No hay nada más terrible que una mujer sin rostro. Estos últimos días la imagen de un cuerpo cubierto con una sábana blanca, es la que hemos visto en todos los medios de comunicación sobre el juicio de Dominique Strauss Khan, Ofelia, es el nombre ficticio de esta mujer (originaria de Guinea) que dice haber sido agredida por el ex presidente del FMI, candidato favorito a las primarias del partido socialista en Francia. Ella dice, pero nadie le cree. Frente al principio humanista de la "presunción de inocencia", se yergue el rostro velado de esta mujer que trabajaba en el hotel Sofitel de Nueva York. Frente a la inocencia del supuesto agresor, imposible hacer que la opinión pública francesa considere su derecho de"presunción de veracidad". Y es ahí donde hay algo que no se entiende, no se entiende en cinismo con el que la clase política, considerada de izquierda, acepta con indulgencia que la defensa demuela a la adversaria para recuperar un item del partido político. ¿La depredación se justifica por la ley de la subsistencia?
Lo que es inaceptable es que existan ciudadanos y ciudadanas de segunda categoría, aquellos que nadie ve, ni siquiera la izquierda más ilustrada. En esta categoría estarían estas mujeres sin rostro, aquellas que, desde la edad media, no tienen ningún derecho privado porque no tienen poder político. Ellas son las mujeres postergadas, las huachafitas, como se les nombra a través de un eufemismo en el Perú, o las pacharacas, les femmes de chambre en Francia, casi siempre emigradas, de castas inferiores, no intercambiables, sin beneficio para la comunidad y su identidad monolítica, simplemente quietas, fijas en un espacio oscuro, indignas de gestos de solidaridad, ni siquiera de parte de las mujeres.
Irene Théry, en un artículo publicado ayer en el diario Le monde, decía sobre este tema: Considerar la violación como un crimen y tomarlo en serio, tiene que ver directamente con el orden sexual matrimonial tradicional, que se construye sobre la condenación de la sexualidad fuera del matrimonio, la demonización de la homosexualidad, la doble moral sexual y la división de las mujeres en dos categorías: esposas honorables y perdidas, madres de familia legítimas y mujeres-madres parias, amas de casa y empleadas domésticas que se violan...
Bipolaridad confirmada qu da como resultado un efecto terrible: las mujeres se identifican no con el, o la más débil, sino con el poder, alienadas, no lo combaten ni lo cuestionan, se mimetizan por miedo al castigo y a la exclusión, sino, no me explico el balbuceo que se ha dejado oír los últimos días, o el silencio sostenido de quienes no se decidían a opinar para permanecer "fieles a la tradición de inocencia", que es ser fieles a la leyes patriarcales...
Simone de Beauvoir decía que era justamente en el instante en que la mujer era más emancipada que se proclamaba la inferioridad de sus sexo, como ya no se limitan sus derechos en tanto que esposa, hija o hermana, es en tanto que categoría sexuada que se le niega la igualdad con el hombre. Lo más terrible es que es ahora que empieza a sentir que cada mujer tiene que defender un espacio desde la autarquía más absoluta, sin poder encontrar el apoyo en un mundo globalizado y estridente, entonces ¿instinto de subsistencia?
Lo que puede llegar a suceder es una especia de depersonalisación general que hará que los más jóvenes no se reconozcan en los partidos, incluso de izquierda, como sucede ahora en España, y pasen a ser los indignados que hablan en el ágora pública en esta Torre de babel en la que vivimos, con el peligro de asfixiarnos.
Lo que es inaceptable es que existan ciudadanos y ciudadanas de segunda categoría, aquellos que nadie ve, ni siquiera la izquierda más ilustrada. En esta categoría estarían estas mujeres sin rostro, aquellas que, desde la edad media, no tienen ningún derecho privado porque no tienen poder político. Ellas son las mujeres postergadas, las huachafitas, como se les nombra a través de un eufemismo en el Perú, o las pacharacas, les femmes de chambre en Francia, casi siempre emigradas, de castas inferiores, no intercambiables, sin beneficio para la comunidad y su identidad monolítica, simplemente quietas, fijas en un espacio oscuro, indignas de gestos de solidaridad, ni siquiera de parte de las mujeres.
Irene Théry, en un artículo publicado ayer en el diario Le monde, decía sobre este tema: Considerar la violación como un crimen y tomarlo en serio, tiene que ver directamente con el orden sexual matrimonial tradicional, que se construye sobre la condenación de la sexualidad fuera del matrimonio, la demonización de la homosexualidad, la doble moral sexual y la división de las mujeres en dos categorías: esposas honorables y perdidas, madres de familia legítimas y mujeres-madres parias, amas de casa y empleadas domésticas que se violan...
Bipolaridad confirmada qu da como resultado un efecto terrible: las mujeres se identifican no con el, o la más débil, sino con el poder, alienadas, no lo combaten ni lo cuestionan, se mimetizan por miedo al castigo y a la exclusión, sino, no me explico el balbuceo que se ha dejado oír los últimos días, o el silencio sostenido de quienes no se decidían a opinar para permanecer "fieles a la tradición de inocencia", que es ser fieles a la leyes patriarcales...
Simone de Beauvoir decía que era justamente en el instante en que la mujer era más emancipada que se proclamaba la inferioridad de sus sexo, como ya no se limitan sus derechos en tanto que esposa, hija o hermana, es en tanto que categoría sexuada que se le niega la igualdad con el hombre. Lo más terrible es que es ahora que empieza a sentir que cada mujer tiene que defender un espacio desde la autarquía más absoluta, sin poder encontrar el apoyo en un mundo globalizado y estridente, entonces ¿instinto de subsistencia?
Lo que puede llegar a suceder es una especia de depersonalisación general que hará que los más jóvenes no se reconozcan en los partidos, incluso de izquierda, como sucede ahora en España, y pasen a ser los indignados que hablan en el ágora pública en esta Torre de babel en la que vivimos, con el peligro de asfixiarnos.
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