mardi, novembre 29, 2005
Las mujeres y la novela
Siempre me ha producido cierto asombro el ver la poca cantidad de mujeres que escriben novelas. Pero más que juzgar, me interesa comprender mejor las razones. Siempre he pensado que escribir necesita de una confianza en la capacidad de proyección del propio autor y en el lenguaje. Las novelas se inscriben más en el terreno de la doxa, del mundo concreto, del de la prosa del mundo, como lo decía Kundera en su ensayo, La cortina. Obvio, no? No tanto, porque el hecho de que en las novelas se hable del mundo factual y concreto, hace que las mujeres sean pasivas. Las reglas de la tribu no pueden ser trastocadas, hay que preservar la especie y para escribir se necesita tiempo, soledad y cierta arrogancia para decir, Yo en voz alta.... ¿Se contradice esto con la maternidad? No, no necesariamente aunque no sea madre, tal vez sea incluso una manera de trascendencia, de experiencia metafísica. Lo que sí pienso es que las creencias culturales mantienen las cosas intactas, los roles sociales casi en la misma situación que el siglo XIX.... El siglo XX será de las mujeres, anunció Víctor Hugo con ánimo de predestigitado. Y no lo creo porque los movimientos en el pensamiento son impredecibles y hay un retorno a una manera de pensamiento racional, apodíctico, desconfiado de todo lo que se le escapa. La frase se Simone de Beauvoir, uno no nace mujer, lo deviene, no satisface a muchas mujeres y se prefiere hablar de esencia femenina y masculina. Es decir, ¿lo femenino es una esencia, o es simplemente una huella cultural, que puede ser trascendida? Tal vez nuestra identidad sea mucho menos imprecisa, y aunque tenga que ver con un cuerpo, con su volumen y su forma (un buen acomodamiento de átomos???), tiene que ver con un mundo interior, psicológico y complicado, con los símbolos que se forman a través del tiempo y a los cuales hemos ido poniendo nombres. Hace poco, la guerra contra el psicoanálisis declarada por un libro negro, me hizo pensar que la época desconfía de los símbolos, de su imprecisión y su aleteo interno. Un acontencimiento, un atentado, una guerra, un terremoto, actúa en forma de símbolo y rompe la cadena de representaciones, bloquea el lenguaje, lo hace incomprensible. Para mí, todo acto linguístico, sobre todo el escrito, es afectivo. Por eso, que las mujeres escriban y escriban novelas, depende de la confianza que sientan en sí mismas, de la capacidad de crear su propio relato, su auto-bio-grafía, en el sentido pleno. Lo difícil es que como decía Simone Weil, cada relato fundamental empieza por la dominación del hombre, la Biblia, los textos clásicos, Occidentales y Orientales. La mujer no es origen, y sin embargo es la que da vida. El hombre es el creador porque es él el logos, él el que nombra y da sentido, y toda mujer que se atreva a querer usurpar ese lugar puede ser neutralizada. Nombrar, es el comienzo de esta historia, atreverse, el reto. Hummm, pensaba en si las cosas son tan dífíciles, pienso en voz alta, pienso en Duras, en Woolf, en Mac Cullers, en Beauvoir... Y no, no hay tantas... Geo-políticamente las cosas parecen presentar un androcentrismo irreversible, no veo una posibilidad de cambio sino es en los países de América donde las cosas están menos determinadas y el movimiento permite que los roles no sean arquetípicos, quiero decir estigmatizados, sino concretos. Para que las mujeres conquisten el terreno de la novela, tienen que poder seguir escribiendo, tienen que confiar en su lenguaje y en la forma en cómo se representan el mundo, tienen que romper con la autoridad masculina. Olvidar ciertos traumas, acontecimientos, como pueden ser las imágenes de una mujer golpeada, torturada o lapidada. Aquí sí, es terrible como un cuerpo es un cuerpo, un cuerpo frágil que no puede defenderse. Pienso en un crimen espantoso, duecedido hace una semana en París, el de una joven quemada viva por su novio que no aceptó negativas a su propuesta de matrimonio. Una mujer muere violentamente por causa de un hombre cada 4 días, un hombre cada 16...
foto: Sartre et Beauvoir.
jeudi, novembre 24, 2005
Manchette reeditado
Jean Pierre Manchette no es sólo el autor de novela negra nacido en 1942 y desaparecido precozmente a los 52 años de un cáncer, es el origen de una serie de novelas que inauguran un período de crítica social y desenfado en el lenguaje que se conoce n Francia como la Serie Negra. Es sobre todo un escritor que quemó una a una las etapas de su vida, con la misma velocidad con que transcurren sus novelas de personajes arquetípicos, nostálgicos, truhanes y dandys, bandidos y protectores, misóginos y contestatarios de la sociedad de los años 60. La revuelta estudiantil de mayo del 68 fue posiblemente la culminación de una serie de frustraciones sociales que encontraron una forma casi épica de resolverse. Nutrido del pensamiento anarquista, fascinado por ciertas etapas de la Guerra civil española, y del pensamiento Situacionista, Manchette es ahora una especie de icono, un ídolo valiente, humano, próximo.
Su vida es un poco como sus libros, un poco épica, un poco cómica. Fue el hijo de una madre burguesa y de un padre campesino, estudiante de literatura inglesa, que lo llevó a traducir una gran cantidad de novelas policíacas al francés, trabajo casi tan importante como su obra creativa. Cuando a Jean Echenoz le preguntaron cuáles eran los autores que lo habían influenciado, habló de Manchette, y claro, ese héroe un poco perdido, nostálgico, mezcla de bolero y jazz, tiene que ver con Echenoz (si le agregamos la angustia y el lado metafísico), con sus personajes y con ese mundo laberíntico e urbano de París. Mundo arcaico y mundo contemporáneo, nostalgia y sensualidad. Manchette a los 16 años: un joven fascinado por las ideas anarquistas, el cine norteamericano, el jazz, la aviación, los comics y el Situacionismo de Guy Debord que denunciaba los vicios y perversiones de la sociedad de consumo. Manchette construyó una obra de crítica social sostenida en clisés de la sociedad francesa contemporánea.
Los héroes de Manchette están relacionados con las causas revolucionarias, independientes, que estas sucedan en el Uruguay de los Tupacamarus, o en Santo Domingo, Inglaterra o España, país entrañable para el autor que inspira su novela Nada, versión ficcional del movimiento “Nosotros”. Sobre todo denuncia, señala, a la manera de un romántico revolucionario. Cuando escribe Le petit bleu de la cote ouest (El azul de la costa oeste), no sabe cómo hacer con la relación amorosa en la que se entrampan sus personajes, la verdad que son treinta páginas en la que no se sabe si es una novela de amor, escribe Manchette. Su diario, en el que escribió toda su vida, ha sido editado por primera vez. En él encontramos un Manchette muy consciente de su necesidad de hacer un trabajo crítico apoyándose en un enfoque completamente behavorista y arcaico. Cito: Viernes, 14 de mayo de 1976: Algo interesante con la ecritura behavorista, es que las acciones son indicadas sin explicación. Comprendemos en general, pero a veces no comprendemos suficientemente. Y yo creo que hay que crear ssistemáticamente accione sy diálogos que sean un poco incomprensibles. Y sobre Le tireur couché (El tirador echado): Trato de scribir de manera hiper-behavorista, muy densa y rápida, es decir, de una manera neo-clásica. A lo mejor pienso leer Chase para ver cómo funciona un buen ersatz. Sucede que los norteamericanos, a pesar de que han producido parte de las mejores novelas negras, no han pensado que pueda ser un género en sí mismo. Manchette lo había visto: comprendió rápidamente que la sociedad contemporánea atravesaría una gran crisis, y que la novela, sería el eje estético de esa revolución individual, la distancia entre vida y escritura mínima, como sucede ahora con la “autoficicción”. Por supuesto, su preocupación estaba sobre todo en el “mostrar” y “señalar” los defectos de la sociedad capitalista. Una literatura muy política que puede llegar a ser aburrida, por esquemática, pero apreciada en su justa dimensión dentro de su contexto.
Manchette fumaba demasiado, producía demasiados guiones para cine, algunas películas con Luis Buñuel, ¿Ciego, qué deseas?, en 1993, con Max Pecas, con Claude Chabrol y Vera Velmont, su carta de la suerte porque desde entonces porque su vida económica mejoró disfrutando de cierto éxito con algunas de sus novelas. Agorafóbico por mucho tiempo, un cáncer alcanza el páncreas, luego, es un descenso lento y productivo. Varias novelas más, entre ellas Fatal, curiosamente editada en la colección blanca de Gallimard y no en la Serie negra que ya se había convertido en un mito gracias al impulso que le dio su editor, Duhamel. En 1977 aparecen los primeros comics, con dibujos de Tardi y como protagonista al detective Griffu, un descreído, romántico y delicado como lo era el propio Manchette. Entre la música del saxo que tocaba, la agorafobia , el trabajo y el agotamiento, un día se termina el episodio Manchette, igual que su héroe que muere sin lamentos: Pensé que sería divertido que muera... con esta idea, me río.
Todas las novelas negras de Manchette han salido editadas en la colección Quarto, de Gallimard. Una lectura que vale la pena. Una forma de desenfado, de respuesta fresca al anquilosamiento literario.
mardi, novembre 22, 2005
El frío
Cuando llega el invierno, siempre pienso que el frío es insoportable. Es una impresión de información no registrada en el disco duro de mi memoria. El temor a las temperaturas extremas, frío o calor, es que impidan pensar con propiedad. Jean-Jacques Rousseau hace un análisis apasionante en un pequeño ensayo, El origen de los idiomas, incluído en otro texto suyo, Sobre la desigualdad de los hombres: ¿hasta qué punto influye el clima en nuestro comportamiento, pero sobre todo en nuestro lenguaje? Es una pregunta que yo siempre me he hecho contestando que en un cuerpo que se siente libre, que es dúctil, su lenguaje escrito también lo será. San Ignacio de Loyola da una serie de indicaciones precisas sobre hábitos alimenticios, sueño, etc., en sus Ejercicios espirituales, Nietszche estaba seguro de que la mala comida alemana tenía que ver con ese pensamiento rígido, y Emmanuel Kant detestaba todo tipo de sudores y secreciones. Gérard de Nerval le tenía fobia a la nieve, no sólo por la temperatura, sino porque el blanco le daba angustia.... Tal evz proque es como la locur ay él ya había presentido que se colgaría un día en la rue Linterne, en París.Yo miro desde mi ventana los mástiles del puerto de Sete, y hace frío y escribo pensando en que esta sensación es nueva y que tengo que reconocerla para organizarme de nuevo.En Lima nunca he pensado mucho en cómo organzarme, nunca llueve, y nunca hace realmente frío. He ahí toda la diferencia. Para terminar, con Rousseau, en su ensayo, sobre el origen de los idiomas, piensa que surgió por una necesidad de transmitir sentimientos: pasión, miedo, angustia o alegría y no necesidades, sed, calor, hambre, etc. Según Rousseau esto se podía resolver a través de mímicas. Las primeras representaciones hechas por nuestra especie responde entonces a una abstracción sobre nosotros mismos, a una consciencia de estar separados y solos: cosa mentale.
mercredi, novembre 16, 2005
identidad y nación
He estado pensado en el tema de la identidad con respecto al hecho de pertenecer a un territorio y expresarse en un idioma. Creo que es un tema que se ha politizado, y es lógico, más que nunca nos encontramos frente a una fragmentación de nuestra identidad, frente al desapego y una suerte de confusión de conceptos e ideas. Cuando trato de explicar que el trabajo de escribir es un atrascendencia de la propia condición, parece que esto se interpreta como desapego o renuncia al origen, a la propia historia personal, al pasado. Y no se trata de eso. Es mirar el futuro estando en el presente, un presente encarnado. En mi caso concreto, yo creo que yo empecé a escribir por una necesidad de limpiarme de toda alienación, una necesidad básicamente afectiva, por eso hablo del pathos en el hecho de escribir. Desmontar, de-construir, (para usar un término derridiano que pesa a muchos), desacralizar, para luego juntar las piezas a mi manera, ha sido el punto de partida. Quiero decir: crear tu propia historia a partir de un hecho, o de varios, por eso, el Perú, la vida concreta del pasado, están encarnados en mis libros. Toda identidad monádica y esencialista me da miedo porque excluye y no integra, de ahí mi gusto por la hibridez, que es una manera de aceptar la combustión constante del pensamiento y su consecuencia, la acción. Todo lo que se fija, tiende a ser una como las idologías, suprimen la libertad de cualquier individuo. Pero no todo se detiene en el lenguaje, están los acontencimientos, las cosas que nos suceden y nos marcan, de ahí que yo me esfuerce en recuperar el vínculo entre vida y obra. Un joven autor de origen tunesino, Mehdi Belhaj Kacem, da una importancia clave a una literatura de la acción, una literatura que se inscriba en una línea en la que se mezclan referentes de todo tipo (rock, literatura, filosofía, y una actitud situacionista)... Lo que me interesó es que hablase de lo político como uno de los nudos en los cuales se mueve la creación. Es decir, frente a un vacío de paradigmas, lo que se borra es la distancia entre el mundo privado (aquel del autor) y el del público y todo lo que sucede pasa a ser de interés colectivo. Estamos en la acción individual, pero al pasar a la acción (escribir, publicar) pasamos a ser del dominio público. Para mí escribir es una forma de reconocerme, pero también de reconocer a los otros, lejos de la sociedad del espectáculo, y la idea de Kacem, que cierta intellegentia francesa (Sollers, por ejemplo) desdeña cualquier actitud contestaria por considerarla inútil puesto que la sociedad siempre absorverá el negativo, es un poco cínica, es un poco la desesperanza de Houellebecq: como no puedo ser mejor, me hundo con todos. Pero es también la desesperación de los jóvenes de los disturbios (los ángeles d ela desolación). Estigmatizar el origen, de alguna forma, es deformarlo. Yo creo que lo importante en toda escritura (es decir, toda huella que desee dejar un autor) está en la elección de los instrumentos y en cómo lo va a hacer. Mientras más enérgica sea su reacción, mientras se mantenga lejos de los estereotipos, más cerca estará de sí mismo y de su lector. Tengo una completa confianza en la inteligencia del receptor, casi siempre subestimada por los paradigmas clásicos de saber (la instrucción como algo muy elitista). Yo para escribir he necesitado darme cuenta de que estaba alienada con mi clase social, he tenido que asumir la parte artificial de mis idiolectos y abandonarlos porque no me identificaba con ellos. Había decidido el camino de la respuesta a ese estereotipo femenino y burgués que se me había dejado. No es que crea que la literatura no es un producto de la burguesía, lo ha sido en todos los casos, sino que es justamente desde ella que se puede razoner y señalar las alienaciones. Por eso, todo territorio termina siendo pequeño para un pensamiento libre y sobre todo, para la creación. En lo que escribo está el Perú y están los otros lugares donde he vivido o vivo. Si fuese posible llegar a concebir una trascendencia concreta de los orígenes, un verdadero desapego, tal vez hayamos llegado a la sabiduría.
samedi, novembre 12, 2005
La calma ha vuelto relativamente en Francia, sobre todo en París, aunque leo que ha habido dos hechos violentos en Pau y en los Landes el día de hoy. Ha sido más de una semana en que hemos visto a esos “ángeles de la desolación” salir a las calles a incendiar autobuses, inmuebles, a descargar su frustración sobre todo lo que los rodeaba. Para poder cambiar las cosas es necesario comprender. ¿Qué sucede con estos jóvenes y por qué tanta rabia? Por lo que decían (yo sólo sé contestar con violencia, estoy arruinado, no sé qué hacer...) parecía que una fuerza nihilista se hubiese apoderado de ellos: puesto que no soy nada no quiero nada y es el deseo de la aniquilación, de la muerte. Pensaba, si estos jóvenes están dispuestos a perder y arrastrar con ellos a otros, un niño, un anciano, es porque ya no es la vida lo que se manifiesta en ellos, sino lo contrario. Al final, esas “banlieus” han funcionado como prisiones en la ciudad, sin aire y sin luz, a manera de cementerios. Y de pronto, lo que ha habido es una noche iluminada de explosiones de fuego. Para poder transformar las frustraciones, el miedo a la vida, la precariedad, se necesitan instrumentos que no vienen del exterior, sino del interior de cada uno de nosotros. Por eso, pensaba, si una educación no enseña valores que transformen los sentimientos de fracaso y frustración en un motor de búsqueda, en valores de solidaridad, la soledad se hace cósmica e irreversible. Para defenderse en este mundo los jóvenes están más demunidos (porque la situación no cambiará radicalmente) y necesitan valorizar otras cosas que el simple bienestar material, necesitan transformar su vida interior para interpretar el mundo exterior y concreto. Las imágenes de marca los convierten en consumidores automatizados, en el único símbolo que los diferencia y los identifica, les da un estatus social: el de antisociales y resentidos. Una sociedad que hace de la riqueza y el éxito un paradigma está, creo, perdida, la conquista debería ser con nosotros mismos, tener un trabajo para crecer interiormente, para comprender mejor a los otros y para compartir mejor. El deseo, en este caso, está desviado de su función principal, ser felices, está... cómo decirlo, pervertido por el objeto. Y estos valores no son los que se imponen y la marginación proviene, no sólo de una división social que no es fácil invertir, sino de su determinismo, es decir: si soy árabe, extranjero, negro, no existo en tanto que ser humano, no soy un ciudadano como los otros. Por eso, el adjetivo, chusma, dolió tanto: ha sido un atropello a su dignidad. Toda persona aspira a ser considerada como una persona a part entiere, y la adjetivación es una apropiación del individuo, es su condenación y su esclavitud. ¿Qué va a pasar ahora? No lo sé, castigar no es la solución, hacerla comprensible y transformarla, la única. Esas son dos perspectivas distintas, la de los padres que castigan a sus hijos y la de los que prefieren explicarles las cosas para que decidan por sí mismos. Si ellos deciden derrapar, es su responsabilidad y asumirían las consecuencias. En todo caso la educación debería ir contra toda esclavitud en el pensamiento, hacer personas autónomas que sean capaces de saber cuál su valor inalienable, sólo eso podría echarse abajo los estereotipos y los encierros en los que se cae y que crean esos fenómenos de identidad colectivos, hasta caer en la psicosis o la paranoia. Por ejemplo, creer que se ha tejido un complot para hacerles daño, y esto porque el sufrimiento crea culpabilidad en quien lo padece al sentirse responsable de una falta, si se sufre, se piensa que es por algo. El sinsentido del sufrimiento es casi incomprensible, y lo único que puede cambiar es su interpretación. Todo está en el lenguaje, en el valor que le damos a las palabras cuando las usamos para nombrar y dar un valor al mundo que nos rodea. ¿Podremos cambiar esos valores? La pregunta está abierta.
jeudi, novembre 03, 2005
Artículo Goncourt
Como el artículo del diario La razón, ha sido editado, lo pongo aquí en su versión integral.
Final del juego: Macth point para Weyergans frente a Houellebecq
Esta vez el Goncourt no ha sido fácil, y no lo ha sido porque era casi una evidencia que lo ganaría Michel Houellebecq con su novela Une île possible (Una isla posible, Fayard, 2005), sino porque desde las primeras selecciones varias personas anunciaron que esta vez sí lo ganaría (a diferencia de su novela Partículas elementales). Sin embargo las provocaciones de los personajes de Houellebecq, misoginia, racismo, desprecio del otro, ha hecho que el jurado se incline por una una novela que es su antítesis: Trois jours chez ma mère ( Tres días en casa de mi madre, Grasset, 2005), de François Weyergans, autor célebrado y querido en Francia, pero prácticamente desconocido en el extranjero. Si la novela de Houellebecq se construye desde el desapego (y una forma de desvalorización de cualquier forma de sentimiento) a lo humano y su puesta en duda como un proyecto viable, y por eso, Daniel, el personaje, se decide por la clonación, Francois, o Franz, en la novela de Weyergans, vive en el más profundo apego a las personas y a este mundo, con todas sus imperfecciones. Es ahí donde radica su vitalidad. Si Una Isla posible suena a catástrofe que ahora encuentra su verdadera versión en las revueltas de los suburbios de París (la Isla imposible de gobernar del Ministro del Interior Nicolas Sarkozy), Tres días en casa de mi madre, puede hablarnos del paraíso que es la infancia, del de los afectos, y el amor a la literatura y al arte, en resumen, de la vida. Eros y Tánato enfrentados, realismo (Houellebecq), frente a la capacidad de soñar y transformar (Weyergans) . He ahí algunas coordenadas sobre el Premio que le fue negado a Ferdinand Celine con su Viaje al confín de la noche, y que al parecer nadie ha querido dar esta vez en un “viaje al confín de la humanidad”. Y no está mal.
Pero ¿quién es Weyergans? Un autor inédito en castellano, un autor de diez novelas, una de ellas, La demencia del boxeador (La demence deu boxeur), Premio Renaudot, director de varias películas que han pasado desapercibidas, engreído de la televisión, un Woody Allen a la francesa. Pero, no, la novela de Weyergans, que se ha impuesto por 6 votos contra 4 en en el jurado del Premio, con François Nourrisier como presidente que amenazó con patear el tablero si Houellebcq no lo ganaba, es un poco más compleja. Es más compleja porque es una novela que tiene que ver con un modus vivendi, con la línea que traza el autor cuando se decide a escribir, y también con la capacidad de burlarse de sí mismo para trascenderse y aceptar de alguna manera a los demás (Si se ama no se puede recibir otra cosa a cambio, escribe FW en su novela). Tres días en casa de mi madre es la novela del deseo (le debe más a la picaresca que a la novela sociológica y realista), y lo es porque en ella su protagonista, François Weyergraf, que escribe la historia de François Weyerstein (no por nada el apellido se hace judío), y luego la de François Graffenterg, es siempre la historia de un individuo, uno que busca el hilo de Ariana, la relación con la madre (90 años), con el pasado y con el presente, hecho que lo decide a escribir una novela sobre tres días que deberíanb suceder en casa de su madre y que nunca suceden, porque se trata de una novela sobre la no-novela y la imposibilidad de resolver un problema: la inadecuación entre el deseo y la realidad. ¿Por qué?, porque en el instante en que el deseo se detiene y es satisfecho, cesa su movimiento. Tal vez esta idea no le disgustaría del todo a Fr Weyergans, como le gusta firmar sus mensajes por email, sino que diría un poco más de lo que también es su libro: una interpelación de lo que el deseo y sus límites, incluso como una imagen concreta del outsider, del paria, de un hombre que no tiene consciencia de su edad, ni del tiempo, ni de lo que es realmente el mundo, y sí , de lo que son sus sentimientos, y que está, sobre todo, vivo. Esta es una novela vitalista, desde el derrapar, no desde la racionalidad sociológica de Houellebecq y tal vez por eso el jurado se inclimó por él, pese a tener también en frente a la novela de Jean-Philippe Toussaint, una novela sensual y delicada. Lo que significa que un premio no sólo está destinado a un libro, pero al conjunto del producto (llamémoslo así para no parecer solemnes), a la persona y a la obra. Hace ocho años que François Weyergans publicó su Franz y François (Grasset 1997), una novela sobre su padre, sobre las relaciones con su autoridad y la construcción de un individuo, en este caso François. Una novela espontánea, inteligente, intensa, sobre los vínculos de seducción y poder entre los dos, porque en Weyergans, la relación con los orígenes es evidente, es esa parte que se mantiene a través del tiempo con toda su carga de afectividad y de conflicto, sin ella, tal vez sus novelas no existirían, es su neurosis y es su cura. Cuando François Weyergans me decía que su madre le había dicho por teléfono que sino publicaba su novela todo el mundo iba a pensar que se había muerto, se lo creí. Y no sólo porque era cierto que hablaba con su madre todos los días, sino porque esa relación es parte de la construcción de sus libros, es el espejo donde se mira el autor. Los vínculos entre la vida y la obra están expuestos con delicadeza, sin violencia. Nadie puede decir que lo que escribe FW en sus libros es cierto, pero lo que sí es verdad es que sus libros se parecen a él y que son una especie de huella de lo que vive, son su marca, su humor y su aliento, por eso, ningún premio puede cambiar nada en Weyergans, nada... Un día conversábamos en un café de Beaubourg sobre escribir y concluíamos: hay que hacer de todo con lo que se escribe, trabajo de terreno, como un obrero. Por trabajo de terreno se entiende, corregir, volver a una frase, abandonarla... y todo el proceso afectivo, todo el pathos que puede tener una escritura.
En el caso de Weyergans es esa escritura vital, la de sus amistades, la de una vida rica en encuentros y sentimientos, Jean Piaget (François pasó una temporada en la casa de Piaget cuando era niño), Federico Fellini, Antonionni, Jean Luc Godard, la de la presencia de su padre, director de cine, escritor católico que se desanimó en hacer una película con Clouzot ¡porque elegió a Brigitte Bardot como vedette! La de ese hombre que un día me dice: sólo los tontos admiran a Roland Barthes, o el mismo que me dijo que tenía una foto del nevado peruano del Alpamayo pegada en un muro y que anota todo lo que le dicen: por ejemplo, el título de Los Jardines de España, de De Falla...
Weyergans trasciende el premio Goncourt, no sé si lo sienta como merecido, tal vez le sorprenda tanto alboroto alrededor, y a lo mejor se pregunte por qué no se lo dieron a Michel Houellebecq. En la entrevista del noticiero del mediodía, dijo algo revelador: esta es una novela de un autor que mentalmente no va muy bien y que tiene a su madre enferma, pero, sin embargo, el libro, va muy bien. Sí, el libro va muy bien, pero se nota que de alguna forma la piel de Weyergans ha quedado en él, en todo ese gai savoir, movimiento deportivo del protagonista que va y viene a lo largo del libro, seduce y sueña que seduce, como con la sensualidad de las Mil y una noches (la historia de las seducciones son recurrentes), que sueña con regalarle una casa a Delphine, una semana para sí mismo en casa de su madre, que se extiende sobre el jardín y se produce una especie de fusión entre él y el cosmos, y que luego, un día sueña con salir en pijama por las calles porque no tiene noción de su edad, ni del tiempo, porque el deseo es ilimitado, pero no tiene que ser violento sino que puede ser estético y espiritual.
Para los franceses Weyergans es el autor parisino perfecto, elegante, culto y refinado, pocos saben que nació en Bruselas y que su pintor preferido es Ensor....
En la última película de Hanecke se habla de Weyergans (Daniel Auteuil en conversación con Juliette Binoche), todo el mundo sabía que podía llevarse el Goncourt, que hace tiempo que se esperaba, pero todos ignoran lo que pasa dentro del autor, los largos años sin publicar, tal vez sin creer en la publicación, y de pronto, ahora el premio. Habrá que esperar a la traducción de Franz y François, por lo menos, antes de Tres días en casa de mi madre, para entender mejor el fenómeno Weyergans. En todo caso una pista es la que da Pierre Assouline en su blog de Le monde: toda la diferencia radica en que cuando se ganó el Goncourt, Weyergans, llamó a su madre, Houellebecq, quien ha ganado el premio Interallié, llamó a su perro.
Final del juego: Macth point para Weyergans frente a Houellebecq
Esta vez el Goncourt no ha sido fácil, y no lo ha sido porque era casi una evidencia que lo ganaría Michel Houellebecq con su novela Une île possible (Una isla posible, Fayard, 2005), sino porque desde las primeras selecciones varias personas anunciaron que esta vez sí lo ganaría (a diferencia de su novela Partículas elementales). Sin embargo las provocaciones de los personajes de Houellebecq, misoginia, racismo, desprecio del otro, ha hecho que el jurado se incline por una una novela que es su antítesis: Trois jours chez ma mère ( Tres días en casa de mi madre, Grasset, 2005), de François Weyergans, autor célebrado y querido en Francia, pero prácticamente desconocido en el extranjero. Si la novela de Houellebecq se construye desde el desapego (y una forma de desvalorización de cualquier forma de sentimiento) a lo humano y su puesta en duda como un proyecto viable, y por eso, Daniel, el personaje, se decide por la clonación, Francois, o Franz, en la novela de Weyergans, vive en el más profundo apego a las personas y a este mundo, con todas sus imperfecciones. Es ahí donde radica su vitalidad. Si Una Isla posible suena a catástrofe que ahora encuentra su verdadera versión en las revueltas de los suburbios de París (la Isla imposible de gobernar del Ministro del Interior Nicolas Sarkozy), Tres días en casa de mi madre, puede hablarnos del paraíso que es la infancia, del de los afectos, y el amor a la literatura y al arte, en resumen, de la vida. Eros y Tánato enfrentados, realismo (Houellebecq), frente a la capacidad de soñar y transformar (Weyergans) . He ahí algunas coordenadas sobre el Premio que le fue negado a Ferdinand Celine con su Viaje al confín de la noche, y que al parecer nadie ha querido dar esta vez en un “viaje al confín de la humanidad”. Y no está mal.
Pero ¿quién es Weyergans? Un autor inédito en castellano, un autor de diez novelas, una de ellas, La demencia del boxeador (La demence deu boxeur), Premio Renaudot, director de varias películas que han pasado desapercibidas, engreído de la televisión, un Woody Allen a la francesa. Pero, no, la novela de Weyergans, que se ha impuesto por 6 votos contra 4 en en el jurado del Premio, con François Nourrisier como presidente que amenazó con patear el tablero si Houellebcq no lo ganaba, es un poco más compleja. Es más compleja porque es una novela que tiene que ver con un modus vivendi, con la línea que traza el autor cuando se decide a escribir, y también con la capacidad de burlarse de sí mismo para trascenderse y aceptar de alguna manera a los demás (Si se ama no se puede recibir otra cosa a cambio, escribe FW en su novela). Tres días en casa de mi madre es la novela del deseo (le debe más a la picaresca que a la novela sociológica y realista), y lo es porque en ella su protagonista, François Weyergraf, que escribe la historia de François Weyerstein (no por nada el apellido se hace judío), y luego la de François Graffenterg, es siempre la historia de un individuo, uno que busca el hilo de Ariana, la relación con la madre (90 años), con el pasado y con el presente, hecho que lo decide a escribir una novela sobre tres días que deberíanb suceder en casa de su madre y que nunca suceden, porque se trata de una novela sobre la no-novela y la imposibilidad de resolver un problema: la inadecuación entre el deseo y la realidad. ¿Por qué?, porque en el instante en que el deseo se detiene y es satisfecho, cesa su movimiento. Tal vez esta idea no le disgustaría del todo a Fr Weyergans, como le gusta firmar sus mensajes por email, sino que diría un poco más de lo que también es su libro: una interpelación de lo que el deseo y sus límites, incluso como una imagen concreta del outsider, del paria, de un hombre que no tiene consciencia de su edad, ni del tiempo, ni de lo que es realmente el mundo, y sí , de lo que son sus sentimientos, y que está, sobre todo, vivo. Esta es una novela vitalista, desde el derrapar, no desde la racionalidad sociológica de Houellebecq y tal vez por eso el jurado se inclimó por él, pese a tener también en frente a la novela de Jean-Philippe Toussaint, una novela sensual y delicada. Lo que significa que un premio no sólo está destinado a un libro, pero al conjunto del producto (llamémoslo así para no parecer solemnes), a la persona y a la obra. Hace ocho años que François Weyergans publicó su Franz y François (Grasset 1997), una novela sobre su padre, sobre las relaciones con su autoridad y la construcción de un individuo, en este caso François. Una novela espontánea, inteligente, intensa, sobre los vínculos de seducción y poder entre los dos, porque en Weyergans, la relación con los orígenes es evidente, es esa parte que se mantiene a través del tiempo con toda su carga de afectividad y de conflicto, sin ella, tal vez sus novelas no existirían, es su neurosis y es su cura. Cuando François Weyergans me decía que su madre le había dicho por teléfono que sino publicaba su novela todo el mundo iba a pensar que se había muerto, se lo creí. Y no sólo porque era cierto que hablaba con su madre todos los días, sino porque esa relación es parte de la construcción de sus libros, es el espejo donde se mira el autor. Los vínculos entre la vida y la obra están expuestos con delicadeza, sin violencia. Nadie puede decir que lo que escribe FW en sus libros es cierto, pero lo que sí es verdad es que sus libros se parecen a él y que son una especie de huella de lo que vive, son su marca, su humor y su aliento, por eso, ningún premio puede cambiar nada en Weyergans, nada... Un día conversábamos en un café de Beaubourg sobre escribir y concluíamos: hay que hacer de todo con lo que se escribe, trabajo de terreno, como un obrero. Por trabajo de terreno se entiende, corregir, volver a una frase, abandonarla... y todo el proceso afectivo, todo el pathos que puede tener una escritura.
En el caso de Weyergans es esa escritura vital, la de sus amistades, la de una vida rica en encuentros y sentimientos, Jean Piaget (François pasó una temporada en la casa de Piaget cuando era niño), Federico Fellini, Antonionni, Jean Luc Godard, la de la presencia de su padre, director de cine, escritor católico que se desanimó en hacer una película con Clouzot ¡porque elegió a Brigitte Bardot como vedette! La de ese hombre que un día me dice: sólo los tontos admiran a Roland Barthes, o el mismo que me dijo que tenía una foto del nevado peruano del Alpamayo pegada en un muro y que anota todo lo que le dicen: por ejemplo, el título de Los Jardines de España, de De Falla...
Weyergans trasciende el premio Goncourt, no sé si lo sienta como merecido, tal vez le sorprenda tanto alboroto alrededor, y a lo mejor se pregunte por qué no se lo dieron a Michel Houellebecq. En la entrevista del noticiero del mediodía, dijo algo revelador: esta es una novela de un autor que mentalmente no va muy bien y que tiene a su madre enferma, pero, sin embargo, el libro, va muy bien. Sí, el libro va muy bien, pero se nota que de alguna forma la piel de Weyergans ha quedado en él, en todo ese gai savoir, movimiento deportivo del protagonista que va y viene a lo largo del libro, seduce y sueña que seduce, como con la sensualidad de las Mil y una noches (la historia de las seducciones son recurrentes), que sueña con regalarle una casa a Delphine, una semana para sí mismo en casa de su madre, que se extiende sobre el jardín y se produce una especie de fusión entre él y el cosmos, y que luego, un día sueña con salir en pijama por las calles porque no tiene noción de su edad, ni del tiempo, porque el deseo es ilimitado, pero no tiene que ser violento sino que puede ser estético y espiritual.
Para los franceses Weyergans es el autor parisino perfecto, elegante, culto y refinado, pocos saben que nació en Bruselas y que su pintor preferido es Ensor....
En la última película de Hanecke se habla de Weyergans (Daniel Auteuil en conversación con Juliette Binoche), todo el mundo sabía que podía llevarse el Goncourt, que hace tiempo que se esperaba, pero todos ignoran lo que pasa dentro del autor, los largos años sin publicar, tal vez sin creer en la publicación, y de pronto, ahora el premio. Habrá que esperar a la traducción de Franz y François, por lo menos, antes de Tres días en casa de mi madre, para entender mejor el fenómeno Weyergans. En todo caso una pista es la que da Pierre Assouline en su blog de Le monde: toda la diferencia radica en que cuando se ganó el Goncourt, Weyergans, llamó a su madre, Houellebecq, quien ha ganado el premio Interallié, llamó a su perro.
El Goncourt de Weyergans
Finalmente el Goncourt fue para Francois Weyergans y su novela Trois jours chez ma mère (Grasset, 2005)... y siento una alegría enorme por él, se lo merecía. Ahora no escribiré más porque ya hice algunos comentarios, pero pueden ver el artículo que saldrá mañana en diario español La razón: www.larazon.es
mercredi, novembre 02, 2005
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A raíz de un post que colgué sobre “Literaturas nacionales”, veo la necesidad de revisar este concepto. Creo que mi análisis proviene del hecho de tener una desconfianza enorme en lo que son las identidades nacionales, quiero decir, todo lo que significa un proceso cerrado, en busca de una idea monolítica... eso, me causa temor. Quizás esto nos devuelve a nuestra condición más humana, nuestra propia contingencia y nuestra fragmentación actual. La unidad que buscamos, sólo la podemos encontrar en nosotros mismos y no en el exterior. Esto no significa que no podamos adherir a valores ecuménicos o universales ( el último intento fue crear una suerte de internacional intelectual entre filósofos y escritores, Derrida, Morin, Habermas, entre otros... además no puedo olvidar el Dadaísmo y el Surrealismo en el plano estético y político) , son los acuerdos necesarios para vivir juntos, y es también su lado frágil, Para volver a hablar de Hannah Arendt, su gran dilema fue cómo aceptar la pluralidad dentro de cierta unidad, lo que ella trató de enteder entonces fue: en qué la política está enraizada en la condición humana, en qué es la más humana y la más digna, como la más frágil. Las ideologías, los conceptos cerrados, terminan asfixiando al pensamiento, por eso hablaba de una identidad en movimiento que supiese absorber lo que nos brinda el mundo contemporáneo, incluso la fragmentación en la manera de ver las cosas, o la hibridez.
La teoría de las esencias, el alma andina, o francesa, o rusa, siempre me han parecido dudosas porque no existe, a mi modo de ver, mingún alma, sino un estado contingente que se adhiere a una época y refleja ciertos elementos, casi siempre culturales y cambiantes. Desmontar cualquier concepto, es una especie de método contra la alienación, quizás, lo que más me inquieta. Siempre pienso en el drama de Antígona como un buen ejemplo de lo trágico que puede llegar a ser una alienación, la razón de las guerras y de las masacres. La riqueza de un país, de una cultura, está en su creatividad, no en sus fijaciones ni sus fobias. Eso es una parte de la idea porque es un proceso abierto, como la escritura: a cada movimiento una nueva pregunta y así, ad infinitum.
Transcribo un poema recogido por Arendt en su Diario intelectual (Seuil, 2005), sin autoría identificada:
Mientra subo la colina de la vida con mi pequeño atadillo/ Si lo encuentro empinado/Si el desaliento me acecha/ Si mi último paso/parece más antiguo que la esperanza que lo vio nacer/Que el corazón que ha propuesto como el corazón que ha aceptado/ de tener por patria la ausencia de patria/ se sienta sin mella y sin reproche.
En la foto: Hannah Arendt.
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