mercredi, novembre 02, 2005
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A raíz de un post que colgué sobre “Literaturas nacionales”, veo la necesidad de revisar este concepto. Creo que mi análisis proviene del hecho de tener una desconfianza enorme en lo que son las identidades nacionales, quiero decir, todo lo que significa un proceso cerrado, en busca de una idea monolítica... eso, me causa temor. Quizás esto nos devuelve a nuestra condición más humana, nuestra propia contingencia y nuestra fragmentación actual. La unidad que buscamos, sólo la podemos encontrar en nosotros mismos y no en el exterior. Esto no significa que no podamos adherir a valores ecuménicos o universales ( el último intento fue crear una suerte de internacional intelectual entre filósofos y escritores, Derrida, Morin, Habermas, entre otros... además no puedo olvidar el Dadaísmo y el Surrealismo en el plano estético y político) , son los acuerdos necesarios para vivir juntos, y es también su lado frágil, Para volver a hablar de Hannah Arendt, su gran dilema fue cómo aceptar la pluralidad dentro de cierta unidad, lo que ella trató de enteder entonces fue: en qué la política está enraizada en la condición humana, en qué es la más humana y la más digna, como la más frágil. Las ideologías, los conceptos cerrados, terminan asfixiando al pensamiento, por eso hablaba de una identidad en movimiento que supiese absorber lo que nos brinda el mundo contemporáneo, incluso la fragmentación en la manera de ver las cosas, o la hibridez.
La teoría de las esencias, el alma andina, o francesa, o rusa, siempre me han parecido dudosas porque no existe, a mi modo de ver, mingún alma, sino un estado contingente que se adhiere a una época y refleja ciertos elementos, casi siempre culturales y cambiantes. Desmontar cualquier concepto, es una especie de método contra la alienación, quizás, lo que más me inquieta. Siempre pienso en el drama de Antígona como un buen ejemplo de lo trágico que puede llegar a ser una alienación, la razón de las guerras y de las masacres. La riqueza de un país, de una cultura, está en su creatividad, no en sus fijaciones ni sus fobias. Eso es una parte de la idea porque es un proceso abierto, como la escritura: a cada movimiento una nueva pregunta y así, ad infinitum.
Transcribo un poema recogido por Arendt en su Diario intelectual (Seuil, 2005), sin autoría identificada:
Mientra subo la colina de la vida con mi pequeño atadillo/ Si lo encuentro empinado/Si el desaliento me acecha/ Si mi último paso/parece más antiguo que la esperanza que lo vio nacer/Que el corazón que ha propuesto como el corazón que ha aceptado/ de tener por patria la ausencia de patria/ se sienta sin mella y sin reproche.
En la foto: Hannah Arendt.
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