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mardi, août 22, 2006

México City


Acabo de llegar a México D.F por unos días. Estuve aquí en el año 1996 y no recordaba una ciudad tan grande ni tan exuberante. Para empezar, desde el avión, durante el aterrizaje, se tiene la impresión de que la ciudad no se acaba nunca, es realmente impresionante. Estoy leyendo el diario de Anais Nin, el volumen donde habla justamente de su viaje a México, dice que la vida es tan palpitante aquí que casi no necesitaba escribir, tal vez eso sucede cuando se llega a un lugar y es necesario posarse, sentirse sobre sus pies y poder observar… sucede que en México hay cosas que me acercan a Lima, y sin embargo es tan diferente. Las calles están más o menos diseñadas con la misma estética, amplias, lineales, los semáforos son los mismos que en Lima, la vegetación también, palmeras (aunque estamos a más de 2000m de altura), acacias, jacarandás, cucardas, etc…pero no hay el océano, es la montaña y tiene más una ire a sierra. Ahora, el clima está de otoño, calor por la mañana y luego lluvia por las tardes… esas son las primeras impresiones. Comentaré los fragmentos del diario de Anais Nin que más me han impresionado. Es realmente delicioso leerlo. Por ahora es como un cordón umbilical con el mundo. Lamento no haberlo leído antes porque es realmente un hallazgo. Por ahora transcribo uno que me ha gustado:
Conflicto entre mi yo femenino, que desea vivir en un mundo gobernado por el hombre, quiero decir, en armonía con ellos y la creadora en mí de un universo personal y a un ritmo particular que no puedo compartir con nadie.
Solo remarco que Anais Nin tuvo una relación muy intensa con su padre (las páginas que le dedica en su diario son conmovedoras), y con dos hombres más: Henry Miller y el peruano, Rango.

1 commentaire:

Gabriel Báñez a dit…

http://cortey.blogspot.com
Inauguro blog alentado por el feliz pensamiento de que gracias a todo lo que habla en mi discurso (que no es mío) y en el suyo (que tampoco le pertenece), aunque sólo entremos a al blog ud., yo y supongamos tres más, sumaremos mínimo 150 años -en tal acumulación de tiempo algo digno debe haber- y seremos como mil hablantes, conjurando así el fantasma del punto de vista único y la certeza o, lo que es igual, del aburrimiento y la locura.