Volví a ver ayer la película de Bruno Nuytten sobre Camille Claudel, esa caída violenta en la neurosis de fracaso que empieza con la desconfianza, con esta frase : no sé si soy tan buena, no sé si podré.....¿Poder qué? poder demostrar que es una artista, que es igual de valiosa que Rodin, que no necesita crecer a la sombra de un hombre, poder demostrar que es una mujer libre, determinada, atea..Cuando el protector más importante de Camille, su padre, muere, queda completamente desprotegida. Nadie puede decirle: sí eres una gran artista, sigue trabajando, tu violencia es tu pasión. Si el mito de la" gran o el gran" artista, escritor o escritora, haya envejecido (creo que partir desde esa perspectiva de competencia se marca el camino hacia el debilitamiento), la falta de confianza que muchas mujeres artistas y escritoras han padecido, nos deja modelos dramáticos, en algunos casos, trágicos (Unica Zurn, Virginia Woolf, Marina Svétaeva, Alejandra Pizarnik, Katherine Mansfield, Ingeborg Bachmann...). Muchas mujeres no resisten a la presión social y terminan perdiéndose en el laberinto de máscaras que se les ofrece. Camille no resiste estar a la sombra de Rodin, su falta de apego y su arrivismo social, ella "no está en el dolor y la muerte", como le dice Rodin en esta escena, sino que está en contacto con lo esencial, que son el dolor y la muerte, no le tiene miedo, las enfrenta. Ella, de alguna forma está en contacto con lo que todos tratamos de ignorar, y eso, esa valentía que la lleva a la locura, es su rasgo más importante. Pensaba, hay que salir de esta lógica de fracaso y triunfo, de visibilidad e invisibilidad, considerar el propio trabajo, con todas sus dificultades como una marca, una secuencia de situaciones que forman, la obra y la valorizan. No solo los éxitos, los reconocimientos, sino los olvidos. Darles un nuevo valor. No dejar que la sociedad pulverice lo que es un gesto vital: crear, reinventar. Cualquiera podría caer en esa neurosis de fracaso y auto-sabotaje, basta que alguien dé en el clavo y haga vibrar las cuerdas más frágiles. Sin protecciones, en el caso de Claudel, su padre, no Paul, que finalmente firma el documento para el encierro que ha de durar treinta años, sino ese padre que la autoriza, que le da la mano, que la protege y que un día desaparece como el sol, y se hace la noche. En esa lógica de encierro, de silencio obligado, Tánatos crece, desfigura, pone una máscara. Camille se convierte en esa máscara pálida, inerte, sin presencia, que ha dejado la vida en esas esculturas que transmiten un desasosiego sin límites. Ninguna persona que se expone a la mirada de los demás, que se enfrenta con su época y con el poder de su época (la alienación, las ideologías dominantes) puede quedar intacta, pero no tendría por qué destruirse.
En estos tiempos tan violentos e indolentes, no creo que la suerte de Camille hubiese sido mejor, tal vez hubiese tenido que enfrentar nuevos prejuicios, nuevas hegemonías y otro Rodin.... Vade retro fatalismos, el único fatalismo es seguir pensando que si valorizamos nuestro trabajo bajo la plusvalía de miradas hegemonónicas y dominantes, pensando que son la regla (la regla se transforma, se intepreta), vamos a lograr algo, hay que salir del libreto, sacar el pie del plato, caminar...
La señal más violenta de esta sociedad actual de consumo, que terminó pulverizando a otra estrella fugaz, es Amy Winehouse. Ni torturada, ni rebelde determinada, simplemente una criatura frágil que el estrellato consumió a la velocidad de la luz, dejándola sola, con un rostro cada vez más desfigurado y alejado de esa niña que estudió ballet y pensaba se runa cantante, sin imaginar que detrás de ese brillo fatuo, hay soledad.
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