A veces sucede que escribimos algo y después, no sabemos cómo, desaparece... es lo que siempre sucede con las computadoras... palabras idas al espacio sideral, como cuando hablamos y todo se olvida, todo se va. Mi texto era sobre Auguste Strindber, porque fui a ver una pieza suya en el teatro italiano de la Madeleine. Eso fue antes de ayer, y no colgué el post, así que se perdió. Repito entonces, Strindberg era un excéntrico, un catatónico, un paranoico. Los límites entre la enfermedad y la locura sirvieron para que Karl Jaspers eccriba un libro muy interesante sobre Strindberg y Van Gogh. Yo empecé a seguirle los pasos cuando me enteré que era le escritor preferido de Igmar Bergman. Luego lei Inferno, y quedé impresionada. En la pieza actuaba Charlotte Rampling, como la esposa del personaje principal que es un alter-ego de Strindberg. La danza de muerte es la crítica feroz que este autor le dedica a la burguesía, a la hipocresía entre las relaciones personales, de amistad o de amor, a la envidia, a la pequeñez en general- Es cruel porque no hay Arcadia posible sino el Infierno. Por supuesto se trataba de un pesimista. La sala estaba llena, la gente perturbada, salvo una pareja muy joven que estaba en un palco y que parecía no creer lo que estaba oyendo...
La familia está encerrada en una isla (Bergman vive en El faro) y ese es el huit-clos de las perversas relaciones de familia, sobre todo, la de la pareja con 30 años de casados. Puede ser que toda relación familiar sea como una isla en la que no me encerraría nunca. Lo digo por mí y no por Strindberg ni por Bergman...
Charlotte Rampling tiene una gracia, una forma de llevar su cuerpo, sorprendente. El actor, Didier Sandre, podría haber estado mejor... En todo caso el texto es muy bueno y eso ayuda a la puesta en escena.
Biblioteca nacional
El otro día fui a la Biblioteca nacional y, convencida por una amiga, saqué el carnet. La verdad que esa mañana me desperté con ganas de escribir (estoy haciéndolo en francés y no me explico el por qué), tenía ideas y escenas... Fui a la Biblioteca y primo: el viento de la explanada era violento, cosa que violentaba al caminar y hacía llegar helada al interior. Luego, interrogatorio para el carnet, cosa que detesto, por impaciente. Después, recorrido por todas esas salas inmensas, gigantescas, sin encontrar nada extraordinario, o en todo caso, la dimensión me agobiaba. Secondo, agotamiento y dispersión. Tercio: no trabajé. Asistí a una conferencia sobre Sigmund Freud en La Sorbonne, me enteré de cosas que ya sabía y pocas que no sabía de Rilke y Lou Andréas Salomé, y regresé con la idea determinada de trabajar. Me doy cuenta que en estas cosas, como en todo en la vida, lo que cuenta es la calidad de lo que vivimos, no la cantidad. No acumular experiencias, si no estar presente ante ellas. La biblioteca nacional de París es estupenda, pero se necesita un estado de ánimo particular, una determinación a entrrar en el ritmo mundano, no íntimo, no sé si me explico bien, hay que trascender todos esos inconvenientes sensoriales para estar dentro, y yo no me olvido del cuerpo. Quiero decir que si voy a un lugar donde tengo que caminar mucho o pasar esos vientos de la explanada, no, no me apetece. Prefiero la biblioteca de Beaubourg, su vista de París, además, está muy bien equipada: vas, coges un libro, te mezclas con todo el mundo, sin estatus de nada.
Esta mañana estuve leyendo echada en la sala El marido eterno, de Dostoiesvki. Lo empecé a leer porque Nathalie Sarraute me dijo que era uno de sus preferidos. Eso, cuando la visité en su departamento del barrio de la Tour Eiffel, poco antes de su muerte. Había estado en Lima, me dijo, y que recordaba muy bien el mar. Me encanta Dostoiesvki, es mi lado complemento, la novela escénica, dramática y teatral.
Miraba los techos de París, y quería seguir leyendo hasta que recordé que no había colgado lo de Strindberg.
Y luego lei algo de Edouard Glissant, escritor antillés. Un texto sobre poética en el que le dedica varias páginas al Perú y sobre todo a los artistas plásticos (de paso, tengo un cumpleaños en la casa de un pintor cusqueño que vive en París, coincidencia??).
Me doy cuenta de que hay cosas que no vemos por estar muy cerca. Hoy está gris en París, seguro que en Lima todo el mundo se va a la playa, es cielo estará azul y el mar relampagueante.
La familia está encerrada en una isla (Bergman vive en El faro) y ese es el huit-clos de las perversas relaciones de familia, sobre todo, la de la pareja con 30 años de casados. Puede ser que toda relación familiar sea como una isla en la que no me encerraría nunca. Lo digo por mí y no por Strindberg ni por Bergman...
Charlotte Rampling tiene una gracia, una forma de llevar su cuerpo, sorprendente. El actor, Didier Sandre, podría haber estado mejor... En todo caso el texto es muy bueno y eso ayuda a la puesta en escena.
Biblioteca nacional
El otro día fui a la Biblioteca nacional y, convencida por una amiga, saqué el carnet. La verdad que esa mañana me desperté con ganas de escribir (estoy haciéndolo en francés y no me explico el por qué), tenía ideas y escenas... Fui a la Biblioteca y primo: el viento de la explanada era violento, cosa que violentaba al caminar y hacía llegar helada al interior. Luego, interrogatorio para el carnet, cosa que detesto, por impaciente. Después, recorrido por todas esas salas inmensas, gigantescas, sin encontrar nada extraordinario, o en todo caso, la dimensión me agobiaba. Secondo, agotamiento y dispersión. Tercio: no trabajé. Asistí a una conferencia sobre Sigmund Freud en La Sorbonne, me enteré de cosas que ya sabía y pocas que no sabía de Rilke y Lou Andréas Salomé, y regresé con la idea determinada de trabajar. Me doy cuenta que en estas cosas, como en todo en la vida, lo que cuenta es la calidad de lo que vivimos, no la cantidad. No acumular experiencias, si no estar presente ante ellas. La biblioteca nacional de París es estupenda, pero se necesita un estado de ánimo particular, una determinación a entrrar en el ritmo mundano, no íntimo, no sé si me explico bien, hay que trascender todos esos inconvenientes sensoriales para estar dentro, y yo no me olvido del cuerpo. Quiero decir que si voy a un lugar donde tengo que caminar mucho o pasar esos vientos de la explanada, no, no me apetece. Prefiero la biblioteca de Beaubourg, su vista de París, además, está muy bien equipada: vas, coges un libro, te mezclas con todo el mundo, sin estatus de nada.
Esta mañana estuve leyendo echada en la sala El marido eterno, de Dostoiesvki. Lo empecé a leer porque Nathalie Sarraute me dijo que era uno de sus preferidos. Eso, cuando la visité en su departamento del barrio de la Tour Eiffel, poco antes de su muerte. Había estado en Lima, me dijo, y que recordaba muy bien el mar. Me encanta Dostoiesvki, es mi lado complemento, la novela escénica, dramática y teatral.
Miraba los techos de París, y quería seguir leyendo hasta que recordé que no había colgado lo de Strindberg.
Y luego lei algo de Edouard Glissant, escritor antillés. Un texto sobre poética en el que le dedica varias páginas al Perú y sobre todo a los artistas plásticos (de paso, tengo un cumpleaños en la casa de un pintor cusqueño que vive en París, coincidencia??).
Me doy cuenta de que hay cosas que no vemos por estar muy cerca. Hoy está gris en París, seguro que en Lima todo el mundo se va a la playa, es cielo estará azul y el mar relampagueante.
Foto: Auguste Strindberg.
3 commentaires:
Patricia, me alegro mucho de haberte encontrado. Yo viví en Lima del 77 al 81, y en París durante el 83.
Vivo ahora en Madrid, y también publico en algún periódico de aquí. Un abrazo,
Santiago
"No acumular experiencias, si no estar presente ante ellas". De acuerdo. Saludo.
Señor Abelardo Sánchez León;
Leí su artículo sobre el mundo árabe, escrito, creo, a raíz de la ejecución de Saddam Hussein, en el cual usted escribe la siguiente frase:
"Confundimos con gran facilidad el sur de Líbano, Palestina, Iraq, Afganistán e Irán. Toda esa región es un gran desierto poblado por árabes ignorantes y gobernados por dictaduras."
Crítica entonces la ignorancia del peruano sobre el mundo árabe y usted mismo ignora que Irán y Afganistán no son árabes, son musulmanes pero no árabes.
Tiene razón, como vemos en el Perú la ignorancia sobre otras regiones de la Tierra es tan grande que inclusive los "intelectuales" ignoran lo que critican a los otros ignorar.
Ahora bien, esta mediocridad y facilismo no es de toda la intelectualidad limeña sino de la mafia a la que usted pertenece. Yo escribía antes en las paginas editoriales de La República, quizás me recuerde, pero su amiguito Mirko Lauer me sacó por un articulo en el cual afirmé que 45% de la población peruana es de origen indígena, escandalizado por mi "tergiversación de la realidad".
Cuando le reclamé me dijo que el mismo Rodrigo Montoya estimaba a los indígenas peruanos en 17%? que ¿cómo podía yo estimarlos en mas? Luego con ignorancia me dijo que ¿cómo podían ser indígenas un 45% si el 80% de la población peruana era urbana? Como si mi esposa, que es ashaninka, porque usa jeans ya no fuera indígena. Pero aun más, exaltándose con la arrogancia del intelectualoso limeño, con infamia me dijo que "los indígenas son unos cagados". Literal.
Tiene su derecho a opinar, así sea un racista, pero como muestra de lo profundamente falaciosa que es su mafia intelectual, cuando los vientos de Bolivia soplaban hacia Humala, Mirko Lauer escribió en su columna de La República del Miércoles, 25 de Enero de 2006:
"El antropólogo Rodrigo Montoya maneja algunas cifras ilustrativas. En una encuesta de hace dos años 62% de los bolivianos se consideraba indígena. El Perú no tiene una consulta así, pero Montoya estima que aquí la cifra estaría en 40%-45%."
¡Qué par de tartufos!
Un saludo desde Amman (Jordania por si acaso)
Alejandro Carnero
aljcarnero@gmail.com
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