EL nacimiento del día, fragmento.
¿Imaginan ustedes, al leerme, que hago mi retrato? Paciencia: es solo mi modelo.
Señor,
Me ha pedido venir a pasar una semana en su casa, es decir, cerca de mi hija adorada. Usted que vive cerca de ella, sabe lo poco que la veo, y cómo su presencia me encanta, y me conmueve que me invite a venir a verla. Sin embargo, no aceptaré su amable invitación, al menos, no ahora. He aquí la razón: mi cactus rosa va a florecer muy pronto. Es una planta muy rara que me obsequiaron, y de la que me han dicho que no florece sino cada cuatro años en nuestros climas. Y como soy una mujer de edad muy avanzada y que, si me ausentase, mientras mi cactus rosa florecerá, estoy segura de que no podré verlo florecer otra vez…
Acepte, entonces, señor, con mis agradecimientos más sinceros, la expresión de mis mejores sentimientos y de mi lamento.
Esta carta firmada “Sinodie Colette”, nacida como Landoy, fue escrita por mi madre a uno de mis maridos, el segundo. El año siguiente moriría a la edad de setenta y nueve años.
A lo largo de horas en que me siento inferior a todo lo que me rodea, amenazada por mi propia mediocridad, asustada al descubrir que un músculo pierde vigor, un deseo, fuerza, un dolor el temple afilado de su cortante, puedo sin embargo enderezarme y decirme: Soy la hija de aquella que escribió esa carta, esa carta y tantas otras, que he guardado. Esta mujer, en diez líneas, me enseña que a setenta y seis años proyectaba y emprendía viajes, pero que el florecimiento posible, la espera de una flor tropical suspendía todo y hacía silencio incluso en su corazón destinado al amor. Soy la hija de una mujer que, n un pequeño país vergonzoso, avaro y estrecho, abrió su casa pueblerina a gatos errantes, vagabundos y sirvientas embarazadas. Soy la hija de una mujer que, veinte veces desesperada de no tener dinero para los demás, corrió bajo la nieve, golpeada por el viento para gritar de puerta en puerta, a los ricos, que un niño, cerca de una chimenea indigente, acababa de nacer sin frazadas, desnudos sobre desfallecidas manos desnudas. ..
Podría olvidar alguna vez que soy la hija de una mujer así, de alguien que se inclinaba temblorosa, con todas sus arrugas deslumbradas entre los sables de un cactus, bajo la promesa de una flor, una mujer que no deja de florecer infatigablemente durante tres cuartos de siglo.
Ahora que me deshago poco a poco y que en el espejo me parezco cada vez más a ella, dudo que si volviera, me reconozca como su hija, a pesar del parecido de nuestros rasgos… A menos que regrese cuando apenas empieza el día, y que me sorprenda de pie, al acecho de un mundo dormido, despierta, como estaría, como suelo estar antes que nadie…
Antes que nadie, oh mi casta y serena madre que regresa, no podré mostrarte ni el delantal azul cargado de la comida para las gallinas, ni la podadora, ni el cubo para el bosque… de pie, antes que nadie, peor en un umbral marcado de un paso nocturno, y semidesnuda en un abrigo palpitante, enfundado con prisa, pero los brazos temblando de pasión y protegiendo- o vergüenza, o escóndanme- una sombra de hombre tan delgada.
Apártate, déjame que te vea, me diría mi querida madre… Ah! ¿No es mi cactus rosa el que me sobrevive y el que besas? ¡Cómo ha crecido y cambiado! Pero, al interrogar tu rostro, mi hija, te reconozco. Reconozco tu fiebre, tu espera, la devoción de tus manos abiertas, el latido de tu corazón y el grito que retienes, en medio del día que te rodea, sí, te reconozco, reindico todo eso. Quédate, no te escondas, y que los dejen en reposo, tú y él que besas, ya es en realidad mi cactus rosa, que quiere finalmente florecer.
¿Es esta mi última casa? La mido, la escucho, mientras se consume la breve noche interior que sucede inmediatamente aquí, al mediodía. Las cigalas y el entramado en madera que protege la terraza crepitan, no sé qué insecto aplasta pequeñas brazas entre sus elitronos, el pájaro rojizo sobre el pino canta cada diez segundos, y el viento del poniente que cierne, atento, mis muros, dejan en reposo el mar plano, denso, duro, de un azul rígido que se enternecerá con la caída del día.
Mi traducción.