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Yo no sé si cuando se escribe, se puede tener en cuenta los efectos que pueda causar en el lector un texto. Yo creo que hay autores cuya escritura no se separa de su experiencia, es lo que yo llamo la escritura como huella, como marca o como síntoma. Me doy cuenta, leyendo un libro de un autor francés que ya mencioné, Medhi Beljam Kacem (Vida y muertes de Irene Lepic), que pueden existir las mismas preocupaciones estéticas (y éticas) en distintas partes del mundo. En mi caso, escribir siempre me ha confrontado con un problema de identidad con el lenguaje, con todas su fallas y alienaciones. Por eso, siempre he dicho que escribir es una forma de resistir. Pero más allá de eso, escribir es para mí una forma de hacerme presente, de encarnarme en la escritura, y el proceso en sí, me trasciende. No soy la misma en mis textos, quiere literalmente: Yo es otro, del Poeta Arthur Rimbaud. O la primera frase de las Confesiones de Jean-Jacques Rousseau, si al menos no soy mejor, soy otro. Creo que escribir es una manera de aprender a aceptarse, pero aceptar ese plural que habla en nosotros. Hoy leía un comentario en el diario Le monde sobre un autor que no conozco muy bien, pero que deseo leer, Pierre Guyotat, decía algo que me parece próximo: yo no soy más que un intermediario, una suerte de Messanger. Y yo he usado esa idea para hablar de mi trabajo. Pero también se trata de decir Yo en voz alta, de unir la experiencia fragmentada en el proceso de escritura. La experiencia como mujer, si a los escritores no les inquieta su cuerpo, a mí, sí. Creo que todas mis experiencias, las más terribles, las más intensas, se unen en ese espiral del texto. No es lineal porque la experiencia no lo es, no a mi modo de ver, entonces, experiencia y escritura, cuerpo, soma y escritura, están unidos, son una sola y misma cosa. Ahora, en torno a la escritura en primera persona, yo creo que desde el instante en que decidimos escribir, aparece el tú, el otro, aquel al que nos dirigimos. Esto, me parece obvio. Yo escribo para acercarme de los otros, no para que me quieran, más, no lo creo, sino para que desaparezca esa distancia entre ellos y yo. Guyotat dice otra cosa que me gusta: El otro, quienquiera que sea, se convierte en mi única preocupación. Y aquí me viene la frase de Levinas: El otro es la prohibición del crimen, una frase hermosa. El tú, para mí son esos otros transformados en el proceso de escribir y que dejan de ser personas reales para ser personajes, es decir, seres de ficción. Es por eso que toda aproximación exacta en la realidad con mis personajes me parece arriesgada, arriesgada porque son producto de la imaginación (esto, a propósito de las aproximaciones entre realidad y ficción en mi última novela, Electra en la ciudad, las alusiones a Julio Ramón Ribeyro y José Tola). Creo que el pacto autobiográfico define la verosimilitud de un texto. Si el autor asume que está haciendo una obra autobiográfica y lo declara desde el principio, pero en mi caso, solo trazo la línea vital de mi paso por el mundo sin querer describirme a mí y a mis experiencias, sino asumiendo que solo soy una cadena en ese largo proceso de creación, asumiendo mi pequeñez, aunque me esfuerce en sacarme la máscara y por eso diga Yo. No Ecce Homo sino !Ecce Femina! Cada vez que una escribe, se inventa de nuevo la vida de una misma, los otros se absorben en ese proceso, se trasnforman. Recuerdo que cuando leí Stabat Mater, me puse a pensar, !pobre mi madre si piensa que es ella el personaje! Porque lo es y no lo es, porque ella se había transformado en una figura mitológica de mi pasado a la que yo había querido dar forma escribiendo, y eso pasa con todos los personas que han pasado por mi vida. También pensé: Yo me he inventado el hombre que desearía conocer, una fusión de Igmar Bergman, el pintor Mark Rothko, y el cineasta Jean-Luc Godard. En suma, sin los libros, sin el drama de la ficción, la vida me parecería mucho más aburrida, porque escribo para enriquecerla, por una obsesión estética o tal vez porque no puedo evitarlo, y porque pienso que algo se salva y se preserva en mí cuando escribo, algo se hace espiritual (de todas formas las escrituras en primera persona, a manera de confesión, siempre buscan una absolución, un reconocimiento y tal vez yo he deseado que me reconozcan, en toda la extensión humana de la palabra). Y porque tal vez he pensado que podía salvarme, no sé de quién o de qué, pero de algo, aunque me la juegue en ello y me duela la caída. Al final de cuentas solo soy una mujer, une femme infamme, como decía Ana Karina en Pierrot le fou...