Todo lo que suena a mordaza, exige una respuesta. Cuando nos quedamos sin la repuesta, nos quedamos sin la compañía del lector y el trabajo de escritura se queda mutilado. El silencio congela. Escribir es como decía Michel Leiris, una especie de tauromaquia, un enfrentamiento con las astas de la escritura, y también, un sacarse la máscara y decir: aquí estoy, con todas mis debilidades, con todos mis límites, pero estoy. Cuando digo Ego, no lo digo en el sentido más obvio: me refiero, al hecho de construir una mirada, un microcosmos que pueda ser leído y comrpendido por los otros, los lectores, integrándonos al exterior. No es fácil escribir un libro, es un hecho traumático, se remueven heridas, al menos, en mi caso es así... Y no sé cómo se puede definir el hecho de ser escritora, está mucho más allá de un nominativo, es esa necesidad de circular en el mundo con cierta libertad, y una puerta cerrada, es una puerta cerrada. La vida y la escritura se unen, porque escribir es contruirse una identidad, es confiar ciertas cosas para conocernos, bordear nuestra experiencia y completarla. Obviamente el Ego, está implicado, pero sobre todo para que te renconozcan y verte tú misma en esa mirada . Y aceptarte. Por eso, cuando la mirada de otro nos hiere, no nos reconocemos y padecemos ese estado.
Es como en la amistad y el amor, ceeo que no hay nada más duro que el hecho de aceptar de que alguien se nos venga abajo, que se nos caiga, como se dice en el lenguaje corriente. Porque cuando recibimos un gesto de afecto, de generosidad, de amor, confiamos y miramos el mundo de otra manera. Siempre he pensado que todo una cuestión de intepretación, he preferido pensar eso en lugar de la idea radical de que las cosas son irreversibles y por un solo lado, de una sola lectura. Solo que a veces nos quedamos sin argumentos. No sabemos qué más decir, no sabemos, ni comprendemos. No basta con dar afecto, no basta con entregarse, eso no garantiza la respuesta. Por eso no hay que esperarlas, como decía Levinas, pero eso, ¿es humano? No esperar nada. No lo sé y no sé si poseo esa sabiduría. Me temo que no. Hay muchas cosas que todavía no comprendo y espero llegar a comprenderlas o aceptarlas un día, como cuando miramos un atardecer y no pedimos nada más. Esa contemplación, ojalá la llegue a tener.
Ganas de animar una atmósfera, algo intenso, que no sea este trabajo de reflexión constante en el que está metida con la tesis... ganas de sentir olores fuertes, sensasiones. El invierno empieza a atenuarlo todo. Todos están resfriados en el monasterio y el ambiente es raro, es austero, como cuando estaban los monjes franciscanos. Falta poco para la última fase. Y luego: el avión! París, Lima...
Es como en la amistad y el amor, ceeo que no hay nada más duro que el hecho de aceptar de que alguien se nos venga abajo, que se nos caiga, como se dice en el lenguaje corriente. Porque cuando recibimos un gesto de afecto, de generosidad, de amor, confiamos y miramos el mundo de otra manera. Siempre he pensado que todo una cuestión de intepretación, he preferido pensar eso en lugar de la idea radical de que las cosas son irreversibles y por un solo lado, de una sola lectura. Solo que a veces nos quedamos sin argumentos. No sabemos qué más decir, no sabemos, ni comprendemos. No basta con dar afecto, no basta con entregarse, eso no garantiza la respuesta. Por eso no hay que esperarlas, como decía Levinas, pero eso, ¿es humano? No esperar nada. No lo sé y no sé si poseo esa sabiduría. Me temo que no. Hay muchas cosas que todavía no comprendo y espero llegar a comprenderlas o aceptarlas un día, como cuando miramos un atardecer y no pedimos nada más. Esa contemplación, ojalá la llegue a tener.
Ganas de animar una atmósfera, algo intenso, que no sea este trabajo de reflexión constante en el que está metida con la tesis... ganas de sentir olores fuertes, sensasiones. El invierno empieza a atenuarlo todo. Todos están resfriados en el monasterio y el ambiente es raro, es austero, como cuando estaban los monjes franciscanos. Falta poco para la última fase. Y luego: el avión! París, Lima...
El libro de Michel Leiris, La literatura como una tauromaquia, está publicado en España (y en Francia también) con La edad del hombre, ediciones Laetoli.
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