Según Jacques Rancière, la fuerza de Flaubert es haber podido, a pesar suyo, democratizar la novela. El análisis de Rancière critica la posición de Sartre, quien acusaba en Qu'est que c'est la littérature de traicionar la realidad, en un esfuerzo de ejercicio democrático al traicionar justamente los códigos sociales. Por ejemplo, en un Corazón simple, Felicidad no se expresa como una empleada doméstica ni posee la simpleza de espíritu de una mujer de su clase, sino que habla como una mujer de la burguesía y trasciende o quiebra el esquema social que podría hacer reconocible. Justamente, al escribir, no puedo aceptar esa rigidez de los códigos sociales (ni tampoco en el género) que una persona de un determinado lugar hable de forma predecible o que una mujer o un hombre sean identificados por su género. Me gustan las personas, las que existen más allá de todo esquema y que logran crear otros paradigmas, seres libres que buscan una identidad, o la pierden, sin mucha culpabilidad. En ese sentido todos mis personajes son unos desarraigados, sin dios, ni tierra. Y en eso, me siento próxima de Flaubert, de un personaje como Felicidad, o la Madame Bovary, que se diluye al entregarse a esa fusión del encuentro con el otro, el hombre...
regresamos de la playa con Elba, día nublado, grandes olas plateadas, una soledad constante en esta Lima todavía gris, la imagen de mi padre caminando lentamente, como un caracol que arrastra su caparazón, y una enorme ternura...
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