"La mayor sabiduría es saber vivir", escribió Baltazar Gracián, recientemente traducido al francés y quien fue una de las lecturas preferidas de Nietzsche. Una vida vital, aventurera y creativa: logró burlar el control policial de la iglesia escribiendo con el nombre de su hermano. Uno de sus libros más interesantes es El criticón. Recuerdo que en una residencia de traductores, cerca de Zaragoza, Tarazona, lo leí de un tirón, y encontré una de las casas en las que había vivido, apartado y haciendo lo que quería, escribir. O a lo mejor no recuerdo muy bien y me lo estoy inventando. Lo de la casa, puede ser que la confunda con otro lugar de España, tal vez Huesca.
Esta mañana miraba los cientos de pájaros que se detienen a cantar sobre las ramas de los árboles, en medio del silencio de la montaña que produce cierta quietud, o un estado de beatitud y de nobleza... extraño.
Ayer también descubrí una parte de Caracas que no conocía, una larga avenida, La casanova, y luego calles peatonales marcadas por edificios de arquitectura ecléctica, años cincuenta, Bauhaus. Para alguien que se interesa por la semiología, esta ciudad está cargada de anuncios que parecen detenidos en el tiempo. Entre modernidad y arcaísmo, es una sensación de desfase en el tiempo. Caminé pensando que era una ciudad de ficción, un espacio de ficción por esos desfases. De pronto descubrí una mancha roja, un grupo de simpatizantes de Chávez (quien ha desarmado a sus adversarios con un discurso que se afirma en su vocación democrática, ¿hay que creerle? La mayoría de personas me dicen que sí y argumenta que la oposición sería la catástrofe) que manifestaba envueltos en camisetas rojas conteniendo frases alegóricas. Nadie gritaba, simplemente sostenían pancartas con una dignidad sorprendente. Luego, más calles, más ganas de perderse en ese laberinto humano y comprender mejor que está pasando. Una sociedad adulta puede tomar decisiones, tumbarse dictaduras (pensaba en Túnez) y crear las bases para que una sociedad sea realmente democrática... Donde hay creación, no hay caos, no hay alboroto, ni falta de sentido...
Y para volver a Gracián, terminé el día pensando que no hay que correr, ni darse prisa, sino aprender a observar, ir lento, dejar que las cosas sucedan. Nunca he sentido ese sosiego, ojalá sea la madurez...
Hay nubes que se elevan vaporosas por el Monte Ávila, por instantes, me hace pensar en la montaña de Saorge (ese lugar cerca de Niza donde he escrito, caminado y caminado)... Me recuesto en esa imagen, que es como una playa, y me pongo a escribir...
Bonne journée!!
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