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vendredi, août 12, 2005

Y qué, sobre la novela


En una entrevista en el New York Times, V.S. Naipul hace un análisis inclemente de la literatura contemporánea. Se pregunta cómo se puede afrontar la ficción en una época en la cual la realidad supera largamente a la ficción. El problema del resurgimiento de la religión le parece un tema inevitable. ¿Cómo van a hacer los escritores? Naipul dice, Si eres un escritor romántico escribes novelas sobre un hombres y mujeres que se enamoran, pero no es suficiente (...) Yo creo que la no-ficción da una oportunidad para explorar el mundo que alguien desconoce completamente. Luego dice estar harto que todo el mundo elogie la literatura francesa del XIX. Todo el mundo quiere ir a París para pintar o escribir. Pero le mundo ha cambiado. El mundo ha crecido y es más grande. Marcel Proust le parece tedioso y repetitivo y Stendhal, idem. Y la escritora anglosajona Zadie Smith, en una serie de especiales de Le Monde de Livres, dice lo mismo, que no le gusta Proust y reconoce leer muy poco a los autores franceses. Puede que sea una manera de se políticamente incorrecto decir que Proust es aburrido y echarlo al tacho, pero Proust sigue vivo, con Swan y Albertine en la memoria de sus lectores. Zadie también dice que la estructura de la novela La vida Bridget Jones tiene la estructura de Orgullo y prejuicio, de Jane Austen. Y eso puede provocar un poco de envidia... Es verdad que hacer una novela con una estructura impecable parece toda una proeza, pero yo me pregunto si el problema de la estructura es lo más importante en este tiempo en que los paradigmas cartesianos, lógicos están revueltos. Quiero decir que la realidad no tiene una estructura como en el siglo pasado, los valores de tiempo y espacio, etc. Jane Austen escribió para su tiempo, en el presente, no creo que pueda inspirar envidia que un libro esté escrito como las novelas de Jane Austen (no, ¡por favor!).
Terminando de leer la novela de Madame de Lafayette, La princesa de Cleves, pensé que sería interesante hacer una versión moderna, pero eso duró poco. La Princesa de Cleves es un libro que para la época, siglo XVII, significó una pequeña revolución coperniciana por su estructura: intromisión de la autora, cambios de perspectiva, digresiones filosóficas, etc... pero ahora, todo eso, nos es familiar, aunque muchos autores se aferren al modelo clásico, con una fobia que no entiendo al cambio. Tal vez lo interesante ahora no esté en la forma. Naipul dice también algo sobre une exceso de novelas con una estructura muy funcional, o son novelas con tesis, o novelas históricas o novelas policiales, sino en el contenido. Las formas se agotan y el poder de lo adiovisual invade la sensibilidad de los jóvenes, lo importante se mantendrá en la mirada que demos a las cosas, mientras más limpias, apasionadas y vivas, más posibilidades tendrá de tocar una fibra del lector ametrallado de información. Yo quiero transpirar mi época en mis textos, sus límites y sus imperfecciones. Extinguirme con ella, absorber su velocidad y su desenfreno. La incandescencia. La Princesa de Cleves es un libro extraordinario porque sucedió en otro siglo y porque nos hace reconocer el pasado para vivir el presente.

Cuando tomo el TGV (el tren rápido, bueno, rápido por zonas porque no siempre va a 400/h) Nunca sé qué hacer. Se me ocurrió un día llevarme los episodios de Sex and the city, y me tocó un religiosa (por supuesto, no la de Diderot, magnífico libro, del cual existe una película de Jacques Rivette con Anna Karina) al lado. Decidí ignorarla y mirar de todas formas la serie. De pronto, ella empezó a preguntarme por lo que estaba viendo y detuve la computadora, inmediatamente atrapada en una explicación sociológica de sus personajes. Primero, que representan un sector privilegiado de la población de la costa norteamericana, segundo, que son mujeres que han ganado una libertad en sus gestos al poder ganarse la vida y así pensar libremente, que una sociedad como la norteamericana, una de las primeras junto con Inglaterra en reconocer los derechos de la mujer, lo permitía, que a pesar de una cierta frivolidad en sus vidas, Carry, Miranda, y Samantha, la última Charlotte (la más boba y la más conservadora la dejé para el final) no estaban alienadas con el sistema porque existían por encima de las convenciones privilegiando sus sentimientos y deseos. Claro, no se trataba de Emliy Dickinson ni de Hannah Arendt, pero había en ellas una sabiduría de vida y una solidaridad, y sensibilidad, etc... Entonces, mi religiosa, que venía del santuario de Lourdes, terminó mirando Sex and The City conmigo, ¡aunque enrojeció cuando se dio cuenta de que había escenas de sexo! Me dio ganas de hablarle de Catherine Millet (autora de La vida sexual de Catherine M,biografía intelectual, como la llamó ella (sic)), pero me retuve. La próxima, tal vez hable de su libro o cuelgue un artículo publicado en el diario La razón.

Ps: agradezco las invitaciones, los envíos, los comentarios, todo eso me conmueve. Un querido amigo me ha dicho que es imposible contestar fuera del blog a cada uno de ustedes.

3 commentaires:

Ivan Thays a dit…

¿Ves Sex & The City en tu computadora cuando viajas en tren? Yo cuando voy en avion veo Seinfeld en mi iBook!!!

Magda Díaz Morales a dit…

Creo que sí, tal vez lo interesante ahora no esté en la forma. Aunque no voy muy de acuerdo con lo que opina Naipul de varias cosas, menos que Proust sea tedioso, siento como si fuera más pose que otra cosa, pero no se.

Lo visual está muy de "moda", a mi en lo particular me gusta cuando el lenguaje narrativo y el plástico se aunan, por ejemplo en la narrativa adonde se encuentra la écfrasis verbal.

¡Una religiosa mirando Sex and the city! ¡wow! esto sí es fenómeno
:))
Muchos saludos y buen fin de semana.

Rain (Virginia M.T.) a dit…

'Reconocer el pasado en el presente'.

Sí.

Patricia,¿podrías publicar un cuento tuyo 8reciente) en algún momento?
O sino, el que prefieras....