es parte de mí, y sin él no escribiría, vivir entre la protesta y la resignación, entre la pasión y el deseo, y la indiferencia....
me siento clavada a mi silla de metal (no me gustan esas sillas de metal debo admitirlo)
No sé la respuesta. Recuerdo la vulnerabilidad que me inspiraba el rostro del hermano de David, visto el primer día que me alcanzó las llaves, y a quien crucé por azar en una calle de Barcelona. Iba en bicicleta y no se detuvo cuando le dije que si era el hermano, y me miraba detrás de unos lentes gruesos, el pelo teñido de rubio, una expresión algo pétrea, de niño, mientras su bicicleta siguió a avanzando pegada a mi eje, como una corriente, un imán humano.
O la cena en el Salambó con Miquel, había una tibieza en el ambiente, tal vez su forma de hablar, los movimientos lánguidos, la tarde de lluvia. Fue raro que caminase bajo la lluvia sin sentir frío estando vestida de verano, porque habitante de la sequedad del desierto, la lluvia siempre me ha limitado en mis movimientos, pero, aunque estaba con sandalias, pisaba cómodamente las aceras empapadas, mientras me protegía bajo el paraguas de Miquel. Había algo de simétrico en ello, una andar acompasado.
Otro día fuimos a cenar a la Plaza real, a un restaurante al que había ido en otras ocasiones y que tiene nombre catalán, y está también lleno de turistas. Tenía mucha hambre y pedí atún, y de postre profiteroles. Creo que Claudia me miraba asombrada devorar los profiteroles mientras hablábamos de distintas cosas, hemos hablado mucho, tal vez yo, más que ella. No sé por qué esta computadora me subraya esa palabra,...
Y no sé, esta mañana pienso que, por todas las cosas que atravieso, situaciones distintas que me obligan a adaptarme, puedo estar cerca de mí, que no quiero perderme en la vanidad de la defensa, no, quiero sentirme fuerte, tener la espalda muy derecha, mirar el cielo, los árboles, caminar, leer, escribir, sin miedo a tropezar. Creo que siempre me voy a levantar.
Post sobre Ofelia, la mujer sin rostro, sintetizado, ha salido hoy en El país.
http://www.elpais.com/articulo/sociedad/Ofelia/mujer/rostro/elpepisoc/20110614elpepisoc_2/Tes
Yo pienso caminar, leer a Violette Leduc en la BNF, poner mi libro en el ebook, cosa que nunca había pensado, pero como no tengo impresora y debo corregir, es una salida. Un soporte más.
Leo en un libro de Annie Erneaux que existe lo que se llama "el miedo sin nombre"http://inconscientetsociete.free.fr/n16.php del niño o la niña que es superado poco a poco, pánico de la separación de la madre. Momento fundamental en la vida de cada unoa de nosotroas, que vencemos cuando somos capaces de mantener la imagen de ella y su ausencia. Acostumbrarnos a esa ausencia y a otras que vendrán. Como dice AE: Entender que la presencia física no es indispensable para seguir pensando el uno en el otro.
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