Casi termino el libro de Vivienne Forester sobre Virginia Woolf, debo una reseña, pero ayer encontré uno del psicoanalista argentino, exiliado en México, Néstor Braunstein, en que también habla de ella y el "estado del espejo", aquel que Lacan definió como el primigenio para reconocerse desde la alienación con la propia imagen y el paso a una sensación de unidad... por más que ese espejo sea siempre una imagen, un otroa, sentimos que estamos unidoAs por una especie de mitología que tejemos en torno a él. Cuando ese mito o esa imagen se estropea, viene la neurosis, la imposibilidad de verse. Y aquí viene lo de Virginia: según Forestier, pero sobre todo según Braunstein, el reconocimiento que ella hace de su propia imagen es desde la verguenza: verguenza como mujer, como persona, como Virginia, ella. Y yo pensé, cuando esa verguenza se hace pública, pues nos debilitamos y desarrollamos una especie de paranoia. Quiero decir, ¿cuántas mujeres se gustan y se reconocen en la imagen que ven de ellas mismas, no son cientos, cientos de mujeres (y hombres pero ahora no es el tema) que nos reconocemos desde la verguenza de no poseer una historia digna, una imagen digna o respetada? Y, justamente, cuando Foucault dice que la historia, incluso la psicológica, es una historia social, quiere decir que tiene una relación directa con el rol que ocupamos en la sociedad y cómo nos valorizan desde allí, o sea, ese espejo que es el Otro, nos mira y nos dice quiénes somos. En el caso de Virginia, Forester defiende la teoría de que Leonard termina por persuadirla que estaba loca, es decir, no podía ser de otra manera, si no, qué papel hubiese jugado él en esa historia, el de la comparsa? No, él ha sido sujeto activo en esa biografía, tanto así que terminó convirtiéndola en efigie! La verguenza de ella es de no ser una mujer como las otras, de no reconocerse en esa imagen dividida: hombre-mujer, madre o hija, escritora o simplemente esposa, en ese espejo que no reflejaba una imagen reconciliadora de ella sino una escindida. Braunstein cita a Cortázar quien dice que toda memoria empieza con una imagen de espanto, espanto de la propia imagen. Sí, todoAs estamos confrontadoas a mirarnos de frente y reconocernos, pero el susto que nos podemos llevar puede ser tremendo, de ahí que siempre digamos, "es incapaz de mirarse en el espejo". Yo creo que al mismo tiempo que somos muy valientes podemos ser muy cobardes y huir de esa imagen que nos desagrada, o terminar por asimilarla, metabolizarla, y ser lo que los demás desean que seamos pero sin jamás hacernos la pregunta de qué es lo que realmente deseamos ser, la mirada exterior nos define y ocultamos todo lo que nos averguenza (pienso en cuántas escenas he maquillado, en situaciones que me han inspirado ese sentimiento de desprecio, pero, ¿por qué? Supongo que por temor). Y sucede mucho con las mujeres que nos perdemos en el laberinto de roles que nos impone la sociedad, las de guardianas, celadoras, álgo de policíaco hay ahí y quizás de ahí se explique la paranoia de Virginia y luego sus estados de intensa depresión. Pues bien, la cosa son las palabras curadoras, las frases curadoras y la capacidad de escribir su propia biografía, cueste lo que cueste, y con sus propias palabras. Aprender a hablar y caminar soloas...
Porque, citando a Gide, siempre tenemos esa obligación de ser felices... con la rebeldía de un Nietszche o la beatitud de un San Francisco de Asís, o una Teresa de Ávila, pourquoi pas??
Foto: entrada a una fonda en Tasco.
2 commentaires:
¡Tus cuentos pueden ser curativos también!
Al final no hay mejor curandera que una misma,pero claro, para asimilarlo primero y, ponerlo en práctica después,se necesita mucho valor...
Besos desde Valencia!
PS: descubrí cómo colgar audios en el blog www.goear.com
Sí, Lydia, los textos escritos son una exposición que puede actuar a manera de cura. El primer paso es decisivo..
y miraré lo de colgar audios...
bsss
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