En realidad tengo que confesar algo: soy na glotona. No he dejado de comer cosas esde qu llegué a Lima, es decir, cada bocado, cada plato, piqueo, golisina, es una madeleine. No es solo que la cocina peruana sea refinada y rica, es que es mi memoria... Estando en el Hotel Bolívar, es un lujo de detalles, alfombras azules, muebles azules, suntuosidad, confort, todo un sueño, pensaba en ese espesor que me invade en Lima (como en París) que, de pronto hace que empiece a imaginar cosas, ficciones, personajes, diálogos... Me acuesto en esa espalda humana multidianria, miro la Plaza de armas desde la ventana de la suite, y luego, salimos a caminar por la ciudad. Siempre hay algo por la noche. En estos momentos Lima es el Cannes de sudamérica por el festival de cine latinoamericano, y están siempre las presentaciones de libros d elos amigos, las caras cálidas, los luages donde me aventuro sin mayor temor. Estoy, al final de cuentas en mi casa. Y me gusta.
Foto: teatina del hotel Bolívar bajo la que escribo.
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