Cada vez me cuesta más no pensar en que los libros (como espacio de reflexión y de sosiego) no han sido más un paréntesis en un mundo más preocupado por la velocidad, por verdades y creencias prácticas que aparten la duda, el caos, y la inseguridad. Una forma de pensamiento inmediato, eficaz y conformista. Pienso en esto porque lo leo en el aire, es la Torre de babel de ahora, en la que todo el mundo habla pero nadie escucha. Si las palabras no pueden revelar conflictos, sino limarlos, si las palabras no buscan ponerse en contacto con lo más íntimo en nosotroas, si ellas solo son un instrumento, un super yo, un ego cerrado al diálogo, ¿cómo podremos seguir indagando con ellas?
Hay heridas que solo quedan impresas en el lenguaje, pero necesitamos tiempo para reconocer esas huellas, recorrerlas, poseerlas. Edouard Glissant pensaba que estamos en camino hacia un mundo mestizo, que produce respuestas fuera del establishment, en otro registro... yo creo que sí, pero también dudo de que esas respuestas marginales, abiertas, insipientes y variables, no sean absorbidas por el tiempo y el apuro, me refiero a que si el lenguaje como crítica de una sociedad, como la marca de sus fragilidades, no tiene tiempo de comunicar lo que se propone, (si las palabras no cambian el sentido y el sentido a las palabras) ¿qué haremos con esos contenidos, a dónde irán a parar?
Yo temo que los libros, como móvil de ese tipo de crítica, desaparecerán. Lo que nos espera es un laberinto aún más complicado, donde tendremos que caminar a tientas para poder reconocer nuestros márgenes.... intuyo que los tiempos serán aún más complicados y más feroces para poder dejar que una idea florezca, crezca, y entregue algo. Y nuestro desconcierto será mayor, aunque no por eso dejaremos de escribir...
Mañana, Bogotá, otro espacio, otro recorrido del idioma, del tiempo...
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