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mercredi, février 14, 2007

ïndices de felicidad


He estado leyendo el libro de Hugo Neyra, "Del pensar mestizo", que acaba de salir en Lima, y hay cosas interesantes: la valorización comparativa de un pensamiento latinoamericano que empieza a deshacerse de sus deudas y pretende andar solo. Más que eso, me gustó una parte en la que Neyra habla del valor que tienen las democracias modernas en el bienestar de sus ciudadanos. Por ejemplo, las Naciones Unidas ha establecido un "índice de la felicidad", además del índice per capita como fuente de información. Es decir, no solo importa que la pobreza material desaparezca, sino que no aparezca una forma de pobreza espitirual, afectiva; malestar que existe en las sociedades post-industriales, la soledad, el aislamiento, la falta de comunicación en general y sobre todo, de afecto.


Es cierto, en situaciones de carencia extrema, el lenguaje se debilita, y en experiencias demasiado violentas, como las guerras de exterminio, este se hace invisible, no puede comunicar nada. Bruno Bettelheim dice en su hermoso libro "La fortaleza vacía", que algunas víctimas del campo de concentración habían perdido su humanidad en reacción a situaciones extremas, y trata de saber cuál es la relación comparativa con el autismo de algunos niños, estos niños que son mudos, que se niegan a integrar el mundo y a hablar. Y hace poco tuve una intuición: muchas personas no decimos realmente con las plabras, quiero decir que el lenguaje no expresa lo que realmente sentimos y pensamos, sino que cumple un papel formal o estético, comunica, pero no comunica con nosotros mismos: lo más importante. Tal vez hay personas que son incapaces de establecer esa relación lenguaje-verdad porque estaríasn obligadas a asumir cosas que se han negado a asumir, por temor, por fragilidad. Y aquí pongo un ejemplo: si le haces una pregunta a cierto tipo de personas, como atrapadas en la sociabilidad del lenguaje, quiero decir en sus expresiones comunes de uso, hay un desfase entre el gesto y la palabra. Si dice que está bien, su expresión no es de bienestar, o sea que su lenguaje oculta porque "no es bueno decir que no se está bien", etc.... Por eso es importante hablar con una persona "cara a cara", de ahí esa expresión: "tenemos que hablar de frente", que existe en todos los idiomas.


Entonces, creo que podría haber una relación menos esquizofrénica entre la palabra y los sentimientos en sociedades no totalmente industriales. Otro ejemplo de la relación afectiva que se da en le lenguaje: acabo de cambiar la plantilla de mi blog, creo que así se dice, y los comentarios que he recibido son de lejanía, es decir, la inpresión visual que da la pantalla es demasiado técnica, y eso aleja a los lectores, los expulsa. Es la frialdad de la técnica. Hay lugares que por su aseptiazación expulsan a la persona. Y por eso vuelvo a pensar en Bettelheim, quien había creado un colegio para niños autistas en el que se trataba de hacer que el niño se sintiese protegido, acogido, libre. Se trata de hacer ciudades y lugares donde la persona humana no desaparezca aplastada por la mole técnica o arquitectónica (no crear distancia entre ellas, sino acercamiento para que su lenguaje fluya fácilmente), la coda de todo esto es que si la técnica facilita la vida, la hace más ligera, puede enfríar las relaciones interpersonales porque crea sujetos pasivos, o los asusta.


pensaré lo de mi blog porque los silencios son elocuentes.


terminé el Blanchot de Millet, estupendo, muy bueno... Me hace gracia el pudor de Millet, como si siempre dudase de que es escritor, yo empezaba a leerle en voz alta: je ne me suis jamais considerée... bla...bla... y Millet se removía sobre su silla de editor: arrete, arrete, o je le jette a la poubelle (basta, basta, o lo tiro a la basura)...


Una pequeña muestra de ete libro que ojalá se traduzca integralmente:


Yo no soy un fetichista. Si me gustan las biografías y los escritos íntimos, en general no me gusta conocer a los escritores, otra forma de decepción, la mayor parte del tiempo, que me ha conducido a pensar que ninguna amistad es posible entre escritores de la misma generación (y Miller y Nin, Millet?) , o que solo puede suceder en la lectura. La única visita que hice, muy joven, acomodándome a un rito, fue a Louis-René des Forets, luego de que Pascala Quignard le hubiese mostrado mis primeros relatos, relatos que sabía inacabados, sino ilisibles, y por eso sin otra apuesta que un encuentro, una forma ingenua de felicidad entre un maestro y un joven hombre que se quería escritor, pero que se hubiese consumido de verguenza antes que considerarse como tal. Otro gesto de la misma naturaleza fue mandarle mi primer libro a Blanchot, sin esperar nada, de todas formas, no hubo respuesta (a Blanchot no debió gustarle mi libro), y no fue otra cosa que rendirle homenaje.


Blanchot leía muchísimo, curioso que no le haya dicho nada a RM... , pero, bueno, es conmovedora su relación con él, siempre de discípulo, son esas admiraciones que siempre se tienen, simbólicas y apasionadas.
Foto: Millet en Gallimard.

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