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jeudi, août 18, 2011

¿Por qué tanta violencia?

La violencia desarma, empieza por una degradación en el idioma que no es capaz de nombrar, ni sublimar, según el psicoanálisis, lo que le sucede. La violencia destruye a cualquier persona, la daña. Hay violencias ejercidas directamente, del más fuerte hacia el más débil, y aquellas sociales que no detectamos, que vivimos como estados aparentemente "normales" pero que dejan un síntoma, un transtorno que no tiene, ni debe, ser irreversible.

Todas las mañanas me despierto y recupero el Nouvel Observateur para ir a leerlo en la sala. Siempre descubro algo interesante. Esta entrevista me parece interesante porque trata de interpretar la violencia que nos rodea, y las reacciones, sobre todo de los más jóvenes, presa fácil de la confusión y el desencanto.

Aquí se las traduzco con un catarro infame, mientras llueve y llueve en la ciudad.

Entrevista con Philippe Jeammet (Profesor de psiquiatría en la Universidad Paris IV)

P: ¿Asistimos a un despunte de la violencia precoz?

PJ: No es que los adolescentes sean peores. La violencia tiene un eco que no tenía antes, más evidente a la luz de los avances de la educación, que se pensó la iba a hacer disminuir. Pero, desconfiemos de la dramatización patógena que hace retroceder a la reflexión en favor de la emoción.

P: ¿Cómo se explica esta persistencia de la violencia?
PJ: hay un efecto de la moda, como si el mundo de los adultos lo autorizara. Hablamos mucho de la violencia y nos excitamos con las imágenes. Todo eso banaliza, desculpabiliza, anestesia. La cacofonía del mundo no arregla las cosas, donde se produce una subida de las relaciones de fuerza. Pero, la violencia en sí, tiene raíces profundas. El ser humano es un ser cuyo valor depende de la imagen que es enviamos de sí mismo. El adolescente que comete un acto violento se ha sentido primero atacado, y sufre de una inseguridad interior. Frente a la frustración siente un enorme sentimiento de impotencia. Su mundo se desmorona. Es insoportable.

P: ¿Y pasa al acto?

PJ: En realidad los adolescentes están "actuados", desbordados. Es la química cerebral: la acción de sus neurotransmisores los sumerge. El ser humano padece muchas veces sus emociones, y decide muy poco en realidad.

P: Sin embargo vemos que hay adolescentes que preparan rondas para castigar...

PJ: Esas agresiones responden a una necesidad casi fisiológica de confortar su sentimiento de existir. Están a la búsqueda de sensaciones para compensar una experiencia vital insuficiente. Así conjuran ese miedo que los habita de no ser dignos del reconocimiento del otro.

P: el sufrimiento de sus víctimas no los frena?

PJ: notamos cada vez más una ausencia de empatía. El agresor no puede imaginar que tiene al frente a alguien frágil.

P: ¿Cómo corregir esta evolución?

PJ: La empatía se enseña: en la familia y en la escuela. Y aprendemos a ser tiernos porque otros han sido tiernos con nosotros y nos han tratado con cariño. También aprendemos a vivir con la frustración porque nuestros padres nos muestras que no es tan grave. De una cierta forma los padres deben mostrarles que existen valores fundamentales. Un niño tiene derecho al respeto. Le hacemos ver que cuenta, sin hacerles declaraciones florales sino estando con ellos. Los respetamos al desarrollar con ellos los vínculos de confianza que les son necesarios. Y también los respetamos cuando no los abandonamos a sus impulsos, recordándoles ciertas prohibiciones.

Nota bene, cuando la sociedad en general está erosionada por la crisis económica, no se pueden hacer estas previsiones, los niños, los jóvenes, están abandonadoas a su suerte. Y, aunque siempre existan sustitutos a los padres, la familia, la comunidad, es mucho más complicado que puedan sortear los escollos de la vida actual. Solo la decisión política de protegerlos, sin ninguna distinción y en igualdad de condiciones, puede ayudarlos a salir de esa trampa terrible que es la violencia...

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