Benjamin Constant (1765-1830), sólo escribió dos novelas, además de numerosos escritos políticos, Adolfo y Cecile. Es de la primera que deseo hablar, porque, releyéndola, he descubierto que su personaje principal, Adolfo, es de completa actualidad. Adolfo es un joven que se enamora de una mujer mayor que él, pero no es un amor generoso, valiente, no, es un amor cobarde, inseguro, especulador... Y Eleonora, la protagonista, sin ser víctima, porque actúa y exige, se hunde poco a poco, hasta morir. Es un drama muy de su época, sólo que la sobriedad del estilo y la lucidez del contenido, lo mantienen vivo. Cuelgo dos cartas que están al final del libro (la novela en castellano, se puede encontrar en por Internet, en el www.elaleph.com), la primera, del autor al editor y la segunda la respuesta de éste. Creo que Adolfo es ese quidam de nuestra época, hombre o mujer, profundamente humano y, por eso, tan débil, tan perfectible también.
Nota bene: Ayer publiqué un comentario personal sobre el libro de la poeta peruana, Carmen Ollé en el suplemento Babelia, del diario El País http://www.elpais.es que se puede ver en su edición digital sin suscripción. La columna que está reservada a autores latinoamericanos, se llama Verbo sur.
Carta al editor de la novela Adolphe, de Benjamin Constant
Le envío, señor, el manuscrito que ha tenido la bondad de confiarme. Le agradezco este gesto, aunque haya despertado en mí algunos recuerdos tristes que había borrado. He conocido a la mayoría de personajes que figuran en esta historia, porque es demasiado verdadera. Yo he visto muchas veces a ese extraño y desafortunado Adolfo, quien es a la vez el autor y el héroe; y he tratado de arrancar a través de mis consejos a la encantadora Eleonora de su lado, digna de una mejor suerte y de un corazón más fiel, al ser perjudicial, que no más miserable que ella, la dominaba por una especie de encanto, y la destrozaba con su debilidad. Hélas!, la última vez que la vi, creía haberle dado un poco de fuerzas para armar su razón contra su corazón. Después de una larga ausencia, regresé a los lugares donde la había dejado, y no encontré más que una tumba.
Usted debería, señor, publicar esta anécdota. No puede de ninguna manera herir a nadie, y no sería, a mi punto de vista, sin sentido. La infelicidad de Eleonora prueba que el sentimiento más apasionado no puede luchar contra el orden de las cosas. La sociedad es demasiado fuerte, se reproduce de diferentes maneras, y procura demasiadas amarguras al amor si es que no lo ha sancionado; la sociedad favoriza esa tendencia a la inconstancia y ese cansancio impaciente, enfermedades del alma, que surgen muchas veces en medio de la intimidad.
Los indiferentes ponen un cuidado maravilloso en enredarnos en nombre de la moral y son dañinos por fidelidad a la virtud; pareciera que la visión de la afección les molestara, porque son incapaces de sentirla; y cuando se pueden valer de un pretexto, gozan atacándola y destruyéndola. Infelicidad entonces para la mujer que se recuesta en un sentimiento que reúne todo para envenenar, y contra el cual la sociedad, mientras no se vea obligada a respetarlo como legítimo, sirve de todo lo que hay de peor en el corazón del hombre para elimimar todo lo que posee de bueno!!
El ejemplo de Adolfo ne sera menos ilustrativo, si le añade que después de haber rechazado al ser que amaba, no ha estado menos inquieto, menos agitado, ni menos descontento; no hizo nada con su libertad reconquistada al precio de tantos dolores y lágrimas; que haciéndolo digno de censura lo hacían también digno de piedad.
Si necesita pruebas, señor, lea las cartas que le instruirán sobre la suerte de Adolfo; verá que en circunstancias diferentes es siempre la víctima de esa mezcla de egoísmo y de sensibilidad que se combinan en él para su mala suerte y el sufrimiento de los otros; previniendo el mal antes de hacerlo, y retrocediendo con desesperación luego de haberlo hecho; castigado por sus cualidades que se alimentaban de sus emociones y no de sus principios; a su vez el más fiel de los hombres y el más duro de ellos, pero siempre terminando por ser duro, luego de haber comenzado por la fidelidad, dejando así sólo rastros de sus errores.
RESPUESTA DEL EDITOR
Sí, señor, publicaré elmanuscrito que me ha envíado (no es que piense como usted en su utilidad; cada uno aprende de su lado en este mundo, y las mujeres que lo leerán se imaginarán todas haber conocido a alguien mejor que Adolfo o ser mejor que Eleonora); pero lo publicaré como historia verdadera de la miseria del corazón humano. Si encierra una lección instructiva, es al corazón de los hombres a quienes está dirigida: demuestra que ese espíritu del que estamos tan orgullosos, no sirve ni para encontrar la felidad ni para darla; prueba que el carácter, la firmeza, la fidelidad, la bondad, son dones que hay que pedir al cielo; y no llamo bondad a esa piedad pasajera que no vence a la impaciencia, sin impedirle abrir las heridas que un instante de remordimiento ha cerrado. La gran pregunta en la vida, es el dolor que causamos, y la metafísica más ingeniosa no justifica al hombre que desgarra el corazón que lo amaba. Por otra parte, detesto esa fatuidad de la mente que cree justificar lo que explica; detesto esa vanidad que se ocupa de sí misma contando el mal que ha hecho, que tiene la pretención de inspirar compasión describiéndose y que, sobrevolando indestructible sobre las ruinas, se analiza en lugar de arrepentirse. Odio esa debilidad que se vale siempre de los otros para justificar su propia impotencia y que no ve que el mal no está en los alrededores, sino más bien en ella. Habría adivinado que Adolfo ha sido castigado con su carácter por su mismo temperamento, que no ha seguido ninguna ruta trazada, realizado ninguna carrera útil, y que ha consumido su talento sin otra dirección que el capricho, sin otra fuerza que la irritación, hubiera, digo yo, adivinado todo eso, aún cuando no me hubiese contado los detalles de su destino, del cual no sé si me serviré. Las circunstancias son poca cosa, el carácter lo es todo; vanamente rompemos con los objetos y las personas exteriores sino sabemos romper con nosotros mismos. Cambiamos de situación, pero transportamos en cada uno de nosotros el tormento del que pensábamos liberarnos, y como no nos corregimos desplazándonos, añadimos sólo remordimientos a los remordimientos y faltas a los sufrimientos.
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