Basta que yo vea una frase escrita que me sugiera algo para que instantáneamente me sienta bien, así como el nombre que llevamos es la garantía linguística de nuestra existencia, si es que no nos llaman por nuestro nombre, no sabemos si existimos, las frases son el sentido y el tono de un día. Seguimos en Bogotá y casi nos confundimos con la población bogoteña aunque siempre que nos oyen hablar, nos preguntan de dónde somos. Bogotá es una ciudad caótica, su arquitectura es un poco violenta, salvo por los edificios en ladrillos, que le dan color y la hace medio romántica. Las calles están llenas de gente que atraviesa, camina, ambulantes, transeúntes y algunos mendigos, la mayoría de las veces muy simpáticos. Su acento es más fuerte que el venezolano y a veces me cuesta descifrar lo que me dicen, hablan rápido y con un dejo muy gracioso. De los cafés, he descubierto el café "Oma", que me hace pensar en mi abuela paterna (a quienes llamábamos así por mis primos hermanos, de madre alemana) a quien no le gustaba que la llamasen "abuela". El café lo sirven en tazas, y no en vasos de papel como en el Valdéz, y el ambiente es menos aseptizado... Sobre la comida, nos contaban que la peruana es referencia obligatoria, que hay La mar, Rosa náutica, Rafael, Astrid y Gastón, y un paquete más, pero, todos estos lugares son muy caros, en realidad, tan caros como un restaurante en París, así que solo unos privilegiados pueden ir. L a vida aquí es muy cara y la clase media parece agobiada porque vive limitada y con el temor de la inseguridad, eterna cantaleta de los países del Sur, aunque Colombia tiene uno de los PBIs más altos de AL.---
Bueno, y pasando a otro tema, en la Terraza Renault, otro café del parque de la calle 93, llevaba escrita en la carta, esta frase de Paul Celan: El hombre que camina sobre su cabeza, ve el cielo como un abismo.
Yo no quiero caminar de cabeza sino de pie, con el hilo de cobre bien tenso. Necesito terminar varias cosas, dentro de la incertidumbre, empujando murallas, pero necesito. Así que vuelvo a recuperar mi concentración antes que lleguen Fanette y Michel, Francis y Odile desde Francia y partamos al Orinoco. Tal vez allí, en medio de la selva venezolana, o en Los roques (un lugar hermoso en el Caribe), logre escribir algo, tal vez... En todo caso tengo ideas que dan vueltas, situaciones que deseo desplegar sobre la computadora, a toda velocidad, y, por ahora, no puedo. La vida me empuja a las calles, a perderme en ellas, llenarme de su ruido, de sus olores... La escritura, y la procesión, van por dentro.
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