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vendredi, mars 03, 2006

Memorias

Vallée aux Loups, 3 de marzo.

En la madrugada, he releído la primera parte de las Memorias de Ultratumba, en su edición de la Pléyiade. La traduzco porque es un texto que me parece muy hermoso.

El Valle de los lobos, cerca de Aulnay, este 4 de octubre de 1811

Hace cuatro años que a mi regreso de Tierra Santa, compré cerca de la aldea de Aulnay, en el vecindario de Sceaux y de Chatenay, una casa de jardinero, escondida entre las colinas cubiertas por el bosque. El terreno desigual y arenoso que dependía de esta casa, no era más que un vergel salvaje al final del cual se encontraba un barranco y un perqueño bosque de castaños. Este estrecho espacio me pareció propicio para acoger mis largas esperanzas; spatio bevi spem longam reseces (1). Los árboles que he plantado crecen, son por ahora tan pequeños que les doy sombra cuando me pongo entre ellos y el sol. Un día, dándome sombra, protegerán mi vejez como yo he protegido su juventud. En la medida en que he podido los he elegido en los diversos climas en los que he errado, me recuerdan mis viajes y nutren el fondo de mi corazón de otras ilusiones.
Si alguna vez los Borbones suben al trono, no les pediré, en recompensa a mi fidelidad, que hacerme suficientemente rico como para añadir a mi herencia el lindero de bosque que me rodea: es una ambición, acrecentar mis paseos de algunas hectáreas. Aunque sea un caballero errante, tengo los gustos sedentarios de un monje. Después de que vivo en este retiro, no recuerdo haber puesto más de tres veces los pies fuera de mi cercado. Mis pinos, mis abetos, mis alerces, mis cedros, mantienen su promesa, el Valle de los lobos será una verdadera cartuja.
(....)

Este lugar me gusta: ha reemplazado para mí los campos paternales y lo he pagado con el producto de mis sueños y mis vigilias. Es al gran desierto de Atala que debo el pequeño desierto de Aulnay. Para crearme este refugio, no he tenido que hacer como los colonos americanos, arrojar a los indios de Florida. Estoy apegado a mis árboles; les he dedicado elegías, sonetos y odas. A todos los he cuidado con mis propias manos y los he liberado yo mismo de los gusanos que atacaban su raíz, o de la oruga que se pegaba a su hoja. Los conozco a todos por su nombre, como a mis hijos, son mi familia y no tengo otra, y espero morir en su seno.


1. Al breve espacio de la vida, se sustrae la intensa esperanza. Horacio, Odas, I. Xi, 6-7.

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