Ayer por la tarde fui a ver la exposición de Joaquín Sorolla, pintor valenciano, influenciado por Velázquez; yo diría, además, El Greco, y por supuesto, Goya. En eso, los españoles son para mí los campeones de la pintura moderna. La exposición era en el Petit Palais, antes, habíamos pasado por el Gran Palais, para una exposición aburridísima sobre los tesoros perdidos de Egipto. No porque Egipto no se a apasionante sino porque en el Louvre está casi medio Egipto! Y para ver videos de los buscadores de tesoros, mejor ver un reportages de National Geographic! Me aburre ese público dimanchero de los Campos Elíseos, es la síntesis de todo lo que me hace detestar algunas veces París, frivolidad, pose, ausencia de contenidos... no sé solo es una impresión, pero ese ambiente me suena falso, incluso el Puente Alejandro II (ayer) me parecía fatuo, con una belleza pretenciosa y de mal gusto, esa obsesión que viene de Napoleón I por mostrar La “grandeur de la France”, como suele decir Jacques Chirac en un francés aseptisado...
Justamente, leía el diario de Catherine Pozzi, una burguesa se París que pudo haber sido una Madame Bovary (sin el físico) perfecta, además de consciente e inteligente. Pozzi era muy rica y burguesa pero abominaba su condición de burguesa parisina, casandera, hija de mamá y se aburría a muerte en su medio social. Totalmente crítica e irrascible, e inclemente, con su condición de mujer y de mujer rica.
Pero Sorolla, estaba allí, por el azar del tiempo, en el Petit Palais, como un español a quien los españoles turísticos descubrían con una mirada de orgullo (oh, oh, mira que es español!!). A mí lo único que me importaba eran los colores de las escenas de sus cuadros, esos niños pobres españoles gozando con el mar que me hicieron recordar a los de la playa de Lima y que mi amiga Rosella comentó en medio del ambiente popular en La Herradura: ¿parece un cuadro de Sorolla, no? A mí me gustó mucho que lo dijese así, con emoción. Sí, había algo de Sorolla, de la luminosidad de sus cuadros, algo de una forma simple de gozar, típica de los niñoas, como si él pudiese acercarse a ellos y arrancarler de veras algo esencial con su pincel.
Noche en el Marais, conversando con Valeria, mirando las caras de los paseantes, parejas gay en mayoría... mujeres y hombres, algunos rostros bondadosos, a veces, un rostro es toda una epifanía.
Justamente, leía el diario de Catherine Pozzi, una burguesa se París que pudo haber sido una Madame Bovary (sin el físico) perfecta, además de consciente e inteligente. Pozzi era muy rica y burguesa pero abominaba su condición de burguesa parisina, casandera, hija de mamá y se aburría a muerte en su medio social. Totalmente crítica e irrascible, e inclemente, con su condición de mujer y de mujer rica.
Pero Sorolla, estaba allí, por el azar del tiempo, en el Petit Palais, como un español a quien los españoles turísticos descubrían con una mirada de orgullo (oh, oh, mira que es español!!). A mí lo único que me importaba eran los colores de las escenas de sus cuadros, esos niños pobres españoles gozando con el mar que me hicieron recordar a los de la playa de Lima y que mi amiga Rosella comentó en medio del ambiente popular en La Herradura: ¿parece un cuadro de Sorolla, no? A mí me gustó mucho que lo dijese así, con emoción. Sí, había algo de Sorolla, de la luminosidad de sus cuadros, algo de una forma simple de gozar, típica de los niñoas, como si él pudiese acercarse a ellos y arrancarler de veras algo esencial con su pincel.
Noche en el Marais, conversando con Valeria, mirando las caras de los paseantes, parejas gay en mayoría... mujeres y hombres, algunos rostros bondadosos, a veces, un rostro es toda una epifanía.
Aucun commentaire:
Enregistrer un commentaire