Cuelgo un texto reciente e inédito que he escrito bordeando los límites de la confesión. Pero que no deja de ser una ficción. No hay imágenes, aunque el resultado final, el libro impreso, sí llevará fotos. Lo que me interesa es la fuerza del texto, su inscripción en la sensibilidad del que lo lee . Con eso, considero que mi trabajo ha sido completado.
What’s wrong with this picture ?
Placebo
Las imágenes de este libro no pretenden ilustrarlo. Están ahí en forma de marca apenas visible, a veces, tan sólo visibles en una cierta oscuridad. Ellas revelan no sólo la parte ausente de un cuerpo querido, de un gesto o una mirada, sino también su pérdida definitiva. He intentado saber qué sucede cuando las palabras siguen esas marcas trazando un rastro en forma de cicatriz. Algo que las evoca por medio de un lenguaje casi sordo y siempre silencioso, un lenguaje que transpira. Este gesto terco desea obtener lo máximo de ellas, acompañándolas de un movimiento que casi siempre queda incompleto, y de ahí que la imagen sea borrosa, siempre imprecisa.
Tengo varias fotos de Tristan en el disco duro de mi computadora. Fueron tomadas mientras estuvo a aquí, durante una semana. Por ahora me es imposible lograr separarme de ellas y no sentir que una luz oscura cubre esas imágenes, algo que las hace impenetrables y enigmáticas. Y entonces todo es negro. Como si apagasen la luz. Debe ser aquéllo que no nos es revelado en nuestras vidas, aquéllo que nunca terminamos por saber. Con Dios muerto, sólo una cosa nos queda, conocernos a través de los otros.
Si elijo una de ellas para ponerla frente a mí, lo que veo es un rostro ovalado, el mentón se hunde en el pecho, la boca es grande y se mantiene sellada, guardando su secreto. Lo que ilumina ese rostro es la mirada, brillante, húmeda, impregnada de un resplendor fatuo. Ese rostro se me aparece en toda su desnudez, sin defensa y sin máscara. Debe ser su edad y la forma cómo ignora lo que sucede a su alrededor, o lo que suscita cuando se mueve y respira. Cuando hace un gesto para estirarse y alcanzar el marco de la puerta dejando ver el borde de su ropa interior que muerde un poco la caída de sus riñones. Es una mirada dócil, que se proteje bajo la rigidez de la mandíbula, enmarcada por esos gestos que niegan la porosidad de los ojos, niegan una persona sensible, no saben que está allí, que existe. No la han visto. Esos ojos te miran, pero no te miran para reconocerte sino para decirte que todavía tú no existes, que a lo mejor jamás vas a existir, que estás destinada a ser una anécdota, una sombra que ha pasado un día, lejos de sus necesidades. Y es lo que veo en la otra foto, en ésa en la que estoy sentada, y un gesto de frustración se contiene en el ceño. Un gesto que escarba y golpea el exterior para lograr una respuesta. Pero se queda silenciado y solo.
Ese rostro está allí, entre el niño y el hombre, el hijo y el amante, el hermano, y nuevamente el amante, está allí en toda su ausencia, escribiendo un texto invisible al pie de la foto, de que nunca jamás, nunca jamás volverá a estar presente. Nunca más ese cuerpo, de esa forma: deseado sin esfuerzos y sin comprender qué está pasando ni qué tabú se rompe cuando me acerco para tocar su piel. A los quince años pude haber sido su madre.
Llamé a una amiga para preguntarle cuántos años de diferencia hay entre ella su pareja:
Veinte y no son nada.
No es su edad lo que me duele, al final de cuentas los hombres viven sin culpabilidad sus amores por mujeres más jóvenes y en el fondo no hay ningún tabú que romper, es ese espacio de tiempo que no hemos compartido lo que representa una zanja que no puedo saltar, una zanja oscura como la de una muerte próxima, una ausencia a la que no me acostumbro con el paso de los días. Ese fantasma de su cuerpo, ese silencio que sigue a su ausencia. Como en una foto.
Fragmento de Aquella imagen que transpira, texto inédito.
Copyrigth: Patricia de Souza
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