Ayer, bajo la lluvia continua que cae en España fui a ver la exposición en el Thysen de Amadeo Modigliani. En realidad ya había visto una expocisión completa en el Museo del Senado en los jardines de Luxemburgo de París, solo que al entrar, encontré una frase que no recordaba y que esta vez volvió a llamar mi atención: El hombre que es incapaz de extraer continuamente de su energía nuevos deseos, e incluso un nuevo individuo, o de derrivar todo lo que ha quedado viejo o podrido, no es un hombre, es un burgués, un boticario, un cualquiera.
Aunque la traducción no es buena (es del francés) una cosa es evidente: la necesidad y la capacidad de adaptarnos al cambio. Justamente, ahora que regreso a Madrid, después de haber vivido un año en el 2003, he recorrido los lugares donde había tratado de establecer un vínculo con el exterior sin lograr armonizar mi mundo interior y mis necesidades con él. Pasamos por Fuencarral, el centro, la Plaza de las descalzas, la calle Callao, la Ópera... Y era como ver en concreto algo que había quedado perdido en mi memoria porque eran solo fragmentos que no lograba integrar en un relato personal. Me preguntaba qué sucedía. Presiento que una de las cosas que me dan más miedo son las sociedades que se fijan en sus estructuras, las mentalidades rígidas, o los temperamentos conformistas. Al conversar con algunas mujeres he sentido una actitud derrotista, supersticiosa y sin creatividad. Quiero decir, que, en hispanoamérica, vengo de México, su situación cultural, económica, vital, ha cambiado, pero muy poco. Por la noche, en la televisión española, vi un reportage sobre violencia doméstica que me pareció espeluznante: la mayoría de los hombres que asesinan o maltratan a sus mujeres, no sienten remordimientos, ni siquiera lo hacen en estado alterado, drogas o bebida, lo hacen conscientes y solo obedecen a una convicción: las mujeres son inferiores y merecen el castigo. Obviamente ejercen el castigo en alto estado de alienación, protegidos por una cultura que no sanciona, no solo desde la ley que no tiene capacidad para asimilar, sino desde la valorización y la interpretación, es decir decir desde el lenguaje, una actitud sexista. Otra forma de racismo, es la misoginia. Entonces, yo asocié esto con el hecho de haberme sentido siempre como una extraterrestre durante mis estadías en España y en culpabilizar por eso: es que estar en contacto con una sociedad en la cual los valores más tradicionales no se ponen en duda, es como estar condenada a muerte, una muerte en vida. Esa era mi impresión, no tenía rostro y no me reconocía en las miradas de los demás, no había empatía ni siquiera una complicidad en el lenguaje. Me ha sucedido sobre todo en mi relación con el sexo masculino. Y otra cosa, antes de venir me dije, no sé si se pueda comunicar en ciertas circunstancias (cuando el auditorio es múltiple, disperso, o bullicioso), hay que tener en cuenta en que contexto nos movemos. Llegada a la Feria del libro de Valladolid, traté de plantear un problema, para ver si se generaba un debate interesante, con los tros escritores, todos hombres, invitados. Ninguna resonancia, ninguna respuesta, es decir, lo que esperaba. Se va, se cumple, se dicen las cosas de rigor (en general banalidades) y se desaparece. Vade retro, nunca más, nunca más ir a este tipo de eventos. Una vez Jerome Lindon le dijo a Jean Echenoz: olvídate de los congresos, de los coloquios, de todas esas frivolidades, un escritor escribe.
Cada vez me convenzo más que siendo hombre o mujer, estos eventos, salvo en situaciones de rigor (tener que dar la cara para hacer frente a una situación que exige un compromiso) son desgastantes y muy aburridos. Salvo excepciones (como todo) se produce un verdadero encuentro, todo esto, porque no son espontáneos. Yo creo que aunque las intenciones sean buenas, generar dinámicas de grupo,siempre fracasan sino cuentan con personas que estén dispuestas a generarlas, a poner en duda sus ideas, a entrar a un verdadero debate (en esta época, casi nadie quiere ponerse en duda nada, pero los que pretenden ser tratados como intelectuales, pueden permitirse eso?). Esa es mi impresión general y esa era cuando iba a un café, El comercial (en la Glorieta de Bilbao), por ejemplo, y sentía que había un barniz, como un esmalte que había fosilizado a los que estaban dentro, haciéndo que me pregunte si no era yo la que se había congelado por dentro. De todas formas, esa es una pregunta que no dejo de hacerme. Pero yo no puedo leer El mundo, ni el ABC, ni La razón, (donde el suplemento literario permite un mínimo de oxígeno) sin horrorizarme, no puedo dejar de irritarme, o crisparme cuando las mujeres conceden y celebran el culto a lo masculino de la manera más inocente, o cuando hay estridencia (el ruido de los bares, por favor!!) en lugar de conversación, o cuando veo mujeres prsioneras de su cuerpo, de gustar a hombres que no ven en ellas ningún valor humano, no puedo evitar la irritación y el abrumamiento. La única salida entonces, es alejarse.
2 commentaires:
Tengo las mismas impresiones que usted respecto de la situación a que ha llegado la sociedad española; soy español y vivo en España y mi duda es si se trata o no de un asunto de modelo de sociedad, por tando generalizado en la cultura occidental, o realmente somos un caso único..
No creo que sea una especificidad española, se trata más bien, creo yo, de cuestiones culturales y concretas inspiradas en un enorme sentimiento de frustración y de autodesvalorización (deben sentirse muy miserables y ser, por supuesto unos perfectos cretinos para actuar así). Es un problema con los Significantes: la mujer es el judío de esa época, es, para algunos el Otro, la que pone en peligro una identidad (la masculina) que tiene problemas para encontrar un código que le sea propio. Es lo normal de cada persona que desea convertirse en individuoa... aquí cuenta el talento, la valentía y la capacidad creativa de muchos hombres. Sin duda hay una falla en todo eso...
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