
Mientras viajo en el TGV (tren de alta velocidad) entre una ciudad y otra, encontré un “Diario del África”, de un anónimo. Ningún rastro sobre su identidad en un cuaderno comprado en Italia, de cuero, con manchas de café y un fuerte olor a tabaco. El diario empieza en el verano, en París 2003, y después de recorre parte del África para terminar en abril del 2005. Yo sueño con ir hacer un viaje a ese continente, tal vez empezaría por el norte, que es lo más cerca de Francia, todavía no lo sé, pero me parece un extraño azar que yo ése cuaderno haya caído en mis manos. Las cosas que va diciendo este desconocido son muy interesantes, lúcidas, casi universales. A veces su estilo es remarcable, limpio, como lo suelen ser los autores moralistas, otras, decae por la ortografía o los tachones, pero en general está bien escrito. Me he preguntado qué hacer con él, buscar a su dueño parece imposible, guardarlo en un cajón, tampoco me gusta porque no es mío. Finalmente me digo que una manera de darle la vuelta a ese olvido (¿se lo olvidó o lo dejó ahí, en el tren, a propósito para que alguien lo encontrara? He pensado en eso, pero ¿cómo sabía que sería yo, una escritora la que daría con él?) que ha sido un regalo para mí, osea que transcribiré algunos fragmentos en este blog.
Paris, 7 de julio del 2003
¿Qué me empuja al África? ¿Es estas ganas de aventura que determina mi vida desde que he nacido, o es que son esos paisajes que he recorrido tantas veces a través de las fotos, o simplemente la belleza de las mujeres negras? En este instante son preguntas que ya no me hago, sólo se imponen respuestas. Las mujeres negras son tan bellas, tan deseables, su piel es satinada, su espalda dura, sus hombros delgados y respirando la forma, el talle estrecho, lo sufiente como para ampliar un poco más su curva que no llama sino al abrazo. Adoro las mujeres africanas. Vuelven locos a ciertos hombres, ellas lo saben y de alguna forma, se aprovechan. Siempre caigo en la trampa aunque suelo ser duro con ellas, sigo siendo un blando.
La vida siempre se tiene que reinventar y yo he caído en la trampa de la monotonía. Ellas tienen el talento que hace que no nos aburramos pero algunas veces nos inquietamos. Ellas son tam bellas que ese tesoro podría ser robado en cualquier instante. Hay que ser un occidental para pensar eso y africano para no preocuparse. Las ganas de aventura es tan grande que me pregunto si un día será posible de dejar de hacer estos viajes. Esta vida que no está construida sino de acciones que se suceden las unas a las otras. Yo tengo una necesidad afectiva muy pobre pero a veces está muy presente. Puedo ser considerado como muy frío, pero mi bondad es y estará siempre presente. Es un lado que viene de mi padre y una regla de vida de la cual no me puedo deshacer sin miedo de perder el equilibrio y caer en un vértigo que me horroriza. Esa parte humana es muchas veces ridiculizada, humillada, tomada como un infantlismo,y me siento muchas veces herido. Pero es así, soy bondadoso y mi padre es así. Es una marca de familia, una parte que debemos preservar y tratar de difundir esa bondad.
Seguiré en mi próximo blog.
Antes, quería hablar de una desaparición que ha sido dolorosa. He recorrido todo París a pie para tratar de purgar esa ausencia, de tanto en tanto, algunos amigos me sostenían con frases de afecto, pero París me pareció inmenso y estaba sola, con esa pena. Cuando una persona que queremos desaparece su ausencia tarda en hacerse concreta, o mejor dicho, tardamos en olvidarnos de ellos. A lo largo de una serie de figuras femeninas fuertes, vitales, resplandecientes, esta, la de mi abuela materna, era una importante. Una de las cosas que más respetaba en ella era su forma de envejecer con dignidad y sin quejas. Su elegancia consistía en no decir las cosas que son obvias, en tomar lo mejor que la vida le ofrecía, sin sacrificarse ella, la mujer que era. La vejez puede ser hermosa cuando llegamos a tener un poco de sabiduría, sin ello, parece una cosa insoportable y solitaria. Pero si estamos abiertos al mundo, si vemos cada día como un aventura (retomando a mi autor anónimo), la vida no dejará de sorprendernos. Creo que ese eras su rasgo más vital.